Friday, October 25, 2019

Comparación entre las ediciones de Los hijos de orden, de Luis Urteaga Cabrera



Hasta la fecha, la novela Los hijos del orden ha sido publicada en tres oportunidades. La primera edición apareció en Lima, en el año 1973, bajo el sello de Mosca Azul Editores. Esta edición se caracteriza porque en su portada el título de la novela está escrito en letras rojas sobre fondo claro, y en la parte central aparecen dos manos juveniles engrilletadas por pesadas esposas. La segunda edición del libro apareció en el año 1994, también en Lima, bajo el sello de Arteidea Editores. La carátula de esta segunda edición tiene fondo negro, el título de la novela está escrito en letras de color blanco, sobre las cuales aparecen manchas de color rojo, en clara referencia a sangre derramada; no aparece ninguna imagen como complemento del paratexto. La tercera edición, llamada también la definitiva por sus editores, apareció en una coedición a cargo de las editoriales Casa Tomada y Cima Books, en el año 2014. En la portada, esta edición presenta una fotografía de Donna DeCesare, en la cual se aprecia a una pandilla de adolescentes con el torso descubierto, en medio de una gresca colectiva. Esta edición cuenta, a manera de colofón, con el testimonio del autor, en el que hace una reflexión sobre la génesis de su novela.

Cabe precisar que las tres ediciones muestran fidelidad y respeto por la trama y desenlace de la historia. El mundo representado es el mismo. También se evidencia un respeto por la estructura de la novela: las tres ediciones conservan su división en tres capítulos. Sin embargo, las diferencias radican en cambios de estilo, función de los personajes y perspectiva del narrador. A continuación, precisaremos las diferencias entre cada una de las ediciones.

Diferencias entre las ediciones de Mosca Azul (1973) y Arteidea Editores (1994)

En estas dos primeras ediciones de Los hijos del orden, aparte de los diseños de las portadas, cuestiones tipográficas y de pertenecer a casas editoras distintas, no se observan mayores diferencias. En lo que corresponde al plano del texto, tenemos que la sintaxis y el empleo del registro léxico es el mismo en toda la novela. Respecto del plano de la historia, tenemos que el mundo representado, el argumento, la estructuración de la trama, el punto de vista del narrador y la actuación de los personajes no ha experimentado variación alguna en las dos primeras ediciones.  


Diferencias entre las primeras ediciones y la edición de Casa Tomada (2014)

Respecto de las dos primeras ediciones, esta tercera edición, denominada también la definitiva, presenta algunas diferencias notables. Estas divergencias no radican en la estructura del texto, pues respeta la división de la historia en tres capítulos consignada en las ediciones anteriores, tampoco a nivel de argumento, pues el mundo representado es el mismo. La edición de Casa Tomada presenta variaciones importantes a nivel léxico y sintáctico, la perspectiva del narrador cambia en muchos pasajes de la novela, así como el comportamiento de muchos personajes. Además, se observan algunas incongruencias en la narración y la presencia de significativas erratas. Estas diferencias van a ser explicadas a continuación.

La tercera y definitiva edición de Los hijos del orden, respecto de las dos ediciones anteriores, presenta una significativa alteración del vocabulario empleado en la narración. A pesar de que se ocupa de contar los mismos hechos, muchos términos han cambiado en esta nueva edición. Por ejemplo, en el primer párrafo de la edición de Arteidea[1], el término que el narrador emplea para referirse a la hilera que hacen los familiares de los internos en el día de visita es “cola”, frente al vocablo “fila” que aparece en la edición definitiva. Por otro lado, se observa que en la edición definitiva se han omitido algunos términos propios de la oralidad. Eso ocurre con la omisión del término “ahora” en este caso: “Una reverenda estupidez esperar que las cosas salgan bien, ahora, después de las innumerables veces que has llegado a su puerta []” (1994: 18); frente a lo redactado en la tercera edición: “Una reverenda estupidez esperar que las cosas salgan bien, después de las innumerables veces que has llegado a su puerta []” (2014: 18). También se aprecia la misma disminución del efecto de la oralidad en la siguiente expresión: “Un raaaato los ojos del hombre están quietos” (1994: 21-22) frente a “Un rato los ojos del hombre están quietos” (2014: 21).

