La novela de la prisión (primer acercamiento)
La
novela de la prisión es aquella producción narrativa que direcciona sus recursos
estilísticos y temáticos en retratar el universo carcelario. La cárcel, dentro
de la narrativa peruana, mayormente se presenta vinculada al testimonio
político. Para realizar un estudio de la literatura carcelaria se debe tener en
cuenta el espacio en el que fue concebida la obra, pues al tratarse de una
prisión, su proceso de creación se encuentra contextualizado por un ámbito
marginal y periférico, excluido del centro conservador y civilizado[1].
Por lo tanto, constituye un espacio prohibido y desautorizado para la
elaboración de discursos oficiales, pero no incapaz de ser representado en la
diégesis ficcional de un texto narrativo. Esta información es importante, pues
nos sitúa en los lugares en los que se produce este tipo de literatura, los mismos que
pueden ubicarse tanto al interior (in
situ) como al exterior de la prisión (ex
situ). Sin embargo, también existen textos creados entre el adentro y el
afuera de la zona de reclusión. Estos presentan diferencias marcadas. Según Casado (2016),
cuando la escritura se produce dentro de la prisión, esta regularmente procede
de un acto impulsivo, delirante y furioso; en cambio, cuando el proceso
creativo se produce fuera del espacio carcelario, esta se torna un acto
exorcizador y curativo (46).
Por otro lado, resulta importante precisar que la literatura gestada al interior de la prisión forma parte de un campo marginal y clandestino, en el cual el autor toma y valora todos los elementos que le permitan desarrollar su escritura (cartones, servilletas, papel higiénico, sábanas, etc.), urgido por transmitir un mensaje. Por otro lado, la escritura desarrollada fuera del espacio carcelario tiende a convertirse en una escritura testimonial, con ánimos reivindicativos y de denuncia, que busca perennizar un mensaje para las demás generaciones.
A
nivel latinoamericano, la novela de la prisión cuenta con una rica tradición en
obras y cultores. Una de las primeras novelas del siglo XX que se ocupó del
tema carcelario es Puros hombres (1938), del poeta y narrador venezolano Antonio
Arráiz. Otro texto importante que sigue la misma tradición es Hombres sin mujer (1938), del novelista
cubano Carlos Montenegro. El narrador ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco
desarrolla la misma problemática en su novela Hombres sin tiempo (1941). Los narradores chilenos María Carolina
Geel y Volodia Teitelboim mostraron toda
la crudeza de su reclusión en sus testimonios Cárcel de mujeres (1956) y La
semilla en la arena (1957), respectivamente. Una obra importante de la
literatura mexicana que se configura dentro de esta tradición es El apando (1969), novela que José
Revueltas publicara desde la cárcel. Por otro lado, el costarricense José León
Sánchez recrea el mundo de la prisión que le tocó vivir cuando fue condenado a
cadena perpetua en La isla de los hombres
solos (1969).
Resulta interesante afirmar que todos los autores citados en el párrafo anterior han sufrido de cárcel y persecución política en cada uno de sus países. En este sentido, la prisión se evidencia como experiencia necesaria que impulsa una creación testimonial que busca trascender el espacio carcelario. Por otro lado, demás está decir que las novelas mencionadas encuentran su génesis en las constantes dictaduras que asolaron al continente latinoamericano desde las primeras décadas del siglo XX. Por lo tanto, cabe afirmar que la prisión es tratada como la representación metafórica de un contexto histórico concreto, el cual puede ser rastreado a partir de los diferentes elementos enunciados en la realidad representada.
En la literatura peruana no son muchas las novelas que abordan el horror de las cárceles visto desde adentro, es decir, narrado a manera de testimonio por los propios internos, quienes desempeñan los roles principales de los hechos que se cuentan. Un corpus importante para este tipo de novelística estaría conformado por Hombres y rejas (1937), de Juan Seoane; La prisión (1951), de Gustavo Valcárcel; El sexto (1961), de José María Arguedas; Los hijos del orden (1973), de Luis Urteaga Cabrera y Las cárceles del emperador (2002), de Jorge Espinoza Sánchez. Nuestro estudio buscará dialogar con el mundo representado de Hombres y rejas, La prisión y El sexto, pues, a parte de ser anteriores a Los hijos del orden (detalle valioso que nos permitirá rastrear alguna influencia en la concepción de la novela), desarrollan historias que no se apartan de la línea temática planteada por el texto de Urteaga Cabrera –pero con marcadas diferencias que luego se explicarán- y que se aproximan al espacio carcelario desde distintos lugares de enunciación.
