Saturday, August 22, 2020

La novela de la prisión

 La novela de la prisión (primer acercamiento)


La novela de la prisión es aquella producción narrativa que direcciona sus recursos estilísticos y temáticos en retratar el universo carcelario. La cárcel, dentro de la narrativa peruana, mayormente se presenta vinculada al testimonio político. Para realizar un estudio de la literatura carcelaria se debe tener en cuenta el espacio en el que fue concebida la obra, pues al tratarse de una prisión, su proceso de creación se encuentra contextualizado por un ámbito marginal y periférico, excluido del centro conservador y civilizado[1]. Por lo tanto, constituye un espacio prohibido y desautorizado para la elaboración de discursos oficiales, pero no incapaz de ser representado en la diégesis ficcional de un texto narrativo. Esta información es importante, pues nos sitúa en los lugares en los que se produce este tipo de literatura, los mismos que pueden ubicarse tanto al interior (in situ) como al exterior de la prisión (ex situ). Sin embargo, también existen textos creados entre el adentro y el afuera de la zona de reclusión. Estos presentan diferencias marcadas. Según Casado (2016), cuando la escritura se produce dentro de la prisión, esta regularmente procede de un acto impulsivo, delirante y furioso; en cambio, cuando el proceso creativo se produce fuera del espacio carcelario, esta se torna un acto exorcizador y curativo (46).

Por otro lado, resulta importante precisar que la literatura gestada al interior de la prisión forma parte de un campo marginal y clandestino, en el cual el autor toma y valora todos los elementos que le permitan desarrollar su escritura (cartones, servilletas, papel higiénico, sábanas, etc.), urgido por transmitir un mensaje. Por otro lado, la escritura desarrollada fuera del espacio carcelario tiende a convertirse en una escritura testimonial, con ánimos reivindicativos y de denuncia, que busca perennizar un mensaje para las demás generaciones.

A nivel latinoamericano, la novela de la prisión cuenta con una rica tradición en obras y cultores. Una de las primeras novelas del siglo XX que se ocupó del tema carcelario es Puros hombres (1938), del poeta y narrador venezolano Antonio Arráiz. Otro texto importante que sigue la misma tradición es Hombres sin mujer (1938), del novelista cubano Carlos Montenegro. El narrador ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco desarrolla la misma problemática en su novela Hombres sin tiempo (1941). Los narradores chilenos María Carolina Geel y Volodia Teitelboim mostraron toda la crudeza de su reclusión en sus testimonios Cárcel de mujeres (1956) y La semilla en la arena (1957), respectivamente. Una obra importante de la literatura mexicana que se configura dentro de esta tradición es El apando (1969), novela que José Revueltas publicara desde la cárcel. Por otro lado, el costarricense José León Sánchez recrea el mundo de la prisión que le tocó vivir cuando fue condenado a cadena perpetua en La isla de los hombres solos (1969).

Resulta interesante afirmar que todos los autores citados en el párrafo anterior han sufrido de cárcel y persecución política en cada uno de sus países. En este sentido, la prisión se evidencia como experiencia necesaria que impulsa una creación testimonial que busca trascender el espacio carcelario. Por otro lado, demás está decir que las novelas mencionadas encuentran su génesis en las constantes dictaduras que asolaron al continente latinoamericano desde las primeras décadas del siglo XX. Por lo tanto, cabe afirmar que la prisión es tratada como la representación metafórica de un contexto histórico concreto, el cual puede ser rastreado a partir de los diferentes elementos enunciados en la realidad representada. 