Por otro lado, en la tercera y definitiva edición (2014) se respeta la sintaxis de la lengua andina, pues se tiene en cuenta el orden de los elementos sintácticos, propios del interlecto[2] del quechuahablante que adquiere el español como segunda lengua[3]. Repárese en la siguiente expresión consignada en edición definitiva: “Todito el camino de su mano mi mamita a la Gabriela ha traído” (2014: 21), frente a lo consignado en la edición anterior: “Todito el camino de su mano mi mamita ha traído a la Gabriela” (1994: 21). El respeto por la sintaxis andina también se observa en la siguiente expresión: “Del poncho para que me esté quieto mi mamita me jala” (2014: 21), frente a lo narrado en la edición anterior: “Del poncho me jala mi mamita para que me esté quieto” (1994: 21).

En la edición definitiva se actualiza la ortografía[4] de las diferentes expresiones consignadas a lo largo de la novela. Por ejemplo, el nombre de los cargos, si bien en la época en que se redactó la novela se escribía con letra mayúscula inicial: “El Director medita un instante” (1994: 28), ahora se escriben en minúscula: “El director medita un instante” (2014: 28). Esto también ocurre con los extranjerismos, los cuales aparecen en cursivas en la versión definitiva.

También llama la atención, en la tercera y definitiva edición, la eliminación de los sufijos en quechua de los términos hablados por los personajes andinos. En las primeras ediciones, cuando la mamá de Julián lo envía en un camión rumbo a Lima, lo nombra de la siguiente manera: “¡Julianucha!” (1994: 40); sin embargo, en la última edición se lee: “¡Juliancito!”.

La edición definitiva también se caracteriza por omitir elementos contextuales que impiden situar el mundo representado en un tiempo y espacio  determinados. Esto ocurre en el oficio que Felipe Urquizo, director del instituto de rehabilitación, le dirige al director de tutela del Ministerio del Interior. Respecto de las ediciones anteriores, la tercera edición suprime la fecha del oficio y cambia el nombre del ministerio. Veamos el ejemplo brindado a continuación:

El encabezado del oficio que aparece en la edición del año 1994, en la página 46, dice lo siguiente:

AÑO CUARTO DE LA REVOLUCIÓN

Lima, 30 de marzo de 1972

Of. N° 73 – IRM
Del        : Director del Instituto de Rehabilitación de Menores Delincuentes
Al          : Sr. Dr. Director de Asistencia y Tutela de Menores.
                Ministerio de Salud
Asunto  : Emite informe sobre hechos fecha 26 –III-72
Ref.       : Su Mm. Nº 136, de fecha 29-III-72

En la versión definitiva del año 2014, el encabezado del oficio que aparece en la página 52 ha omitido la fecha. Se lee lo siguiente:

 AÑO CUARTO DE LA REVOLUCIÓN

Of. N.° 73 – IRM
Del        : Director del Instituto de Rehabilitación de Menores Delincuentes
Al          : Sr. Dr. director de Tutela de Menores. Ministerio del Interior
Asunto  : Emite informe sobre hechos ocurridos el 26 de marzo del pte.
Ref.       : Su Mm. N.º 136, de 29 de marzo del presente

Estas omisiones impiden que se tenga una referencia exacta si se quiere situar el mundo representado de la novela en un contexto histórico determinado. No debe olvidarse que la historia denuncia la injusticia y los excesivos abusos cometidos en contra de menores delincuentes; y más aún si estos actos represivos son realizados como una política de Estado.

Otro asunto que le resta contundencia a la novela en relación al manejo de sus escenarios, es el hecho de omitir, en la tercera edición, el nombre de algunos lugares que sí figuran en las dos primeras ediciones y que le otorgan peso a los referentes de la historia. El caso de La Parada es el que más llama la atención. Este lugar mítico de confinamiento de migrantes andinos y otros sujetos subalternos es suprimido en la edición definitiva, en la que pasa a denominarse simplemente como mercado Mayorista.

La edición definitiva también presenta yerros y acontecimientos inverosímiles en el tratamiento de algunos personajes dentro de la historia. Véase el siguiente fragmento, en el que el Negro, jefe de la banda Los Alacranes, envía a Cabezón a pedir unos cigarros a dos jóvenes dentro de una sala de cine:

Cabezón se ríe en su cara, sorprendiendo, indignado a los muchachos. Pero uno de ellos sabe intuir lo que puede venir porque se aproxima al oído del acompañante.
-     Dale algunos, hombre.
-     ¡No, carajo!- exclama, indignado-. ¡Que se vayan a joder a otra parte estos maleantitos de mierda!
-     Tá bien, valiente –dice Cabezón-. Ya me voy.
Y atraviesa las sombras doblando el cuerpo e inclinando la cabeza con ademanes de extenuación. Aparece ante el grupo emergiendo de la penumbra como una aparición. Mira a todos inexpresivamente, llega ante Cabezón, se detiene.
-     Me tocaron dos vikingos, explica. (2014: 152-153)

En esta escena se aprecia una incongruencia en relación a los personajes que despliegan las acciones. En las dos primeras versiones, Cabezón retorna a la pandilla y le brinda explicaciones al Negro, jefe de la misma. En la versión definitiva, Cabezón retorna a la pandilla para rendirle cuentas de su gestión al propio Cabezón. Esta falta de lógica llama la atención de inmediato.