La
primera edición de Hombres y rejas
(1937), de Juan Seoane, fue publicada en Chile por la editorial Ercilla, y
cuenta con el prólogo de Ciro Alegría. Esta novela narra el encarcelamiento
injusto y los duros tratos a los que son sometidos un grupo de presos políticos
en una cárcel de Lima. Aunque no posee logros estéticos y estilísticos
destacados, se trata de un valioso testimonio que sirve para conocer la
realidad carcelaria a los que eran sometidos los presos políticos durante el
gobierno de Luis Sánchez Cerro[2].
Si bien es cierto esta novela viene a ser un antecedente temático importante
de Los hijos del orden, pues trata el
mundo inhóspito de las prisiones, no parece tener mayor influencia en el mundo
representado de la novela que estamos analizando. Al respecto, me propongo
señalar dos ideas que sustentan mi punto de vista. Por un lado, Hombres y rejas narra el tormento de presos
políticos que han sido encarcelados por ser peligrosos para la estabilidad de
un régimen; entonces, a nivel de constitución de personajes estamos ante
sujetos adultos que conocen sus derechos, por eso el trato que se les brinda
difiere del que se les otorga a los presos comunes. La otra idea que es
importante precisar es que, producto de este trato diferenciado, el preso
político tiene derecho a pensar, reflexionar y evaluar su futuro, lejos de la
desesperación, como quien sabe que tarde o temprano el sufrimiento terminará.
En este sentido hasta se percibe una óptica positiva de la prisión:
Han pasado muchos meses y han sucedido muchas cosas. Se desglosan los
días y a través de las rejas de nuestros calabozos seguimos leyendo el libro
negro de la vida. Se fue el dolor y la inquietud se fue también. La sujeción de
las rejas no doblega: educa. Frena la desesperación. Quince meses aislados en
las celdas; sentir despeñarse los días cargados de sucesos. La angustia, algo a
lo que debe parecerse la agonía, temblaba a veces en nosotros, y nunca pudimos
salir al encuentro de una noticia, ni calmarnos en la precipitación de ir a
buscar más lejos la verdad de cada acontecimiento. Todo ha tenido que esperarse
con la paciencia encadenada a la celda. (1937:188)
A diferencia de lo señalado en el texto de Seoane,
el mundo representado de Los hijos del
orden brinda una realidad completamente distinta y desoladora. En primer
lugar, no es un texto exclusivamente carcelario, pues desarrolla otros tópicos
igualmente importantes. Las personas privadas de su libertad no son adultos,
sino niños; no son letrados, sino analfabetos; no conocen sus derechos, y si
los conocieran tampoco serviría de mucho, pues no tienen voz ni representación
legal. En segundo lugar, estos niños y adolescentes también reflexionan acerca de
su destino en la prisión, pero con la certeza de que solamente saldrán de allí
muertos, debido al salvajismo -producto de las represiones- con que los tratan en el centro de
rehabilitación.
En la novela La
prisión (1951), Gustavo Valcárcel continúa con la línea del realismo
político planteado por Seoane. El estilo de Valcárcel es más artístico y el
manejo de los personajes es más logrado. Esta novela presenta la narración
testimonial de su autor, recluido en prisión debido a razones políticas. A
diferencia de la novela de Seoane, La
prisión ya no se preocupa solamente por representar la realidad de los
presos políticos y de denunciar a un determinado régimen, también extiende la
comprensiva mirada hacia los demás pabellones en donde se encuentran los presos
comunes, sumidos en un mundo violento y repugnante.[3]
En la madrugada, Froilán es asaltado por dos sombras en la escalera de caracol. Le amarran un trapo en la boca y lo arrastran hacia una de las celdas del primer piso. En el camino le van sacando el pantalón y palmeándole las nalgas. Se oye un ruido bucal que pugna por salir y... nada más. Antes de las seis de la mañana, Foilán arrastra su cuerpo, como un reptil, por la escalera de caracol y con dirección al tercer piso. Sus fundillos están rojos de sangre y húmedos de semen, los ojos nublados por el llanto, las manos arañadas por la lucha. Sólo musita: No lo creo-. Y el mundo sigue girando. (1951: 17)
A pesar de que se trata de una novela que temáticamente se encuentra en la misma línea que el libro de Seoane, la novela de Valcárcel posee elementos referenciales de abyección y perversión que lo acercan al mundo representado de Los hijos del orden, aunque no es antecedente directo de esta última. Una gran diferencia la constituye el tipo de prisión y la edad de los sujetos recluidos.
