Wednesday, January 23, 2019

Los hijos del orden: génesis y contexto de una novela maldita


Muchas son las leyendas que se han entretejido alrededor de la novela Los hijos del orden, aparecida por primera vez en Lima en el año 1973. Algunos hechos fortuitos en la vida del autor al momento de concebir la novela y otros acontecidos después de su publicación, aparte de la temática de su propia historia, han llevado a catalogar a Los hijos del orden como una novela maldita[1]. A continuación, explicaremos algunos detalles de la génesis y contexto que promovieron tan oscura denominación.


Premio internacional de novela Primera Plana y Sudamericana

En el año 1969, Los hijos del orden se hizo merecedor del primer premio en el Concurso Internacional de Novelas convocado por la revista Primera Plana y la editorial Sudamericana de Argentina. Si bien es cierto esta noticia llenó de alegría al autor y de desconcierto a las letras peruanas, se podría decir que aquí empezó una serie de eventos desafortunados tanto para el autor como para la obra. Parte del premio consistió en la publicación de la novela por la prestigiosa editorial Sudamericana; sin embargo, la dictadura militar de Juan Carlos Onganía cerró la revista Primera Plana, por ser de oposición. Por esta razón, la novela no fue publicada, los manuscritos del libro se extraviaron y parte del dinero del premio fue entregado al ganador algún tiempo después, con un juicio de por medio.


Premio de Novela José María Arguedas

En el año 1973, Los hijos del orden se hizo acreedor al Premio de Novela José María Arguedas. Este hecho generó polémica, pues algunos detractores de la novela dijeron que no se le debería conceder el premio a su autor, debido a que la obra había sido premiada en un concurso anterior. En realidad, no había ningún impedimento para que a Luis Urteaga Cabrera se le concediera el premio, pues se trataba, literalmente, de otra novela. Ocurre que con el cierre de la revista Primera Plana por la dictadura militar argentina, se perdieron dos de los tres manuscritos de la novela y solamente se pudo recuperar uno, aunque incompleto. El único camino para recobrar la totalidad de la historia era escribirla nuevamente. Por tal motivo, no podemos asegurar que la novela que fue premiada por un jurado presidido por Juan Carlos Onetti era mejor que la premiada en el concurso José María Arguedas. Finalmente, la primera edición de la novela vio la luz el mismo año de su premiación, bajo el sello de Mosca Azul Editores. De esta manera, Urteaga pudo cumplir la promesa hecha a los niños y adolescentes internos en el centro correccional de Maranga, la cual consistió en que los lectores del Perú habrían de conocer la humillación y los maltratos a los que eran sometidos en el centro correccional[2].


Intento de censura e indiferencia de los intelectuales peruanos

Como el mundo representado de la novela, en sus dos primeras ediciones, refieren algunos acontecimientos ocurridos en el año 1972, y hasta aparecen algunos documentos oficiales con el encabezado de “Año cuarto de la revolución”, los defensores del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado se sintieron aludidos y trataron de desacreditar a la novela, principalmente porque narra los crueles tormentos que sufren los menores de edad, internos en el centro de rehabilitación. Debe quedar claro que la novela no fue prohibida por el gobierno militar peruano de turno, sino que fue condenada por algunos intelectuales de la época, quienes trataron de negar por todos los medios que en la correccional de Maranga se maltrate a los niños y adolescentes internos. Por el contrario, argumentaron que el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas garantizaba el bienestar de todos los peruanos, especialmente de los niños y jóvenes. Desde entonces la mención de Luis Urteaga Cabrera y su novela fue sospechosamente excluida de los medios de comunicación oficiales.

Por otro lado, los intelectuales peruanos recibieron con indiferencia la publicación de la novela, pues la acusaron de ser una copia de los recursos formales empleados por Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros[3]. Abelardo Oquendo, uno de los conocedores de la obra de Urteaga, ante estas acusaciones tomó partido por él y manifestó que en los años sesenta estas técnicas eran de uso público, pues el boom de la novela latinoamericana las había popularizado entre los jóvenes escritores.

Urteaga Cabrera es un caso bastante interesante, porque es él quien mejor resuelve el problema. ¿Qué hace Urteaga? Entra sencillamente a saco en los aspectos formales de La ciudad y los perros y construye sobre el esquema y las técnicas de esta novela una completamente diferente. Totalmente diferente porque el mundo y la visión de La ciudad y los perros no tiene nada que ver con la novela cuyo andamiaje técnico utiliza. Y me parece que hace bien, porque las técnicas narrativas pasan a ser rápidamente al patrimonio público. Después de un cierto tiempo, lo vemos, todo el mundo echa mano a las técnicas de cualquiera. Inicialmente esto se advierte y entonces se puede decir “la copia”; pero esto se aprecia  como algo que disminuye al autor solo cuando el empleo de las técnicas, el saqueo de las técnicas no sirve a un contenido diferente o al descubrimiento de un nuevo mundo. En Urteaga se da ese descubrimiento. (Oquendo, citado por Abanto, 2005: 175).


Por lo tanto, se puede afirmar que Los hijos del orden le debe el empleo de algunos elementos formales a La ciudad y los perros, pero en este mismo sentido, como todo novelista dedicado a su oficio, también le es deudor a los demás autores del boom y a los maestros de estos: Dos Passos, Faulkner, Joyce, Wolf, entre otros.


La historia narrada es maldita y pesimista


Se dice que la violencia que recorre las páginas de la novela y el cruel destino que el autor depara a sus personajes no llegó a convencer ni a complacer a sus lectores, razón por la cual la novela cayó en el olvido. Esta afirmación tiene una certeza a medias, pues recordemos que la novela obtuvo dos premios de relevancia, uno nacional y otro internacional, y que complació los juicios estéticos de José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo y Alberto Escobar, por el lado nacional y de Juan Carlos Onetti, Severo Sarduy y María Rosa Oliver, por el lado internacional.