Por otro lado, en la tercera edición se observa el mismo error en el tratamiento de los personajes, precisamente en la parte en la que se cuenta el robo del auto que hace el Cholón y sus cómplices, el mismo que estaba destinado para rescatar a Guto de la correccional de Maranga, pues desde adentro se había planificado la fuga de los internos de mayor peligrosidad. En la edición definitiva se lee:

El carro comienza a rodar y el hombre grita a todo pulmón que son ladrones. Hace un giro vertiginoso y el motor es un pedo; Cholón, acertaron con el carro, que comienza a abandonar las sombras del parque y la noche se puebla de disparos. En la primera esquina unos brazos se agitan como aspas, Guto abre la puerta y el bulto trepa al carro en movimiento. (2014: 288)

Como se puede comprobar en la lectura de cualquiera de las ediciones, Guto no puede abrir la puerta del auto, pues él en esos momentos permanece recluido en el centro correccional de Maranga, en espera del auto robado para fugar.

También se observan dos incongruencias en el tratamiento de la historia. En la edición definitiva, a pesar de que todos los elementos nos remiten a una realidad representada que podemos situar en tres décadas atrás, en la historia se presentan elementos que no guardan relación con el contexto histórico y social. Un caso que no deja de llamar la atención es la presencia de una computadora en una comisaría: “Mientras uno de los detectives mantiene las manos sobre el teclado de la computadora, el otro se pasea inquieto alrededor de la mujer” (2014: 175). Acerca del mismo hecho, la edición de Arteidea consigna lo siguiente: “Mientras el uno se pasea con inquietud en torno a la mujer, el otro mantiene las manos abandonadas sobre el teclado de una moderna máquina” (1994: 156).

Puede pensarse en una actualización de los referentes en la tercera edición; sin embargo, este no es el caso, puesto que una página más adelante se vuelve a la denominación de máquina de escribir: “El detective joven se dirige a la máquina y se acomoda en el asiento giratorio” (2014: 177).

Otro caso que merece comentarse, en el mismo sentido que el anterior, es la aparición súbita de una colección de videos casi al final de la novela. Esto ocurre en la escena en la que Nora abandona el departamento que su amante, Felipe Urquizo, amobló esmeradamente para ella. Nora toma noción de todos los objetos materiales que va a dejar, pues decidió ocuparse de su propio destino y fugar con Julián Huamán, entonces evoca los momentos en que estos objetos aparecieron en su vida:

De inmediato las primeras sorpresas, el televisor puede ir ahí, corazón, ¿te gusta el modelo? La consola aquí, la vajilla de plata, el módulo de licores y la cristalería, amor, en los estantes de caoba. Tú, exaltada; él, ilusionado como un niño: la cocina eléctrica, el mobiliario de cedro rojo, corazón, un álbum de música moderna, ¿te parece bien? Una colección de videos. ¿Es todo de tu gusto? (2014: 342).

Las dos primeras versiones no aluden a colección de video alguno, sino a una colección de “lompléis” y su respectivo reproductor, elementos más verosímiles para la época del mundo representado:

Se diría feliz, entusiasmado como un niño recuérdalo, mostrándote las primeras adquisiciones, ¿te gusta corazón? Las primeras sorpresas, ¿y esto? Los proyectos, ahí irá el televisor, ¿te parece bien? Y ese era el sitio indicado para la radiola y tú exaltada, indefensa, ¡radiola? Y él claro, amor, o no quieres y además una colección de lompléis. (1994: 324).

La edición definitiva también se permite modificar algunos acontecimientos desempeñados por algunos de sus personajes principales. Por ejemplo, en la edición de Arteidea de 1994, se dice que Nora y Gabriela, esta última hermana menor de Julián, están aprendiendo a leer en una escuelita que se ha abierto en una choza de la invasión, y que las clases son dictadas por un estudiante universitario recién llegado a la barriada:

Otra de las cosas buenas es que la chinita está aprendiendo a leer, a escribir. Con la Nora se va a una escuelita que se ha abierto en una choza. Están hablándome y hablándome para ir; hasta que una noche que vuelvo temprano, voy pues. El profesor, muchacho nomás, recién llegado a la barriada, universitario, dicen. (1994: 272).