El Sexto (1961) es una novela de José María Arguedas que cuenta las duras experiencias de Gabriel, preso político y alter ego del autor, durante su encierro en la conocida cárcel limeña cuya denominación le da el título a la publicación. En esta novela, Arguedas narra su experiencia carcelaria sufrida en esta prisión entre 1937 y 1938. A pesar de ser un texto que también se enmarca dentro del realismo político, El Sexto se diferencia de las novelas anteriores por ocuparse de otros tópicos iguales o más importantes que el político.
El Sexto fue una prisión edificada en tres pisos o niveles conectados entre sí, horizontalmente por puentes o pasadizos. Las celdas semejan nichos por su disposición vertical y por su apariencia a bóvedas de cementerio. Esta estructuración de la cárcel parece obedecer a criterios culturales y excluyentes, pues los denominados presos políticos se encuentran confinados en el tercer piso y conforme se va descendiendo de niveles se podría decir que también va descendiendo la “calidad” de los prisioneros (el segundo piso está destinado para los presos comunes y en el primer nivel se ubican los prisioneros de mayor peligrosidad, entre los que se encuentran homicidas, violadores y proxenetas). Gabriel, personaje principal de la novela, tiene libertad para transitar por los diferentes niveles de la prisión y conocer los distintos problemas que aquejan a otros reos. En tal sentido, puede narrar los horrores y abusos que ocurren en el primer piso, y cómo la corrupción de las autoridades penitenciarias terminan por permitir y generalizar el “reinado” de algunos crueles y sanguinarios cabecillas.
La realidad representada en Los hijos del orden del orden de Luis Urteaga Cabrera le debe más a
El sexto, de José María Arguedas, que
a las dos novelas anteriores, pues trata tópicos como la migración, la prisión,
la perversión y la abyección entre sus referentes principales. No obstante, la
edad de los prisioneros en la obra de Urteaga (todos menores de edad) y el tipo
de prisión que contiene los principales acontecimientos (se trata de un centro
de rehabilitación), hacen de Los hijos
del orden una novela insular dentro del panorama narrativo de la literatura
peruana del siglo XX.
Por lo tanto, podemos concluir que el mundo carcelario representado en la novela Los hijos del orden la convierten en una novela insular dentro de la literatura peruana, debido a que no existe ninguna otra obra -hasta donde se ha investigado- que aborde el universo abyecto de la prisión reformatorio y el destino de sus protagonistas. Actualmente, en la narrativa del norte del país se vienen publicando novelas que recrean vivencias delictivas de menores de edad y que buscan insertarse en el mundo subjetivo de sus protagonistas. Una de ellas es la denominada Cachorro, del excelente narrador trujillano Charlie Becerra Romero, texto que, sin duda alguna, merecerá una lectura independiente.
ABANTO, Luis. “Espacio
carcelario y no-discurso del otro marginal en Los hijos del orden de Luis Urteaga Cabrera”, en: Intermezzo Tropical, n.° 3 (2005), pp.
51-58.
URTEAGA,
Luis. Los hijos del orden. Lima,
Mosca Azul Editores, 1973.
[1] Recuérdese que las cárceles fueron
construidas en las afueras de la ciudad. Ahora, con el crecimiento demográfico
y las necesidades de vivienda, las distintas prisiones han terminado de manera
paradójica casi en el centro mismo de la urbe.
[2] Hombres y rejas
es un texto importante de la narrativa política del Perú. Se trata de un
testimonio del propio Seoane, condenado a muerte por ser opositor al régimen de
Sánchez Cerro. Esta novela fue escrita en poco más de dos meses, que
constituyen la fecha de prisión y sentencia de Juan Seoane hasta la fecha en que se le conmutó la pena y se lo echó del país.
[3] La narración de esta realidad es complementada de
manera magistral por José María Arguedas en su novela El Sexto.
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