En la literatura peruana no son muchas las novelas que abordan el horror de las cárceles visto desde adentro, es decir, narrado a manera de testimonio por los propios internos, quienes desempeñan los roles principales de los hechos que se cuentan. Un corpus importante para este tipo de novelística estaría conformado por Hombres y rejas (1937), de Juan Seoane; La prisión (1951), de Gustavo Valcárcel; El sexto (1961), de José María Arguedas; Los hijos del orden (1973), de Luis Urteaga Cabrera y Las cárceles del emperador (2002), de Jorge Espinoza Sánchez. Nuestro estudio buscará dialogar con el mundo representado de Hombres y rejas, La prisión y El sexto, pues, a parte de ser anteriores a Los hijos del orden (detalle valioso que nos permitirá rastrear alguna influencia en la concepción de la novela), desarrollan historias que no se apartan de la línea temática planteada por el texto de Urteaga Cabrera –pero con marcadas diferencias que luego se explicarán- y que se aproximan al espacio carcelario desde distintos lugares de enunciación.

La primera edición de Hombres y rejas (1937), de Juan Seoane, fue publicada en Chile por la editorial Ercilla, y cuenta con el prólogo de Ciro Alegría. Esta novela narra el encarcelamiento injusto y los duros tratos a los que son sometidos un grupo de presos políticos en una cárcel de Lima. Aunque no posee logros estéticos y estilísticos destacados, se trata de un valioso testimonio que sirve para conocer la realidad carcelaria a los que eran sometidos los presos políticos durante el gobierno de Luis Sánchez Cerro[2]. Si bien es cierto esta novela viene a ser un antecedente temático importante de Los hijos del orden, pues trata el mundo inhóspito de las prisiones, no parece tener mayor influencia en el mundo representado de la novela que estamos analizando. Al respecto, me propongo señalar dos ideas que sustentan mi punto de vista. Por un lado, Hombres y rejas narra el tormento de presos políticos que han sido encarcelados por ser peligrosos para la estabilidad de un régimen; entonces, a nivel de constitución de personajes estamos ante sujetos adultos que conocen sus derechos, por eso el trato que se les brinda difiere del que se les otorga a los presos comunes. La otra idea que es importante precisar es que, producto de este trato diferenciado, el preso político tiene derecho a pensar, reflexionar y evaluar su futuro, lejos de la desesperación, como quien sabe que tarde o temprano el sufrimiento terminará. En este sentido hasta se percibe una óptica positiva de la prisión:

 

Han pasado muchos meses y han sucedido muchas cosas. Se desglosan los días y a través de las rejas de nuestros calabozos seguimos leyendo el libro negro de la vida. Se fue el dolor y la inquietud se fue también. La sujeción de las rejas no doblega: educa. Frena la desesperación. Quince meses aislados en las celdas; sentir despeñarse los días cargados de sucesos. La angustia, algo a lo que debe parecerse la agonía, temblaba a veces en nosotros, y nunca pudimos salir al encuentro de una noticia, ni calmarnos en la precipitación de ir a buscar más lejos la verdad de cada acontecimiento. Todo ha tenido que esperarse con la paciencia encadenada a la celda. (1937:188)


A diferencia de lo señalado en el texto de Seoane, el mundo representado de Los hijos del orden brinda una realidad completamente distinta y desoladora. En primer lugar, no es un texto exclusivamente carcelario, pues desarrolla otros tópicos igualmente importantes. Las personas privadas de su libertad no son adultos, sino niños; no son letrados, sino analfabetos; no conocen sus derechos, y si los conocieran tampoco serviría de mucho, pues no tienen voz ni representación legal. En segundo lugar, estos niños y adolescentes también reflexionan acerca de su destino en la prisión, pero con la certeza de que solamente saldrán de allí muertos, debido al salvajismo -producto de las represiones- con que los tratan en el centro de rehabilitación.

