Muchas son las leyendas que se
han entretejido alrededor de la novela Los
hijos del orden, aparecida por primera vez en Lima en el año 1973. Algunos
hechos fortuitos en la vida del autor al momento de concebir la novela y otros
acontecidos después de su publicación, aparte de la temática de su propia
historia, han llevado a catalogar a Los
hijos del orden como una novela maldita[1]. A continuación,
explicaremos algunos detalles de la génesis y contexto que promovieron tan
oscura denominación.
Premio internacional de novela Primera Plana y
Sudamericana
En el año 1969, Los hijos del orden se hizo merecedor
del primer premio en el Concurso Internacional de Novelas convocado por la
revista Primera Plana y la editorial Sudamericana de Argentina. Si bien es
cierto esta noticia llenó de alegría al autor y de desconcierto a las letras
peruanas, se podría decir que aquí empezó una serie de eventos desafortunados
tanto para el autor como para la obra. Parte del premio consistió en la
publicación de la novela por la prestigiosa editorial Sudamericana; sin
embargo, la dictadura militar de Juan Carlos Onganía cerró la revista Primera
Plana, por ser de oposición. Por esta razón, la novela no fue publicada, los
manuscritos del libro se extraviaron y parte del dinero del premio fue
entregado al ganador algún tiempo después, con un juicio de por medio.
Premio de Novela José María Arguedas
En el año 1973, Los hijos del orden se hizo acreedor al
Premio de Novela José María Arguedas. Este hecho generó polémica, pues algunos
detractores de la novela dijeron que no se le debería conceder el premio a su
autor, debido a que la obra había sido premiada en un concurso anterior. En
realidad, no había ningún impedimento para que a Luis Urteaga Cabrera se le
concediera el premio, pues se trataba, literalmente, de otra novela. Ocurre que
con el cierre de la revista Primera Plana por la dictadura militar argentina,
se perdieron dos de los tres manuscritos de la novela y solamente se pudo
recuperar uno, aunque incompleto. El único camino para recobrar la totalidad de
la historia era escribirla nuevamente. Por tal motivo, no podemos asegurar que
la novela que fue premiada por un jurado presidido por Juan Carlos Onetti era
mejor que la premiada en el concurso José María Arguedas. Finalmente, la
primera edición de la novela vio la luz el mismo año de su premiación, bajo el
sello de Mosca Azul Editores. De esta manera, Urteaga pudo cumplir la promesa
hecha a los niños y adolescentes internos en el centro correccional de Maranga,
la cual consistió en que los lectores del Perú habrían de conocer la
humillación y los maltratos a los que eran sometidos en el centro correccional[2].
Intento de censura e indiferencia de los
intelectuales peruanos
Como el mundo representado de la
novela, en sus dos primeras ediciones, refieren algunos acontecimientos
ocurridos en el año 1972, y hasta aparecen algunos documentos oficiales con el
encabezado de “Año cuarto de la revolución”, los defensores del gobierno
militar de Juan Velasco Alvarado se sintieron aludidos y trataron de
desacreditar a la novela, principalmente porque narra los crueles tormentos que
sufren los menores de edad, internos en el centro de rehabilitación. Debe
quedar claro que la novela no fue prohibida por el gobierno militar peruano de
turno, sino que fue condenada por algunos intelectuales de la época, quienes
trataron de negar por todos los medios que en la correccional de Maranga se
maltrate a los niños y adolescentes internos. Por el contrario, argumentaron
que el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas garantizaba el bienestar
de todos los peruanos, especialmente de los niños y jóvenes. Desde entonces la
mención de Luis Urteaga Cabrera y su novela fue sospechosamente excluida de los
medios de comunicación oficiales.
Por otro lado, los intelectuales
peruanos recibieron con indiferencia la publicación de la novela, pues la
acusaron de ser una copia de los recursos formales empleados por Mario Vargas
Llosa en La ciudad y los perros[3]. Abelardo Oquendo,
uno de los conocedores de la obra de Urteaga, ante estas acusaciones tomó
partido por él y manifestó que en los años sesenta estas técnicas eran de uso
público, pues el boom de la novela
latinoamericana las había popularizado entre los jóvenes escritores.
Urteaga Cabrera es un caso
bastante interesante, porque es él quien mejor resuelve el problema. ¿Qué hace
Urteaga? Entra sencillamente a saco en los aspectos formales de La ciudad y los perros y construye sobre
el esquema y las técnicas de esta novela una completamente diferente.
Totalmente diferente porque el mundo y la visión de La ciudad y los perros no tiene nada que ver con la novela cuyo
andamiaje técnico utiliza. Y me parece que hace bien, porque las técnicas
narrativas pasan a ser rápidamente al patrimonio público. Después de un cierto
tiempo, lo vemos, todo el mundo echa mano a las técnicas de cualquiera.