Por otro lado, es cierto que la violencia y la crudeza recorren las páginas de la novela, y esta se intensifica cuando se trata de violencia desplegada por parte de los agentes represores del Estado en contra de niños y adolescentes que han sido arrojados al mundo marginal y delincuencial.  En el epílogo de la novela de la edición definitiva, el propio Urteaga Cabrera manifiesta lo siguiente:

La crueldad, las torturas y el dolor no son atributos de la condición humana, y causarlos o aceptarlos con frialdad es propio de psicópatas. Los lectores no lo son. Son seres sensibles que pretenden defenderse de las agresiones del mundo. No siempre lo consiguen, por supuesto. Esto es lo que ocurre con Los hijos del orden. Algunos cuentan que la leyeron llorando debido a la angustia y horror que les ocasionó. No han sido los únicos, a mí me ocurrió otro tanto cuando la escribía. Así que entiendo que no hayan podido soportar las atrocidades que encontraron en la novela. (2014: 368)


Por otro lado, como lo manifestó el propio autor, la violencia que contiene la novela no fue inventada ni mucho menos se distancia de la realidad del mundo representado. Es un componente antiguo y permanente de nuestra sociedad y de sus instituciones; por eso su discurso llegó a incomodar a las autoridades de turno que defienden un solo tipo de orden, aquel que somete y mantiene callados a los sujetos subalternos de nuestra sociedad.

Finalmente, si algo de maldición tiene la novela, es que, a decir del propio autor, no contribuyó a cambiar las condiciones de vida de los niños y adolescentes que pueblan las celdas de la prisión-reformatorio. Recordemos que su discurso no llegó a ser masificado por ediciones ni tirajes numerosos. Hasta la fecha, Los hijos del orden, esta gran novela peruana que fue sistemáticamente excluida del canon de la literatura oficial, solamente ha tenido tres ediciones que no han sobrepasado los mil ejemplares por cada una de ellas.


Referencias

URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Mosca Azul Editores, 1973.
URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Arteidea Editores, 1994.
URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Editorial Casatomada, 2014.




[1] El propio Luis Urteaga Cabrera cuenta cómo surgió tal apelativo a esta novela: “Con la misma arrogancia con que en otro momento rechazaron las crónicas tildándolas de mentirosas, algunos periódicos dijeron que Los hijos del orden era una novela maldita y su publicación, un escándalo. Que las historias que contaba eran inmorales y su lenguaje asqueroso, y que en vez de figurar en las librerías respetables, debía estar en las veredas de las calles, junto con otras publicaciones nauseabundas” (2014: 366-367).

[2] No olvidemos que uno de los objetivos de Urteaga era poner en evidencia la existencia de una política tipificada en la violencia, la crueldad y la muerte; la cual era direccionada desde la institucionalidad carcelaria con la finalidad de regular el comportamiento de menores delincuentes.

[3] Entre estos recursos formales se pueden citar algunas técnicas narrativas como la ruptura de la estructura lineal del relato, la presencia de diferentes voces narrativas y el manejo varios tiempos en el relato, el contrapunto de diálogos y discursos, entre los más principales.

Friday, January 18, 2019

Los silencios narrativos o la colonización de la memoria indígena en El Señorío de los Incas de Pedro Cieza de León


 “Muchas historias y acaecimientos pasaron entre los naturales destas provincias en estos tiempos; mas, como yo tengo por costumbre de contar solamente lo que yo tengo por cierto según las opiniones de los hombres de acá y la relación que tomé en el Cuzco, dejo lo que inoro e muy claramente no entendí y trataré lo que alcancé, como ya muchas veces he dicho”

Pedro Cieza de León
El Señorío de los Incas - Cap. XLI

1. Introducción

El Señorío de los Incas[1], nombre con el que se conoce a la segunda parte de La Crónica del Perú de Pedro Cieza de León (a quien Marcos Jiménez de la Espada llamó el Príncipe de los Cronistas), ha tenido numerosos, serios e importantes estudios. El presente ensayo ha nacido de la conjunción de dos formas de abordar la obra de Cieza sugeridas por Lydia Fossa (2006) y Luis Millones Figueroa (2000). He creído conveniente desarrollar y profundizar las ideas planteadas por Fossa sobre los silencios narrativos en El señorío de los Incas y, por otro lado, emplear los fundamentos de la colonización de la memoria indígena que, a decir de Millones, fue lo primero que intentaron someter los españoles al querer registrar toda la cultura y cosmovisión andinas en letras del alfabeto español. Por tal motivo, el presente artículo plantea una lectura atenta y comentada sobre los silencios narrativos explicitados por el propio Cieza de León. De esta manera, buscamos comprender las causales por las que este cronista dejó de registrar ciertas informaciones y silenció muchos datos que, seguramente, nos habrían brindado mayores luces sobre la cultura Inca.


2. Breves apuntes para un estado de la cuestión

La mayoría de estudios que se han realizado sobre El Señorío de los Incas ha sido de carácter historiográfico. Sin embargo, para comprender mejor los antecedentes del tema de la presente investigación, se ha consultado trabajos que aborden El Señorío desde el campo de los estudios literarios y culturales. Cito y comento los principales aportes de estos trabajos referidos al tema que nos concierne.