En la novela La prisión (1951), Gustavo Valcárcel continúa con la línea del realismo político planteado por Seoane. El estilo de Valcárcel es más artístico y el manejo de los personajes es más logrado. Esta novela presenta la narración testimonial de su autor, recluido en prisión debido a razones políticas. A diferencia de la novela de Seoane, La prisión ya no se preocupa solamente por representar la realidad de los presos políticos y de denunciar a un determinado régimen, también extiende la comprensiva mirada hacia los demás pabellones en donde se encuentran los presos comunes, sumidos en un mundo violento y repugnante.[3]


En la madrugada, Froilán es asaltado por dos sombras en la escalera de caracol. Le amarran un trapo en la boca y lo arrastran hacia una de las celdas del primer piso. En el camino le van sacando el pantalón y palmeándole las nalgas. Se oye un ruido bucal que pugna por salir y... nada más. Antes de las seis de la mañana, Foilán arrastra su cuerpo, como un reptil, por la escalera de caracol y con dirección al tercer piso. Sus fundillos están rojos de sangre y húmedos de semen, los ojos nublados por el llanto, las manos arañadas por la lucha. Sólo musita: No lo creo-. Y el mundo sigue girando. (1951: 17)


A pesar de que se trata de una novela que temáticamente se encuentra en la misma línea que el libro de Seoane, la novela de Valcárcel posee elementos referenciales de abyección y perversión que lo acercan al mundo representado de Los hijos del orden, aunque no es antecedente directo de esta última. Una gran diferencia la constituye el tipo de prisión y la edad de los sujetos recluidos.

El Sexto (1961) es una novela de José María Arguedas que cuenta las duras experiencias de Gabriel, preso político y alter ego del autor, durante su encierro en la conocida cárcel limeña cuya denominación le da el título a la publicación. En esta novela, Arguedas narra su experiencia carcelaria sufrida en esta prisión entre 1937 y 1938. A pesar de ser un texto que también se enmarca dentro del realismo político, El Sexto se diferencia de las novelas anteriores por ocuparse de otros tópicos iguales o más importantes que el político. 

El Sexto fue una prisión edificada en tres pisos o niveles conectados entre sí, horizontalmente por puentes o pasadizos. Las celdas semejan nichos por su disposición vertical y por su apariencia a bóvedas de cementerio. Esta estructuración de la cárcel parece obedecer a criterios culturales y excluyentes, pues los denominados presos políticos se encuentran confinados en el tercer piso y conforme se va descendiendo de niveles se podría decir que también va descendiendo la “calidad” de los prisioneros (el segundo piso está destinado para los presos comunes y en el primer nivel se ubican los prisioneros de mayor peligrosidad, entre los que se encuentran homicidas, violadores y proxenetas). Gabriel, personaje principal de la novela, tiene libertad para transitar por los diferentes niveles de la prisión y conocer los distintos problemas que aquejan a otros reos. En tal sentido, puede narrar los horrores y abusos que ocurren en el primer piso, y cómo la corrupción de las autoridades penitenciarias terminan por permitir y generalizar el “reinado” de algunos crueles y sanguinarios cabecillas. 

La realidad representada en Los hijos del orden del orden de Luis Urteaga Cabrera le debe más a El sexto, de José María Arguedas, que a las dos novelas anteriores, pues trata tópicos como la migración, la prisión, la perversión y la abyección entre sus referentes principales. No obstante, la edad de los prisioneros en la obra de Urteaga (todos menores de edad) y el tipo de prisión que contiene los principales acontecimientos (se trata de un centro de rehabilitación), hacen de Los hijos del orden una novela insular dentro del panorama narrativo de la literatura peruana del siglo XX.

Por lo tanto, podemos concluir que el mundo carcelario representado en la novela Los hijos del orden la convierten en una novela insular dentro de la literatura peruana, debido a que no existe ninguna otra obra -hasta donde se ha investigado- que aborde el universo abyecto de la prisión reformatorio y el destino de sus protagonistas. Actualmente, en la narrativa del norte del país se vienen publicando novelas que recrean vivencias delictivas de menores de edad y que buscan insertarse en el mundo subjetivo de sus protagonistas. Una de ellas es la denominada Cachorro, del excelente narrador trujillano Charlie Becerra Romero, texto que, sin duda alguna, merecerá una lectura independiente.


Referencias bibliográficas

CASADO, Ana. Escritura entre rejas: literatura carcelaria cubana del siglo XX. Universidad Complutense de Madrid, 2016.