En la edición definitiva se presenta una realidad completamente distinta, pues es Nora quien, en su choza, le enseña a leer a Gabriela. Es más, la choza de Gabriela funciona como escuela para otros niños de la barriada que quieran aprender a leer:

Otra cosa buena, Nora está enseñándole a la chinita a leer y escribir en la escuelita que ha abierto en su choza para los niños de la barriada. Mi hermana me habla para ir yo también, pero no puedo por la chamba. Hasta que una noche que no hay trabajo regreso temprano y voy. (2014: 296).


Estas modificaciones no le vienen bien al mundo representado de la novela, pues altera la concepción de los personajes. En las dos primeras ediciones, los niños y adolescentes que desempeñan el rol de personajes principales son iletrados, más aún en el caso de Nora quien logra acceder a una mejor calidad de vida gracias al empleo conveniente de su cuerpo.

La tercera edición también presenta algunas erratas. Las que más llaman la atención son las siguientes: “Recuerda que el que el muchacho que intervino…” (2014: 216); aquí se observa una duplicación innecesaria de términos. Otro caso llamativo se ubica en el primer párrafo de la página 258: “¿Y el panetón que ofrecieron en la inauguración? La boca del cocinero se extiende y aquel tono divertido, sonriente de su voz ¿panteón ha dicho?” (2014: 258); obviamente, en vez de colocar la palabra “panetón” se escribió “panteón”.

Sin duda, la tercera y definitiva publicación de Los hijos del orden, aparecida en el año 2014 bajo la suma de esfuerzos de Casa Tomada y Cima Books, resulta un trabajo de vital importancia para darle vigencia a la principal obra de uno de los mejores narradores peruanos, a quien la crítica ha ignorado casi por completo durante las dos últimas décadas. Sin embargo, también resulta importante precisar que este esfuerzo mereció un mayor cuidado en su edición, pues si las omisiones de fechas y elementos nuevos incorporados al universo narrativo han tenido la intención de actualizar los referentes del mundo representado, estos, en vez de cumplir esa función, se prestan a muchas confusiones al momento de la lectura.


Referencias


URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Mosca Azul Editores, 1973.

URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Arteidea editores, 1994.

URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Editorial Casatomada, 2014.




[1] Como las dos primeras ediciones de Los hijos del orden no han sufrido variación alguna a nivel textual y de argumento, vamos a emplear la edición de Arteidea (1994) como elemento comparativo respecto de las diferencias encontradas en la tercera y definitiva edición de la novela, que apareció bajo el sello editorial de Casa Tomada.
[2] Para Escobar (1978), el interlecto “viene a ser el español hablado, como segunda lengua, por personas cuya materna es una de las dos lenguas amerindias de mayor difusión en el país, o sea el quechua y el aymara, y se encuentran en proceso de apropiación del castellano” (31).

[3] Respecto de la sintaxis del español, en la cual los elementos de la oración presenta el siguiente orden sintáctico: S V O (sujeto verbo y objeto), la sintaxis del quechua presenta la siguiente distribución de los elementos oracionales: S O V o también O S V. Los quechuahablantes que adquieren el español como segunda lengua conservan en esta última los elementos sintácticos de su lengua materna.

[4] Se debe tener en cuenta que la segunda edición de Los hijos del orden es del año 1994 y la edición definitiva es del 2014. Por tanto, resultó necesario que el autor o los editores actualicen la ortografía de los términos que integran la novela, ya que la última ortografía de la lengua española data del 2010 y ha tenido cambios significativos.

Saturday, October 19, 2019

Apuntes en torno a Hijo del desierto, de Miguel Arbildo

Me lo presentaron como el Gallo Giro aquella vez que visité Guadalupe gracias a la amable invitación del poeta Robert Jara. Recuerdo que llegó al bar donde nos encontrábamos y, a pesar de pertenecer a una religión que prohíbe ciertos placeres líquidos, hizo gala de una incipiente apostasía para empinar el codo un par de veces. Luego leyó algunos poemas de tintes costumbristas sobre un gallo de pelea y se marchó (de aquí la razón del apelativo). Durante mucho tiempo lo perdí de vista, hasta que tuve noticias suyas debido a algunos reconocimientos que iba cosechando su trabajo narrativo, lo cual tomé con agrado, pues dejaba entrever una labor disciplinada en el antiguo arte de contar.