La primera edición de El Señorío de los Incas, publicada por el Instituto de Estudios Peruanos (1967), cuenta con un estudio introductorio de Carlos Araníbar. El doctor Araníbar afirma que Cieza es el primer cronista que se preocupó por detallar agudamente la geografía y la etnografía del Perú antiguo[2]. Este estudio introductorio pone de manifiesto la preocupación de Cieza por consultar las fuentes orales indígenas, las cuales fueron diversas; sin embargo, la información recabada fue sometida por el cronista a un balance de verosimilitud (de acuerdo siempre con su cosmovisión occidental). Esta forma sistemática y organizada de trabajar los datos recibidos, hizo que se considere a Cieza como uno de los primeros historiadores de la cultura peruana.


Jactancia de testigo, y disculpable, la de Cieza del Señorío. Pero también acusado sentido crítico frente al testimonio, capacidad de selección entre informes dispares y afán, por último, de puntualizar el origen de los datos que transmite. Virtudes todas como de una heurística embrionaria, que elevan a Cieza por encima de la mayor parte de los cronistas de su tiempo. (Araníbar, 1967: xxiv)


Aún con todas estas cualidades descritas, Araníbar es consciente de que Cieza presentaba serios conflictos culturales, debido a su procedencia eurocéntrica. A esto se le suma su extrañeza de la cosmovisión andina que, por ignorancia, no toma en cuenta o no cala con profundidad en sus crónicas; por ejemplo, el complejo mundo de creencias mágico religiosas nativas.

Porras (1986) manifiesta que la crónica de Cieza debe tomarse como la “entrada de los Incas en la Historia Universal”, pues se trata de la primera historia de los incas generada por las letras europeas. Precisa que El señorío de los Incas es un primer ejemplo de crónica mestiza, pues fusiona la tradición oral del imperio incaico y la escritura española con la que se narran los hechos.

Por su parte, Luis Millones Figueroa, en su libro titulado Pedro Cieza de León y su crónica de Indias (2001), precisamente en el capítulo “Las armas intelectuales”, asume que la conquista del señorío incaico obedecía a un plan providencial para evangelizar y extender la fe católica, puesto que el pueblo incaico era pagano, idólatra y adorador del demonio. Los españoles fueron elegidos para salvarlos, y cualquier derramamiento de sangre de los conquistados era el costo natural calculado por Dios. A decir de Millones, Cieza mismo manifiesta que el todopoderoso le hizo recordar sucesos que ya había olvidado y le conminó a tomar la pluma para registrarlos fielmente. Sin embargo, este esfuerzo para registrar “objetivamente” la historia del Señorío de los Incas requería de un conocimiento profundo de las costumbres, las instituciones y la lengua de la cultura indígena. Otra de las propuestas interesantes que posee el libro de Millones Figueroa, es que aborda El señorío de los Incas desde el lenguaje civil y religioso. Cuando el cronista de Llerena se refiere a los incas desde el lenguaje civil, los resultados son muy favorables para la cultura andina, pues en todo momento muestra su admiración por el gobierno de los incas, el orden de su administración, las estrategias de inclusión y respeto por los pueblos vencidos. En cambio, cuando aborda el mundo incaico desde el lenguaje religioso, los resultados son negativos y perjudiciales, debido a que lo presenta como una sociedad pagana, idólatra y, en muchos aspectos, dependiente de la voluntad del demonio.

Millones refiere que el proceso de asimilación intelectual de la cultura inca al universo cristiano se basa en la incorporación de su tradición oral. En otras palabras, se trata de la “colonización de la memoria indígena”. En este proceso, la escritura alfabética española se apropia de la oralidad incaica, “debido a que esta última ha sido transformada y reformulada bajo una ideología dominante que define su nueva identidad” (Millones, 2001: 157).

Por su parte, Franklin Pease, en el estudio preliminar de El señorío de los Incas (Biblioteca Ayacucho, 2005), valora la labor del Cieza historiador, pues afirma que este cronista nunca pensó en escribir otra cosa más que historia, jamás ficción, ni siquiera cuando se refería a los primeros mitos y leyendas fundacionales. Pease realiza un balance general de toda la Crónica del Perú, motivo por el cual no profundiza demasiado en cada una de las partes. No obstante, en El señorío ensaya una explicación acerca del porqué Cieza compara al pueblo Inca con referentes europeos, especialmente romanos: Cieza quería legitimar la conquista y elevar de manera superlativa la mayor gloria de los conquistadores, por eso buscó información acerca de la antigüedad y grandeza de los Incas e identificó al Cuzco con otra Roma, esto sucede cuando describe los caminos incaicos, por ejemplo.

En su libro Narrativas problemáticas (2006), Lydia Fossa establece una comparación entre los contenidos de las crónicas de Betanzos y Cieza. En la crónica de Betanzos se indica que Atahualpa nació en Quito; La crónica de Cieza, por su parte, manifiesta que lo hizo en el Cuzco. Mientras Betanzos justifica a Atahualpa y presenta a Huáscar como victorioso, Cieza apoya a Huáscar y denigra a Atahualpa. Estas marcadas diferencias llevan a Fossa a concluir que Cieza y Betanzos no consultaron las mismas fuentes ni contaron con los mismos informantes, pues se relacionaron con panacas distintas, de las cuales procedían las nobles nativas que tomaron por mujeres. Por otra parte, Fossa resalta la labor de recopilador de Cieza, “desde que recopila información por encargo de Pedro de la Gasca, Cieza ejerce activamente el oficio de historiador” ( 2006: 76). Sin lugar a dudas, uno de los aportes de Fossa que servirá para la presente investigación, son los silencios narrativos que ella descubre y señala con prontitud, pues Cieza  es incapaz de comprender y transmitir los hechos nativos que recopila. “El autor está configurando su enunciado con temas que guardan alguna similitud con lo que él sabe o ha visto en España. Lo que no tiene sentido ha sido postergado o descartado” (2006: 122)

Por otro lado, respecto de los silencios narrativos, Max Colodro, en su libro El silencio en la palabra. Aproximaciones a lo innombrable (2000), sienta las bases sociales, lingüísticas y filosóficas de todo aquello que no puede ser aprehendido o abarcado por la palabra.