ABANTO, Luis. “Espacio carcelario y no-discurso del otro marginal en Los hijos del orden de Luis Urteaga Cabrera”, en: Intermezzo Tropical, n.° 3 (2005), pp. 51-58.

URTEAGA, Luis. Los hijos del orden. Lima, Mosca Azul Editores, 1973.



[1] Recuérdese que las cárceles fueron construidas en las afueras de la ciudad. Ahora, con el crecimiento demográfico y las necesidades de vivienda, las distintas prisiones han terminado de manera paradójica casi en el centro mismo de la urbe.

[2] Hombres y rejas es un texto importante de la narrativa política del Perú. Se trata de un testimonio del propio Seoane, condenado a muerte por ser opositor al régimen de Sánchez Cerro. Esta novela fue escrita en poco más de dos meses, que constituyen la fecha de prisión y sentencia de Juan Seoane hasta la  fecha en que se le conmutó la pena  y se lo echó del país.

[3] La narración de esta realidad es complementada de manera magistral por José María Arguedas en su novela El Sexto.

Friday, June 19, 2020

Las preguntas del Ornitorrinco, de Ricardo Ayllón

Las preguntas del Ornitorrinco


El narrador, poeta, periodista, editor, abnegado padre de familia y mejor amigo Ricardo Ayllón es un infatigable propulsor y promotor de eventos culturales, la mayoría de ellos orientados a brindarnos un panorama de la literatura peruana actual, de la verdadera, digo, la no centralista, la que se ocupa de los desteñidos y sinceros sentimientos y ambiciones del hombre común peruano, la regional, la de autores provincianos. Muestra de ello son los preclaros esfuerzos por dar a conocer a escritores del interior desde Ornitorrinco Editores, su editorial (el nombre de esta entrañable editora ha permitido el parafraseo entre sus amigos más cercanos, tales como Ornitebrinco –cuando se está entre tragos-, Gorditebrinco –cuando porta unos kilitos de más- y Dondetebrinco –cuando nuestro amigo resulta inubicable); Ornitorrinco, por lo tanto, es un importante sello peruano que, pese a las crisis existenciales y económicas de su director, jamás ha claudicado en su noble labor de difusión cultural.

No obstante ser un editor consumado y como para que no digan que ha creado una editorial para publicar sus mismos libros, los textos de Ricardo Ayllón han ido apareciendo en distintas editoriales a nivel nacional y ahora ha tenido el acierto de publicar en un joven sello trujillano que va en camino de trascender: Ediciones Orem, de otro amigo, Oscar Ramírez, con un notable libro de entrevistas: Las preguntas del Ornitorrinco (diálogos con la literatura peruana).

Las preguntas del Ornitorrinco intenta ser un libro de entrevistas formales a escritores consagrados (no oficiales ni veneradas vacas) de nuestra literatura peruana. Digo que “intenta” no como un defecto sino como un acierto, ya que más que un juego de roles de pregunta y respuesta entre entrevistador y entrevistado, esta publicación viene a ser una miscelánea de diálogos entrañables con los espíritus sencillos y trashumantes o con los egos de cada autor. Además, el buen Ricardo cuenta con algo a su favor: su labor de escritor le permite elaborar las preguntas adecuadas y rastrear el alma de sus colegas de oficio y beneficio. ¿Beneficio?

Las preguntas del Ornitorrinco son claras, precisas, sencillas, algunas condescendientes y otras que buscan la polémica. Las preguntas del Ornitorrinco aperturan el diálogo, estimulan la capacidad comunicativa, provocan la incontinencia verbal (esto lo podemos comprobar en las respuestas de Cromwell Jara, de Oswaldo Reynoso y de Ricardo Vírhuez). Las preguntas del Ornitorrinco son tan certeras y direccionadas que arrancan frases como: “La religión es el principal agente idiotizador del hombre” (Marco Cárdenas), “Mientras exista una sociedad con esperanza, estará presente la voz del poeta” (Julio Carmona), “Escribir es un privilegio que Dios me dio y no he desaprovechado” (Rosa Cerna Guardia), “La inteligencia es a veces un estorbo para la literatura” (Cronwell Jara), “Voy a morir siendo pesimista” (Carlos Rengifo), “El poeta debería ser un combatiente del trabajo cultural” (Jorge Luis Roncal), entre otras.