Su nombre completo es Miguel Ángel Arbildo Ramírez, pero firma sus textos como Miguel Arbildo. Nació en Chiclayo hace cuarenta y tres años, aunque es guadalupano por adopción. Fue integrante del Grupo Literario Namul; es más, junto a Josué Vallejos logró una resolución de alcaldía (año 2006) en el que se reconocía oficialmente las labores literarias de este grupo de aedos. Arbildo coincide en señalar, al igual que Hemingway,  que las vivencias de la infancia son carburantes que alimentan la buena literatura (canibalización de la infancia, a todas luces). Ha publicado a manera de folletos El jilguero y otros cuentos (2011) y Cerrazón (2015). En febrero de este año dio a conocer, bajo el sello de Ornitorrinco Editores, su novela Hijo del desierto, de la cual nos ocuparemos valorativamente en estos apuntes.

Hijo del desierto es una novela corta o nouvelle, una narración que se ubica entre la novela y el cuento, carente del volumen de la primera, pero con mucho mayor descripción de conflictos y desenlaces que el segundo. El texto da cuenta de las vicisitudes de Fidencio Peña, un humilde poblador de Valle Seco, quien, cansado de la miseria y de los problemas constantes en su familia, un día se armó de valor y decidió partir de su arenal para colonizar otras arenas. Asumió que las discusiones con su mujer y las constantes enfermedades de su hija eran producto de la pobreza, así que esta breve migración significó para él una supuesta ruptura con el infortunio. Esta novela puede considerarse como un canto a las frustraciones de la existencia. Si bien el protagonista intenta de todo para revertir su destino, el desierto le impide salir de su vientre de tórridas arenas.

El mundo representado en la novela parece haber sido sacado de un universo onírico o pesadillesco, muy cercano a lo real maravilloso, categoría propuesta por Alejo Carpentier. Esta categoría plantea la existencia de eventos extraordinarios, buenos o malos, a partir de elementos que forman parte de la cotidianidad. Hijo del desierto tiene mucho de esta perspectiva, pues hace que parezca natural lo que a todas luces resulta extraordinario o insufrible. Esto ocurre, por ejemplo, en los sucesos hiperbólicos que dan cuenta del trabajo incesante de Fidencio en un humilde aserradero, cuando sostiene una titánica gresca con un teniente del ejército o cuando su moribunda hija sana milagrosamente, en pleno acto de migración, gracias al sol inclemente del desierto. 

La historia que relata la novela es lineal y no presenta mayores artificios argumentales. Sin embargo, lo que impide que sea una historia más sobre elementos costumbristas o geográficos, es el acertado empleo del lenguaje. Este pasa de ser un simple medio de representación a convertirse en un poderoso elemento de recreación, es decir, se convierte en otro personaje principal de la obra. Esto le permite al autor enunciar los espacios y la naturaleza de las acciones a partir de la propia conciencia del narrador. Por eso el mundo representado parece tener límites borrosos, propios del sueño. Miguel Arbildo ha logrado configurar un lenguaje poético de gran factura, conveniente en todo momento a las intenciones de su narración. Es el lenguaje de la desesperanza; el lector no puede dejar de angustiarse con las emociones que recrea. Esto ocurre en el siguiente monólogo de Fidencio, cuando no sabe si su hija, que descansa en sus brazos, se encuentra muerta o dormida: 

“Pero en el borroso camino, vi que mi hija cargada en mis brazos parecía no respirar. Quien sabe se había desvanecido bajo el peso del calor. El coraje se me vino al suelo y tuve enseguida que recogerlo para chantármelo a la mala. Luego pensé, escondiendo mi mala sospecha: mi hija solo está dormidita, es eso” (p. 17). 

Según el comentario de contratapa del libro, “el habla rústica y coloquial del lugareño es elevada a un nivel artístico”. Me parece que esto ocurre con todas las buenas historias, pero en el libro de Arbildo hay algo más: el narrador le configura un lenguaje angustiante, preciso para la extensión del texto. Un reto para el autor consiste ahora en evaluar si este lenguaje poético, personal e íntimo, propio de universos cerrados y breves, puede servir para orquestar una historia más extensa. En todo caso, según lo pudimos comprobar, la narración corta le queda bien.

En síntesis, este es un buen primer libro que sorprende por sus muchos aciertos. Arbildo se encuentra muy cerca de construir un estilo personalísimo. Y eso constituye un sello de indeleble originalidad. En otras palabras, Hijo del desierto no hace sino confirmar el excelente estado de salud por el que atraviesa la prosa liberteña. Salud por eso.

César Olivares Acate