La palabra no logra nunca dar cuenta y agotar la aprehensión de su contexto, de ese universo de sentido en el que tiene su origen pero que inevitablemente se le escurre entre los dedos. El lenguaje aparece siempre demasiado superficial, demasiado definido y definitivo. (Colodro, 2000: 26)


Esa insuficiencia de la palabra para abarcar realidades intrascriptibles se hace más notoria cuando se trata de trasladar los referentes de una realidad lingüística a otra. Y se torna mucho más notoria cuando la primera realidad lingüística es eminentemente oral y se tiene que trasladar toda su cosmovisión e idiosincrasia a otra lengua caracterizada por la escritura. En este sentido, respecto de las consecuencias de la hegemonía cultural del discurso dominante, Martin Lienhard, en La voz y su huella (1992), señala lo siguiente :


No se debe olvidar nunca que en todos los casos, aún en los más favorables, el discurso oral indígena se “petrifica” por su transcripción y se desvía de su público natural (la colectividad indígena) hacia el público elitista de los letrados (1992: 51).


Por último, para Enrique Dussel, en El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del mito de la modernidad (1994), la conquista del territorio americano no solo fue geográfica, sino también ejerció el control de los cuerpos y de los espíritus de los Otros conquistados. Por lo tanto, se trató de la imposición de la propia cosmovisión del conquistador y la negación de lo que no puede asimilar. De este modo, “los indios ven negados sus propios derechos, su propia civilización, su cultura, su mundo, sus dioses en nombre de un “dios extranjero” y de una razón moderna que ha dado a los conquistadores la legitimidad para conquistar” (Dussel, 1994: 68).


3. Los silencios narrativos en El señorío de los Incas

En la Biblioteca de San Lorenzo del Escorial se conserva el manuscrito de la segunda parte de la Crónica del Perú de Cieza, bajo el título original: Relación de la sucesión y gouierno de los / yngas señores naturales que fueron/ delas prouicias delperu y otras / cosas Tocantes a aquel reyno para / el Illmo señor don Juan Sarmiento /Presidente del consejo real deyndias. Lo que cuenta Cieza en esta segunda parte se divide en tres apartados, cada una de ellos con una extensión particular. Del capítulo III (los dos iniciales se encuentran perdidos) al capítulo VIII se narra cómo era el mundo antes de los incas y también se cuenta de la fundación del Cuzco por Manco Cápac. Del capítulo IX al XXX Cieza describe las costumbres y la historia constitucional del pueblo Inca: sus leyes, costumbres, formas de gobierno, construcción de caminos, conquistas, fiestas religiosas, entre otras. La sucesión de los gobernantes incaicos desde Sinchi Roca hasta Huáscar y Atahualpa, y los logros de su gobierno son narrados desde el capítulo XXXI al LXXIV.

Para la redacción de la segunda parte de la crónica, Cieza realizó un importante trabajo de recopilación. Recabó información desde fines de 1547 hasta el año 1550, fecha en que compone El Señorío. Por lo tanto, “es fuente histórica de primera agua. Es resultado de indagaciones in situ, de informes orales recibidos a lo largo de sus viajes, de interrogatorios a curacas provinciales y, sobre todo y sustantivamente, de la relación histórica obtenida en el Cuzco” (Araníbar, 1967: xxiii).

Sin duda, es un gran trabajo de recolección, selección y clasificación el realizado por el Príncipe de los Cronistas, hasta el punto de asumir juicios morales de los datos que transmite. Lo afirmado hasta el momento me lleva a plantearme las siguientes interrogantes: ¿Qué criterios ha tomado Cieza para elegir unos datos y desechar otros? ¿Es posible que basado solamente en testimonios se pueda reconstruir la historia de toda una cultura? ¿Cómo un hombre, que vivió menos de cinco años en el Perú, puede  aprender al detalle la lengua aborigen para trasladar la memoria oral indígena al alfabeto español y censurar informaciones que no concuerdan con su manera de pensar?

Sin duda, han existido muchas barreras de información en la recepción de testimonios y en la redacción final del manuscrito (sin contar con la censura oficial de la corte, pues es sabido que debía someterse a ello un autor que pretendía publicar en la época colonial). Estos hechos omitidos o tergiversados vienen a constituir los silencios narrativos de Cieza, incomprensibles e imposibles de transmitir. En otras palabras, son las “maneras de no expresar la totalidad de la información hasta agotarla” (Fossa, 2006: 64). Por lo tanto, el silencio narrativo es “aquello que no es develado, eso que no es traído desde la oscuridad por efecto de la luz, permanece en la nada, en el vacío interminable de lo innombrable” (Colodro, 2000: 52).

Se ha creído conveniente clasificar los silencios narrativos en tres partes: silencio narrativo cultural, silencio religioso y silencio lingüístico o idiomático. Afortunadamente, las pistas que ha dejado Cieza en su texto nos van a permitir abordar cada una de estas dimensiones con mayor profundidad y certeza.