Cuando acepté presentar el libro, Ricardo Ayllón me dijo que lo leyera con detenimiento, que le interesaban mis opiniones. Sin embargo, poco es lo que se puede opinar de un libro de entrevistas. Aquí lo más importante, a mi modesto entender, son las respuestas de los entrevistados. Podemos resaltar sí los giros formales y la pericia del indagador para hacer que la entrevista adquiera tono de confesión y una subjetividad preciosa. Y qué bueno. La mayoría de las veces logra su cometido, pero hay otras en que por el tiempo y el espacio en que han sido realizadas (dígase caminando por un pasillo, o apurados porque ya empezaba una conferencia o porque finalizaba), donde los dialogantes se muestran apáticos o muy breves y no se dejan escarbar ni abarcar como el ornitorrinco lo hubiese deseado.

En conclusión, Las preguntas del Ornitorrinco (diálogos con la literatura peruana) es un libro importante en nuestras letras, pues recoge la voz y las mejores impresiones de importantes escritores peruanos. Diremos también que si el libro presenta grandes aciertos se debe a que Ricardo Ayllón no es novel en estos asuntos; por el contrario, es un viejo zorro, un veterano lobo de estepa, un sobreviviente indemne de las causas imposibles en el mundo del periodismo. Ha trabajado en La Industria de Chimbote, ha coeditado la revista Arteidea y ha escrito un libro de crónicas periodísticas.
Bien por él y felicitaciones al editor de este notable libro.

Wednesday, February 26, 2020


Apuntes en torno al poemario El libro de los fuegos infinitos, de James Quiroz


De modo arbitrario, pienso que los poemarios o colecciones de poemas, por más breves que estos sean, deben demandar del lector un abordaje atento en el cual este reconozca y problematice sus emociones y pueda, además, conmoverse a partir del diálogo con todo tipo de referentes que el texto ofrezca, digo, si los versos están en condiciones de plantear esta experiencia. Por tal motivo, dudo mucho de los libros de poesía que pueden ser leídos de un solo tirón. A la buena poesía siempre se retorna, y de manera lenta, pues cada lectura significa un descubrimiento y disfrute constantes.

El libro de los fuegos infinitos (Celacanto, 2018), de James Quiroz, es un poemario breve de cincuenta páginas, conformado por veinticinco poemas de diferente factura, variada temática y disímil extensión, el cual, afortunadamente, no pude terminar de leer de un solo tirón. Debo confesar que me llevó un tiempo más que prudencial pasar de un poema a otro, esto debido a los tópicos que desarrolla y los referentes culturales e interculturales que recrea el autor en casi todos los textos de este libro. El poemario se caracteriza por no presentar el desarrollo de una sola línea temática, lo cual puede verse como un recurso deficiente en libros breves de poesía, sin embargo, tras una lectura atenta, planteo tres apartados de fuegos infinitos propuestos por el autor, y que son transversales a toda la extensión del texto: a) Testimonio existencial y cotidiano del yo poético, b) Nostalgia por referentes culturales prehispánicos, y c) Construcción de una poética del desencanto.


a.    Testimonio existencial y cotidiano del yo poético

Si bien es cierto toda poesía brinda un testimonio existencial del paso de su autor por diversos avatares, no cabe duda de que el contenido del verso se torna más auténtico cuando en el testimonio se conjugan situaciones que parten de experiencias desgarradoras de su creador y llegan a ser expresadas en grandes productos estéticos. Solo así el poema estará en condiciones de conmover, debido a su verosimilitud, y generar una empatía literaria con el lector (el famoso pacto ficcional, propuesto por Coleridge). En este sentido, Quiroz emplea los versos largos y de ritmo caudaloso para enunciar su testimonio, una confesión reconocible que parte de lo cotidiano. A esta primera parte de su testimonio existencial pertenecen los siguientes textos: “Baladas de los hombres audaces o instrucciones para no morir”, “Un tatuaje en la piel de los incendios”, “Poema ardiendo en la niebla”, “Poema con infancia en la garganta”, “Poema escrito en cables de alta tensión”, “Un soberbio solo estalla en el enjambre de estrellas fugaces” “Wild Is The Wind” y “Madre”.