Inicialmente esto se advierte y entonces se puede decir “la copia”; pero esto
se aprecia como algo que disminuye al autor
solo cuando el empleo de las técnicas, el saqueo de las técnicas no sirve a un
contenido diferente o al descubrimiento de un nuevo mundo. En Urteaga se da ese
descubrimiento. (Oquendo, citado por Abanto, 2005: 175).
Por lo tanto, se puede afirmar
que Los hijos del orden le debe el
empleo de algunos elementos formales a La
ciudad y los perros, pero en este mismo sentido, como todo novelista
dedicado a su oficio, también le es deudor a los demás autores del boom y a los maestros de estos: Dos
Passos, Faulkner, Joyce, Wolf, entre otros.
La historia narrada es maldita y pesimista
Se dice que la violencia que recorre las páginas de la novela y el cruel destino que el autor depara a sus personajes no llegó a convencer ni a complacer a sus lectores, razón por la cual la novela cayó en el olvido. Esta afirmación tiene una certeza a medias, pues recordemos que la novela obtuvo dos premios de relevancia, uno nacional y otro internacional, y que complació los juicios estéticos de José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo y Alberto Escobar, por el lado nacional y de Juan Carlos Onetti, Severo Sarduy y María Rosa Oliver, por el lado internacional.
Por otro lado, es cierto que la
violencia y la crudeza recorren las páginas de la novela, y esta se intensifica
cuando se trata de violencia desplegada por parte de los agentes represores del
Estado en contra de niños y adolescentes que han sido arrojados al mundo
marginal y delincuencial. En el epílogo
de la novela de la edición definitiva, el propio Urteaga Cabrera manifiesta lo
siguiente:
La crueldad, las torturas y el
dolor no son atributos de la condición humana, y causarlos o aceptarlos con
frialdad es propio de psicópatas. Los lectores no lo son. Son seres sensibles
que pretenden defenderse de las agresiones del mundo. No siempre lo consiguen,
por supuesto. Esto es lo que ocurre con Los
hijos del orden. Algunos cuentan que la leyeron llorando debido a la
angustia y horror que les ocasionó. No han sido los únicos, a mí me ocurrió
otro tanto cuando la escribía. Así que entiendo que no hayan podido soportar
las atrocidades que encontraron en la novela. (2014: 368)
Por otro lado, como lo manifestó
el propio autor, la violencia que contiene la novela no fue inventada ni mucho
menos se distancia de la realidad del mundo representado. Es un componente
antiguo y permanente de nuestra sociedad y de sus instituciones; por eso su
discurso llegó a incomodar a las autoridades de turno que defienden un solo
tipo de orden, aquel que somete y mantiene callados a los sujetos subalternos
de nuestra sociedad.
Finalmente, si algo de maldición
tiene la novela, es que, a decir del propio autor, no contribuyó a cambiar las
condiciones de vida de los niños y adolescentes que pueblan las celdas de la
prisión-reformatorio. Recordemos que su discurso no llegó a ser masificado por
ediciones ni tirajes numerosos. Hasta la fecha, Los hijos del orden, esta gran novela peruana que fue
sistemáticamente excluida del canon de la literatura oficial, solamente ha
tenido tres ediciones que no han sobrepasado los mil ejemplares por cada una de
ellas.
Referencias
URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Mosca Azul
Editores, 1973.
URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Arteidea Editores,
1994.
URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Editorial
Casatomada, 2014.
[1] El propio Luis Urteaga
Cabrera cuenta cómo surgió tal apelativo a esta novela: “Con la misma
arrogancia con que en otro momento rechazaron las crónicas tildándolas de
mentirosas, algunos periódicos dijeron que Los
hijos del orden era una novela maldita y su publicación, un escándalo. Que
las historias que contaba eran inmorales y su lenguaje asqueroso, y que en vez
de figurar en las librerías respetables, debía estar en las veredas de las
calles, junto con otras publicaciones nauseabundas” (2014: 366-367).
[2] No olvidemos que uno de los objetivos
de Urteaga era poner en evidencia la existencia de una política tipificada en
la violencia, la crueldad y la muerte; la cual era direccionada desde la
institucionalidad carcelaria con la finalidad de regular el comportamiento de
menores delincuentes.
[3] Entre estos recursos formales se pueden
citar algunas técnicas narrativas como la ruptura de la estructura lineal del
relato, la presencia de diferentes voces narrativas y el manejo varios tiempos
en el relato, el contrapunto de diálogos y discursos, entre los más
principales.
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