3.1 Silencio cultural

Acá en estas provincias del Perú, aunque ciegos, los hombres dan más razón de sí, puesto que cuentan tantas fábulas que sería dañosas si las hubiese de escribir (Cieza, 1967: 3 – Cap. III)


El silencio narrativo cultural presente en El señorío de los Incas hace referencia a la cultura y formación occidental de Cieza, la que no hizo posible la comunicación horizontal y plena con los indígenas. Los hechos narrados por los nativos eran distantes de su propia cultura y, por lo tanto, incomprensibles e imposibles de transmitir. Esto lo ha llevado a seleccionar datos coherentes según su idiosincrasia, y a silenciar aquellos que abstrusos para su entendimiento.

A decir de Max Colodro (2000: 27), los ultramarinos se encontraban, por desconocimiento, en la imposibilidad de nombrar al Otro. La cualidad irreductible de lo Otro lo convierte en un campo de realidad incomprensible, siempre presente pero nunca nombrado. Al respecto, Pease (2005) complementa que la visión eurocentrista del cronista, que tiene en cuenta los receptores culturales de su texto, restringe su campo de referencia cuando trata de comprender las costumbres de la civilización incaica, pues “había que explicar América a los europeos; las únicas formas conocidas para ello eran las europeas” (2005: 35).

Por eso, ante la realidad desconcertante de los elementos de la cultura incaica, Cieza toma referentes europeos como patrones de comparación; por ejemplo, cuando los jóvenes de la nobleza inca alcanzaban la mayoría de edad, dice el cronista que son armados caballeros: “aquí les quedó tomar de la bolrra y el ser armados caballeros” (19 - Cap. VII). “Ayar Cachi les hobo dicho de la manera que habían de tener para ser armados caballeros” (23 - Cap. VII). Como se puede referir, el término caballero es precisamente europeo, y hace alusión a una persona que monta a caballo y que, a su vez, es de origen noble. Al parecer, la analogía que establece Cieza se debe al origen nobiliario de los incas.

Por otro lado, el hecho de que Cieza haya comparado a los jóvenes orejones cuzqueños con bizarros caballeros occidentales, se debe a que los conquistadores españoles venían influenciados por lecturas de libros de caballería. Según Pastor (1983), es indudable que los relatos de caballería dieron forma concreta a la imaginación de los españoles de la época que con frecuencia identificaron lo desconocido con elementos fantásticos que estas presentaban de manera más o menos convincente” (239).

Cieza también emplea referentes europeos cuando compara la chicha de jora con un tipo de vino: “y estos días el ayuno las señoras de su linaje han de tener muy gran cuidado en hacer con sus propias manos mucha cantidad de su chicha, ques vino hecho de maíz” (20 - Cap. VII). También aparece esta visión cuando relaciona al gobierno incaico con una occidentalizada monarquía (imperio, señorío, reynado). Por lo tanto, la imagen del Inca resulta siendo la de un rey y la de la coya, la de una reina: “los Incas se coronaban por reyes tomando la corona, que es la borla que hasta los ojos les caía” (28 - Cap. X).

Cieza busca, en todo momento, ser bastante didáctico con sus posibles lectores europeos, pues emplea referentes conocidos y establece una analogía con los elementos y acontecimientos de la realidad indígena. Esto ocurre cuando, en el capítulo XXIII, relata la situación de que los incas respetaron las lenguas aborígenes de los pueblos a los que conquistaban. Sin embargo, tenían estos pueblos la obligación de hablar la lengua general del Cuzco: “Pues está claro que si el Emperador tiene un campo en Italia y hay españoles, tudescos, borgoñones, flamencos e italianos, que cada nación hablará en su lengua […]” (79).

Según Fossa (2006), Cieza  seleccionaba los datos que le permitían construir una historia a la española, con sucesivas dinásticas masculinas, luchas constantes entre señores, ejércitos en pie de guerra siempre en avance y ocupación bélica de nuevos territorios; es decir, la historia de un pueblo ocupado en la consolidación de un imperio. Pease (2005: XXXIII), por su parte, manifiesta que Cieza quería legitimar la conquista y alabar la mayor gloria de los conquistadores, por eso buscó información acerca de la antigüedad y grandeza de los Incas del Cuzco; identificó al Cuzco mismo con otra Roma. Esto se puede comprobar cuando se refiere a la arquitectura de los caminos incaicos, especialmente, cuando se alude al camino que mandó construir Guayna Capac, aquel que va del Cuzco hasta Quito.


¡Oh! ¿Qué grandeza se puede decir de Alexandre, ni de ninguno de los poderosos reyes que el mundo mandaron que tal camino hiciesen, ni inventasen el proveimiento que en él había? No fue nada la calzada que los romanos hicieron, que pasa por España, ni los otros que leemos, para que con este se comparen. Y hízose en más poco tiempo de lo que se puede imaginar. (1967: 214 -Cap. LXIV)


Siempre está presente la visión eurocéntrica del cronista, la visión del vencedor, que lo hace dueño de la verdad y le otorga el derecho de elegir la información que es más verosímil para su historia. A cada instante, la crónica de Cieza hace referencia a su capacidad de evaluador de la pertinencia o verosimilitud de las fuentes consultadas. Teniendo en cuenta su formación cristiana y europea, casi siempre omite o silencia información plena sobre el Otro: “Concluido con algunas cosas que para mi propósito conviene que se escriban, volveremos luego con gran brevedad a contar la sucesión de los reyes…” (1967: 91). Es más, la certeza de que trabaja con el discurso hegemónico hace que algunas cosas que no comprende le parezcan ridículas e hilarantes: “Reídome he de lo que tengo escrito destos indios: yo cuento en mi escriptura lo que a ellos a mí contaron por la suya y antes quito muchas cosas” (1967: 24 - Cap. VIII).