James Quiroz emplea, para lanzarnos sus fuegos infinitos en este primer apartado, tanto la poesía en verso como en prosa, pero es en el verso donde consigue brindarnos con mayor fidelidad su mensaje. Elige como voz del poema a un enunciatario un tanto desencantado de su propio acontecer. Este yo poético tiene que reinventarse, configurar una nueva existencia a partir de los cambios que experimente en su vida, pero sin olvidar sus raíces: “Tu nombre ha sido limado de la placa escolar. Tienes que empezar de nuevo, vibrar // Aprende a recordarte. A escoger las piedras que levantarán tu fuerte” (p. 8). Sin embargo, lo que sí debe olvidar son las experiencias negativas que no le dejan crecer, “esos venenos” (p. 9) que impiden plantearse nuevas vivencias.

Por otro lado, en este tópico del testimonio, el yo poético asume la vida de modo desencantado, como un “Carnaval de rostros mutilados/ Incendio desafinado de truenos” (p. 10), como alguien que acepta “el vino y la carroña” (p. 10), pero que, sin embargo, en medio de tanto desconsuelo, ha decidido no dejarse vencer, pues invita a la existencia misma a temerle: “¡Tiemblen! ¡Es un hombre a quien enfrentan!” (p. 10). En esta parte también se muestran ciertos rasgos de determinismo, pues le endilga a los hombres la visión griega del destino, lo cual hace casi imposible que el sujeto se ocupe de su propio porvenir, pues lo despoja de toda capacidad de agencia: “Estoy en el camino. A medida que me acerco me alejo y he oído que los dioses sujetan la mano del titiritero” (p. 13).

Para finalizar con este apartado, diremos que los demás poemas seleccionados para el tópico del testimonio existencial no se alejan mucho del discurso analizado. En tal sentido, es un tema recurrente en la poesía peruana desde la década del 70 hasta la actualidad. Lo que hace singular la propuesta de Quiroz es que los límites entre el verso y la prosa se difuminan en sus poemas. Pero esto no confunde al lector, al contrario, le configura un reto que le obliga a dialogar con sus propios criterios estéticos.


b.      Nostalgia por referentes culturales prehispánicos

Este apartado se caracteriza por presentar una poesía cargada de referentes culturales e interculturales de variada índole. Se entiende por poesía intercultural a aquella que es capaz de sostener un diálogo con las producciones simbólicas de la realidad aludida, llámase música, danza, lengua, arquitectura, etc. La gran mayoría de alusiones interculturales en los poemas que vamos a citar se inclinan por la nostalgia hacia el pasado prehispánico, aunque no debe dejar de mencionarse a referentes literarios y musicales de occidente. El tópico de los referentes culturales en El libro de los fuegos infinitos se encuentra conformado por los siguientes textos: “Mi piel es una continua explosión de astros moribundos”, “Poema para ser bailado en carnavales”, “El fin también será nuestra canción”, “Visión de Pacatnamú”, “Chimú Cápac vuelve a su devastado reino (en bus desde Cajamarca)”, “Sacrificio”, “Los futuros desiertos” y “Balada del mar embravecido”.