Cieza justifica las omisiones.de información, aduciendo fluidez y concisión narrativa. Dice que contará los hechos “con gran brevedad, sin querer ocuparme en contar cosas menudas de que siempre huyo; y así, con ella misma proseguiré en tratar el reynado de los Incas y la sucesión dellos” (1967: 27 - Cap. IX). En este mismo sentido, el cronista manifiesta que de contar todos los datos que ha recopilado, necesitaría muchísimos tomos para registrarlos:

De las cosas desde rey dicen tanto los indios que no es nada lo que yo escribo ni cuento; y cierto, creo que dél y de sus padres y abuelos se dejan tantas cosas describir, por no las alcanzar por entero, que fuera menester otro compendio mayor que el que se ha hecho. (1967: 233 - Cap. LXIX)


Por ejemplo, en esta cita que cuenta las hazañas conquistadoras de Túpac Yupanqui, Cieza manifiesta que ha omitido datos en aras de la concisión narrativa:

Esta conquista de Quito que hizo Tupac Yupanqui, bien pudiera yo ser más largo, pero tengo tanto que escribir en otras cosas, que no puedo ocuparme en tanto, ni quiero contar sino sumariamente lo que hizo, pues, para entenderlo, bastará lo divulgado por la tierra. (1967: 186 - Cap. LVII)


Sin embargo, la brevedad no solo se debe a la tan mentada fluidez narrativa, sino a la incomprensión de las costumbres incaicas y al hecho de carecer de elementos de juicio propios de la cultura nativa. Por esta razón el cronista recurre a sus patrones culturales europeos para elaborar un texto destinado a lectores del viejo mundo. En este sentido, no toma en cuenta o no profundiza hechos que no tiene por ciertos: “Y aún algunos indios quisieron decir que el un Inca había de ser de uno de estos linajes y otro del otro; mas no le tengo por cierto ni que es más de lo que los orejones cuentan” (1967:111 -Cap. XXXII). Por lo tanto, Cieza solo narra en su crónica lo que puede explicarse; el resto, sencillamente (¿o responsablemente?) lo omite:


Muchas historias y acaecimientos pasaron entre los naturales destas provincias en estos tiempos; mas, como yo tengo por costumbre de contar solamente lo que yo tengo por cierto según las opiniones de los hombres de acá y la relación que tomé en el Cuzco, dejo lo que inoro e muy claramente no entendí y trataré lo que alcancé, como ya muchas veces he dicho” (1967:, 138 -Cap. XLI)

               
Por otro lado, de todas las fuentes recopiladas, Cieza dio prioridad a la información proporcionada por la nobleza incaica. Por este motivo, El Señorío de los Incas “acusa en cada página la impronta de esa historia selectiva y deformadora, con que la élite se concedía los prestigios de un pasado paradigmático y que daba a la casta reinante un origen divino y un patrimonio de hazañas y de triunfos” (Araníbar, 1967: xxviii).


Entre los más ancianos del pueblo se trataba sobre qué tal había sido la vida y costumbres de su rey ya muerto y qué había aprovechado a la república o qué batalla había vencido que dado se hobiese contra los enemigos; y tratadas estas cosas entre ellos, y otras que no entendemos por entero, se determinaban, si el rey difunto había sido tan venturoso, que dél quedase loable fama, para que por su valentía y buen gobierno meresciese que para siempre quedase entre ellos” (1967: 30 - Cap. XI / el subrayado me pertenece).


Este predominio de la visión del vencedor lo lleva a asombrarse de la gran capacidad de entendimiento que tenían los indios encargados de descifrar los quipos, quienes, por más entrenados que estuviesen en su labor de quipo-camayos, no dejaban de ser indios incultos para un europeo como Cieza: “Y luego mandó a sus criados que fuesen por los quipos, y como este señor sea de buen entendimiento y razón para ser indio, con mucho reposo satisfizo a mi demanda” (1967: 36 - Cap. XII).

Por último, el cronista confiesa, muy a pesar suyo, que los incas pueden ser excelentes gobernantes, tanto “que por cierto no es pequeño dolor contemplar que, siendo aquellos Incas gentiles e idólatras, tuviesen tan buena orden para saber gobernar y conservar tierras tan largas”. (77 - Cap. XXII). Cieza tampoco oculta su sorpresa cuando descubre, en las manifestaciones culturales de los vencidos, nociones astronómicas elevadas: “En cosas naturales alcanzaron mucho estos indios, así en el movimiento del sol como en el de la luna” (90 - Cap. XXVI).         


3.2 Silencio religioso

Cieza asume la conquista del Señorío de los Incas como un designio de la providencia para expandir la fe y la religión “verdaderas”. Esto motiva a que todo lo que no se ajuste a sus creencias religiosas sea desechado por ser muy “fabuloso”, o porque en cada uno de los ritos incaicos, como dice el cronista, están presentes el demonio el paganismo y la idolatría. Esto hace que Cieza silencie aspectos importantes de la religión incaica.

Mas lo que vemos y entendemos es que el Demonio tuvo poder grandísimo sobre estas gentes, permitiéndolo Dios; y en estos lugares se hacían sacrificios vanos y gentílicos; por donde yo creo que hasta nuestros tiempos la palabra de Santo Evangelio no fue vista ni oída. (11 – Cap. V)


El tema en el que menos conocimiento (o mayor desconocimiento) acusa Cieza es de la religión de los Incas, “el rico y complejo mundo de creencias mágico- religiosas nativas que solo hoy empieza a comprenderse y que el cronista, católico y español del XVI, desestimó y no pudo penetrar jamás quedándose, en el mejor de los casos, en la corteza del ritual exterior” (Araníbar, 1967: xxviii). Al respecto, el propio Cieza manifiesta lo siguiente:


Muchas fiestas tenían en el año los Incas, en las cuales hacían grandes sacrificios conforme a la costumbre dellos. Y, ponerlas todas en particular, era menester hacer de sólo ello un volumen; y también hacen poco al caso y antes conviene que no se trate de contar los desvaríos y hechicerías que en ellas se hacían (Cieza, 1967: 103 - Cap. XXX)


El silencio religioso también depende de su propia visión de vencedor, y en este sentido la religión de los vencidos es una revelación incómoda a la cual habría que eliminar. Por ende, nada mejor que presentar a la religión incaica como pagana, idólatra e hija del demonio. Al respecto, Dussel (1994) complementa lo siguiente: “Todo el mundo imaginario del indígena era ‘demoníaco’ y como tal debía ser destruido. Ese mundo del otro era interpretado como lo negativo, pagano, satánico e intrínsecamente perverso” (70). Por eso debía negarse totalmente la religión indígena y comenzar de nuevo, radicalmente, con la imposición de la religión de los vencedores, única poseedora de la verdad en cuestiones de fe.

Por otro lado, Cieza desacredita la religión incaica desde sus propias bases y mitos originarios, pues considera que es el demonio quien ordena fundar el señorío incaico. Obsérvese la siguiente cita, cuando habla de los hermanos Ayar, fundadores del ‘reino’ de los Incas.

Podría ser lo que se cuenta de Ayar Cachi y de los otros seres encantadores, que sería causa de por parte del Demonio hacer lo que hacían. En fin, no podemos sacar dellos otra cosa questo” (Cieza, 1967: 17 - Cap. VI)
Ayar Cachi que sin duda debió ser algún demonio, si esto que cuenta en algo es verdad, y, permitiéndolo Dios, debajo destas falsas apariencias les hacía entender su deseo, quera que le adorasen y sacrificasen, ques lo quel más procura (Cieza, 1967: 19 - Cap. VII)


En este sentido, la religión del señorío conquistado por los españoles tenía que ser sometida o debía desaparecer. En esto hay una enorme diferencia de los tratos que tenía el Inca cuando quería expandir su territorio, puesto que siempre respetaba los dioses y las creencias religiosas en general de los pueblos conquistados. Por otro lado, es importante afirmar que la conquista espiritual llevada a cabo por los españoles era bastante débil, debido a que solo pretendía reemplazar, con uso desmedido de la violencia, la antigua visión del mundo andino. Es decir, no proponía una visión conciliadora de ambas culturas. Si hubo algún sincretismo en lo religioso, y cuyas manifestaciones aún se conservan hasta hoy, se debió gracias al interés de los vencidos por no perder del todo su cosmovisión.

Cieza manifiesta un total desprecio por los ritos, los dioses, los mitos, las creencias indígenas. Tal vez por desplante de vencedor o por desconocimiento, lo cierto es que asume los ritos indígenas como paganos y demoníacos, y más precisamente cuando se trata de asuntos en los que hechos del futuro pueden ser profetizados por ciertos agentes indígenas, ya que los asuntos de adivinación y vaticinios eran considerados de dominio diabólico: “El Demonio tuvo grandes tiempos poder grande y hablaba por boca de los falsos sacerdotes que para servicio de los ídolos en él estaban” (Cieza, 96 - Cap. XXVIII).


y en rededor de cada bulto destos reyes estaban sus mujeres y criados, y venían todos, aparejándose allí su comida y bebida, porque el Demonio debía de hablar en aquellos bultos” (Cieza, 1967: 32 - Cap. XI)

Dábase grande crédito a lo que el Demonio decía por sus respuestas y, a tiempos, se hacían grandes sacrificios de aves y ganados de otros animales. (Ibídem, 97 - Cap. XXVIII)


Sin embargo, el Dios de ultramar es tan grande y todopoderoso que nada puede hacerse sin su consentimiento:

Preguntándoles yo muchas veces si alcanzan quel Mundo se ha de acabar, se ríen; y sobre esto saben poco, y si algo saben, es lo que Dios permite que el Demonio les diga. (Ibídem, 90 - Cap. XXVI)


El rito religioso incaico estaba poblado de “desvaríos”. A propósito, Luis Millones (2001) afirma que, si el estudio del Señorío es abordado desde el lenguaje religioso, las conclusiones a las que se debían llegar deberían ser negativas, pues se aborda desde el punto de vista del vencedor; por tanto, las principales manifestaciones incaicas iban a quedar desacreditadas por el discurso teológico dominante.


3.3 Silencio lingüístico

Este silencio narrativo tiene que ver con el hecho de que la lengua materna de Cieza no era el quechua o runa simi. Como es lógico suponer, el cronista necesitaba conocer la lengua nativa a fondo, puesto que era de vital importancia para recabar información de primera mano. El problema estuvo en que la cultura incaica era completamente desconocida para los españoles; por tanto, a nivel lingüístico, no existían los significantes adecuados para trasladar toda la cultura y la cosmovisión andina de la lengua oral quechua al sistema escrito español. A pesar de que el mismo Cieza manifestó en su crónica que se trata de una lengua fácil y simple de aprender, pues “es muy buena, breve y de gran comprensión y abastada de muchos vocablos y tan clara que, en pocos días que yo la traté, supe [lo] que me bastaba para preguntar muchas cosas por donde sea que andaba” (1967: 85 -Cap. XXIV), los métodos empleados para recolectar información dicen lo contrario, pues se valió de intérpretes quechuahablantes, quienes también, a su vez, presentaban el problema inverso. Podemos hablar, entonces, de un doble silencio narrativo.