Quiroz se vale de un yo poético que siente nostalgia por su pasado histórico. Su discurso, sin embargo, no le impide ser crítico con los momentos de barbarie. Al contrario, se reconoce hijo de la violencia, pues solo así una cultura puede someter a la otra, o al menos invisibilizarla, desligitimarla: “Cuánta sed inundó los campos de estiércol. El fuego perpetuo de los dioses arderá en nuestra dura travesía y los cuernos seguirán sonando en el yermo campo de batalla. Y tu voz ensangrentada, amigo, será leña para mis ágiles despojos” (p. 11). El yo poético se reconoce producto del mestizaje, y asume su visión de cronista de la siguiente manera: “Mi voz es el cancionero extraviado de los moros, arde en la escritura extinguida de los muchiks” (p. 11). Luego se presenta como parte de los vencidos, pero orgulloso de sus ancestros: “Un río rojo inunda el poema que se escribe con las pieles de los guerreros chimús que fueron mis ancestros: No queremos nuevos dioses, escupió Minchancaman sobre el joven príncipe, antes de ser esposado con la hermana de su enemigo” (p. 12). 

En este mismo sentido, es interesante el sincretismo religioso que presenta el texto “Visión en Pacatnamú”. En este poema en prosa el yo poético problematiza la práctica de la idolatría tanto del lado monoteísta como del panteísta, ante lo cual se constituye como un sujeto escindido en la fe. Por esta razón, nos describe una visión determinista de la vida: “La vida terrenal fue una trampa urdida por los dioses. LLegamos después de los batracios que se escondieron en el árbol del deseo” (p. 23). Entonces los dioses, cualquiera sea su filiación, sojuzgan, subalternizan y basurizan. La libertad, para el poeta, solo se consigue si uno logra desembarazarse de ellos.

Mención aparte merece el poema “Los futuros desiertos”, en el que el yo poético  describe sus constantes migraciones y cita parte de sus lecturas compartidas con sus compañeros universitarios. Se menciona, por ejemplo, a Ungaretti, Pablo Guevara,Whitman, Rimbaud, Pound, Pizarnik, De Rokha, Hölderlin, Vallejo, Pavese, Baudelaire, Dante, Mahfud, Neruda, Churata, Borda. Demasiada belleza, según el propio poema. No obstante, “La belleza es destrucción y es el camino exagerado de la mente” (p. 43). Por esta razón, el poeta se condena.

Vale aclarar que las referencias interculturales han sido muy empleadas en la poesía peruana del siglo XX. En la poesía liberteña también podemos darnos cuenta del empleo de este recurso que busca dialogar con diversos referentes para otorgarle peso contextual y asidero ambiental a la poesía. Muestra de ello es el trabajo realizado por Ángel Gavidia, Bethoven Medina y Robert Jara, con disímiles resultados. No obstante, las referencias interculturales halladas en los poemas de James Quiroz no buscan problematizar hechos históricos, sino que es un recurso del cual se vale para armonizar diversos mundos representados en el poemario.


c) Construcción de una poética del desencanto

Esta construcción la realiza el poeta de modo transversal en varios de sus textos. Los poemas de los que me he servido para proponer la poética del desencanto son los siguientes: “Poema para liberar a un albatros”, “El fuego en la lengua”, “Poema escrito en el lomo de un equilibrista”, “Y en todos los mares sea la fiesta de la poesía”, “Para bajarle los humos a la poesía”, “Poema par armar/ Telegrama para Xavier Abril”, “El sol de los crepúsculos”, “Y poesía es lo que siento mientras escribo”. En estas creaciones, el yo poético esboza su visión de la vida a partir de la forma en que asume la poesía. 

La poética del desencanto es una visión propia del sujeto juvenil. Como construcción social, este se asume en la obligación de problematizar y censurar todo lo obsoleto en cualquiera de sus ámbitos: social, político, económico, cultural, histórico, etc. La poética que propone James Quiroz se encuentra inmersa en estas motivaciones de la insurrección del subjetivismo juvenil y sus utópicos arrebatos. Por ese motivo, elige un yo poético que denuncie la imposibilidad fáctica de hacer poesía en el país, a pesar del talento y la belleza, y vivir de ella. Tal vez ahora entiendo la razón por la que el autor escribió el siguiente paratexto en la solapa del libro que analizamos: “Este libro es un regalo para los lectores. Su distribución es gratuita”.

En el poema titulado “El fuego en la lengua”, el yo poético manifiesta: “Y cantaré hasta que la muerte invada mis párpados con su ejército inútil desesperado” (p. 17). La poesía es canción, la canción es movimiento, el movimiento es vida. Solo la poesía puede hacer que el ejército de la muerte pierda la calma y la confianza en sí mismo. Puede morir el poeta, pero no su voz. Sin embargo, el desencanto viene al “Imaginar que la melancolía de la soledad es el lugar común de los poetas que ansiaron la luz en una lámpara vacía” (p. 17). Por otro lado, cabe cuestionarse junto al yo poético por la utilidad de la poesía. Entonces no cabe más que la desilusión de entregarse al trabajo creador en un país que no valora este bello oficio. Una muestra ocurre en el poema “Y en todos los mares…”, donde nos dice lo siguiente: “Puedo escribir en el cielo en las estrellas o en las cordilleras eso no es tan difícil la verdad lo difícil es que las cordilleras se despisten y canten y en todos los mares sea la fiesta de la poesía en los amados vértigos” (p. 21). Por lo tanto, ¿qué se puede hacer en esta realidad negativa? ¿Contra quién nos mostramos renuentes? ¿Hacia quien descargamos nuestra frustración? El poeta, con cierto determinismo, asume que la salvación radica en la fe y en la nueva forma en que Dios entienda la justicia: “Todo será poesía cuando agonice el último poeta/ y todo se pinte de un nuevo color la mano de dios” (p. 21). 

Para finalizar, el poema “El sol de los crepúsculos” presenta una marcada poética de la desilusión. Cuestiona el verdadero trabajo del poeta. ¿Su intención es solo mostrar la decadencia? Uno de los versos de este texto dice “Hermosas ruinas profetizaba el poeta” (p. 33). Y si así fuera, ¿cuál sería la trascendencia de su trabajo poético?, si ya no hay coyuntura, si los bardos ya no cantan las injusticias, si “Los poetas se fueron a la guerra en el jardín de su casa” (p. 33) En las líneas posteriores se nos brinda un verso que representa la visión de toda esta poética, pues si “No hay apostillas para la barbarie me niego a escribir un poema” (p. 33). Nada más que decir.


Conclusiones

1. El libro de los fuegos infinitos de James Quiroz es un poemario breve que, a pesar de no profundizar el desarrollo de una unidad temática en particular, no debe pasar desapercibido para la crítica literaria nacional, pues se trata de un producto estético que presenta los buenos oficios de su autor. Los poemas que conforman este libro se sostienen en un punto medio entre la lírica y la épica. Sus figuras son novedosas y el tratamiento variado de sus temas quedan entre la propuesta y la sugerencia.

2. El poemario analizado es esencialmente ecléctico en su concepción y en su temática. Se encuentra escrito en verso y en prosa. Su contenido hilvana testimonio, reflexión, ensayo, emplea referentes interculturales que enriquecen el discurso del enunciatario y propone una poética propia de un determinismo existencial que parte de una visión desencantada de la realidad. Un referente inmediato para la variedad de recursos estilísticos empleado en el Libro de los fuegos infinitos lo encontramos en la poética propuesta por el gran Pablo Guevara en ese poemario monumental denominado Un iceberg llamado poesía.

3. Debido a la presencia del determinismo en las tres estancias analizadas del libro, concluimos que James Quiroz emplea en su poemario el lenguaje de la desesperanza. Asumo que le viene bien por el mundo representado en sus poemas. Sin embargo, el hecho de brindar a su creación una apertura temática mayor, debió otorgarle mayor dinamismo al lenguaje. Esto imposibilita muchas veces que la reflexión llegue a consolidarse en algunos de los textos analizados.

César Olivares Acate

Referencias

Quiroz, J. (2018). El libro de los fuegos infinitos. Lima: Celacanto.