De acuerdo a lo testimoniado por Cieza, entre sus principales fuentes de información se encontraban los descendientes de Guayna Capac y los nobles orejones cuzqueños. Acerca de su interrelación lingüística con estos últimos, el cronista nos advierte de un silencio idiomático, a tal punto de que no hay retorno de los mensajes en la comunicación: “y no entendían en más de lo por mí dicho en muchas partes desta Historia” (1967: 137 - Cap. XL).

Por su parte, Fossa (2006: 108) rescata la labor de los intérpretes en la elaboración de El Señorío, pues es indudable que sin la ayuda de estos, a quienes no identifica, Cieza se habría quedado sin respuestas. Por otro lado, la opinión que Cieza tenía sobre la oralidad de sus fuentes era, en general, negativa. Esto hace que tenga que enjuiciar y confirmar toda la información que le brindan; por lo tanto, se ve obligado a entrevistar a una mayor cantidad de informantes para obtener consenso.

Y cuentan otra cosa, la cual si es cierta o no sábelo el altísimo Dios que entiende todas las cosas, porque yo [de] lo que voy contando no tengo otros testimonios ni libros que los dichos de estos indios. (1967: 6-Cap. IV)


No obstante todos los silencios explicados en el presente trabajo de investigación, El Señorío de los Incas también manifiesta, en muchos capítulos, un interés explícito por reivindicar la imagen del indio. Un ejemplo claro aparece al final del capítulo XXV cuando, a pesar del sentido providencial que le asigna a la conquista, Cieza hace, a nombre de sus congéneres, un sorpresivo mea culpa:

Pero dejemos lo que se ha hecho a Dios, quél sabe por qué (…) y supliquémosle nos dé su gracia, para que paguemos en algo a gentes que tanto debemos  y que tan poco nos ofendió para haber sido molestado de nosotros, estando el Perú y las demás Indias tantas leguas d’España y tantos mares en medio. (Ibídem, 88)




Conclusiones

1.    En el Señorío de los Incas de Pedro Cieza de León se establecen los silencios narrativos cuando el cronista manifiesta su ideología eurocéntrica (visión del vencedor) y omite información, ya sea por ignorancia o desdén, sobre el Otro conquistado. La visión eurocentrista del cronista restringe su campo de referencia cuando trata de comprender las costumbres de la civilización incaica, pues sus únicos referentes culturales inmediatos son los europeos.

2.    El tema en el que menos conocimiento acusa Cieza es sobre la religión de los Incas. Este silencio narrativo religioso también depende de su propia visión de vencedor, y en tal sentido la manifestación religiosa de los vencidos resulta siendo una revelación incómoda a la cual habría que eliminar. Por ende, creyó conveniente presentar a la religión incaica como pagana, idólatra e hija del demonio. Por eso debía negarse totalmente la religión indígena y comenzar de nuevo a través de la imposición de la religión de los vencedores, única poseedora de la verdad en cuestiones de fe.

3.    Cieza, como todo español testigo de los primeros años de la conquista, no poseía más que referentes culturales europeos para entender la cultura incaica; por tanto, a nivel lingüístico, no existían los significantes adecuados para trasladar toda la cultura y la cosmovisión andina de la lengua oral quechua al sistema escrito español, aun cuando el propio cronista adujera que conocía a profundidad la lengua general de los incas. Aquí aparece un silencio narrativo importante, puesto que Cieza no poseía la principal herramienta (lengua materna quechua) para aprehender y asimilar de manera íntegra todo el universo andino.

4.    Cieza presenta una concepción negativa sobre la oralidad de sus fuentes indígenas, a pesar de haber empleado intérpretes. Esto hace que tenga que enjuiciar y revalidar toda la información que le brindan; por lo tanto, se ve obligado a entrevistar a una mayor cantidad de informantes para obtener consenso en los datos recabados.


Referencias    

                                                                   
A)   Primaria

CIEZA DE LEÓN, Pedro
1967   El señorío de los Incas (2.ª parte de la Crónica del Perú). Lima: Instituto de Estudios Peruanos.


B)   Secundarias

ARANÍBAR, Carlos
1967   “Introducción” En: El señorío de los Incas (2a parte de la Crónica del Perú). Lima: Instituto de Estudios Peruanos.

DUSSEL, Enrique
1994  El encubrimiento del otro: hacia el origen del mito de la modernidad. Quito: Ediciones ABYA-YALA.

FOSSA, Lydia
2006  Narrativas problemáticas. Los inkas bajo la pluma española. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú - Ediciones Instituto de estudios Peruanos. Serie: Lengua y Sociedad 23.

LIENHARD, Martin
1992  La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-cultural en América Latina 1492-1988. Lima: Editorial Horizonte. (3era Ed.)

MILLONES FIGUEROA, Luis
2001   Pedro Cieza de León y su crónica de Indias (La entrada de los Incas en la Historia Universal). Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

PASTOR, Beatriz
1983   Discurso narrativo de la conquista de América. Ciudad de La Habana: Ediciones Casa de las Américas.
                                                                                  
PEASE, Franklin.
2005   “Estudio preliminar”. En: Crónica del Perú. El Señorío de los Incas. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.

PORRAS, Raúl.
1986     Los Cronistas del Perú y otros ensayos, ed. y est. prel. de Franklin Pease G.Y., bio-bibliografía de Graciela Sánchez Cerro, Félix Álvarez Brun y Oswaldo Holguín Callo, Lima, Biblioteca Clásicos del Perú, Banco de Crédito del Perú.



[1] Se ha tenido en cuenta, para la lectura planteada en el presente trabajo, la edición de El Señorío de los Incas (1967) publicada en Lima por el Instituto de Estudios Peruanos.
[2] El planteamiento de Araníbar se acerca a la propuesta de Luis Millones (2001), quien brinda la posibilidad de ver El Señorío como una crónica etnográfica.