Friday, September 07, 2018

Breves apuntes en torno a Nostalgia de barro, de Robert Jara

Introducción

La poesía es uno de los géneros más sublimes y difíciles de cultivar. Más allá de la flexibilidad de su forma, la innovación de su lenguaje y la sugerencia de su comunicado, el libre albedrío con el que cuenta la convierte en un recurso poderoso de expresión artística. A esto debe sumársele el hecho de que este género contiene las diversas concepciones de la belleza asumidas por el hombre a lo largo de la historia. En este sentido, la libertad que ofrece la poesía ha permitido su evolución y también su equívoco. El canon oficial y no oficial de la poesía peruana está compuesto por numerosos representantes que ofrecen voces originales, y otras que no vienen a ser más que una síntesis de los estilos propuestos por generaciones anteriores. Por ejemplo, el vanguardismo peruano inicial se caracterizó por ser marcadamente indigenista y con gran afluencia de elementos provincianos. Sus autores, la mayoría provenientes del ande (César Vallejo, Carlos Oquendo de Amat, Gamaliel Churata, Alejandro, Peralta, etc.) propusieron un vanguardismo poético sui géneris, pues no llegaron a encasillarse en algunos de los istmos desarrollados por la vanguardia europea. Por otro lado, las denominadas generaciones del 50, 60 y 70 también realizaron grandes aportes estéticos y formas contestatarias de asumir el trabajo poético. A partir de esta base dejada por los grandes representantes de la poesía peruana de la segunda mitad del siglo XX, la poesía actual se muestra mucho más diversa, pero con menos profundidad en su discurso, situación que, asumimos, procede de no experimentar las grandes transformaciones y cambios sociales que les tocó vivir a los poetas de las generaciones precedentes.

En este contexto de lo diverso, aparece Nostalgia de barro, primer libro de poemas de Robert Jara, que posee características formales y temáticas que nos llevan a pensar, en un primer momento, en las propuestas estilísticas del vanguardismo indigenista peruano. No obstante, presenta algunas cualidades que le otorgan cierta independencia a su discurso, lo que lo convierte, a pesar de representar una poética ya trabajada, en una propuesta interesante debido a algunos factores que comentaremos más adelante. Los poemas de este libro se encuentran organizados en tres secciones: “Cantata al silencio”, “Los abuelos de mis abuelos” y “Nostalgia de barro”. Esta última le otorga denominación al poemario completo, lo cual es un acierto, porque presenta de manera adecuada la unidad temática y discursiva propuesta por el autor.


Cantata al silencio

El Diccionario de la lengua española define cantata como la “composición poética extensa, escrita para que se le ponga música y se cante”. Por esta razón, este primer apartado está conformado por un solo poema[1], rítmico y caudaloso, que no llega a ser torrencial por la presencia exclusiva de versos cortos.  El autor, mediante la enumeración de metáforas, anáforas y metonimias (muchas de ellas muy originales) y algunos neologismos, llega a plantear una poética de representación de su pueblo natal (Guadalupe[2]), el que se caracteriza por ser rural, provinciano y litoral. Esta cantata expresa la nostalgia del poeta, quien, para elaborar su discurso, elige una voz que, a la vez que brinda información sobre las diversas características del lugar idealizado, no deja de sorprenderse por cada uno de sus detalles, como si recién los estuviese descubriendo. La presencia de diminutivos que presenta la evocación del terruño deja en evidencia la añoranza que el yo poético siente por cada uno de sus elementos.

Pueblito
polvorientas callecitas
sombreritos de enea
sombreando
hileras de adobes
de caña y
de barro


Sin embargo, la abundancia de estos diminutivos (43 en total), nos lleva a pensar que la voz poética le pertenece a un niño, quien es capaz de sorprenderse ante todo y trata con nostalgia todo lo que recuerda desde su particular visión de infante. Este es uno de los motivos por los que, tal vez, no profundiza en la reflexión de su discurso evocativo, sino que lo representa con marcado exotismo. Esta última característica también se relaciona con su gusto por las culturas precolombinas y sus manifestaciones autóctonas.

Cerrito Namul
flameando
todo el vuelo de tu falda
zapateas y bailas un wayno
con el gran cerro Azul
tu eterna pareja
que hace
mil garabatos
con su pañuelo
de viento

Por supuesto, el poeta es un adulto que recurre a la evocación pura y duradera que uno tiene de un lugar determinado, y esto solo se consigue a través de los ojos diáfanos de la infancia. Como dijimos, esta elección de la voz poética (que puede ser una actividad consciente o inconsciente del creador) muchas veces corre el riesgo de presentar de manera superficial la cosmovisión que se quiere transmitir. Entonces, estamos frente a una experiencia paisajista con pocas interacciones humanas profundas. No obstante, si se realiza una lectura más atenta y se manejan algunos referentes sociales e históricos, se descubrirán fragmentos de singular belleza que denuncian desgarradores y luctuosos sucesos acontecidos en el contexto de la Guerra del Pacífico. Esta segunda lectura nos presenta el fusilamiento de tres ciudadanos guadalupanos a manos de un general chileno, y cuya posterior indiferencia el poeta se encarga de denunciar. Viéndolo desde este punto de vista, se trata de una elegía o, como el autor diría más adelante, de un ayataqui en el que se cuestiona los vacíos de la historia oficial[3].


Se estremece el silencio
tartamudean los fusiles
enjambre de balas
y se desploma brutal
el monolítico tronco
(el silencio no suda ni tiembla)
y se subleva
el martillo sobre el clavo
el clavo sobre el cuero
la historia sobre el olvido


En resumen, la cabal comprensión de “Cantata al silencio” requiere de cierto trabajo de documentación. Este es el reto que nos plantea el autor. Sin embargo, en el poema se debieron consignar otros referentes históricos y culturales (tal vez desarrollarlos o sugerirlos con mayor generosidad) de los sucesos ocurridos en su pueblo natal. Esto beneficiará la comprensión integral de lo representado y guiará con acierto la indagación necesaria. Recordemos que un poema que aborda re-presentaciones históricas desarrolla sus temas como descubrimiento. Cantata al silencio va por buen camino.



Los abuelos de mis abuelos

En el segundo apartado titulado “Los abuelos de mis abuelos”, Robert Jara, en poemas más contemplativos y reflexivos, interactúa con la memoria de sus abuelos primigenios y hacia ellos se dirige: “Abuelo/ beso de espuma/ de hojas/ de piedra”. “Por qué abuelo/ saliste del mar echando espuma”. Esta sección está integrada por cuatro poemas. En “Prefacio” manifiesta las razones por las que su canto debe ser transmitido de modo urgente “a todas las orejas”. El poeta se presenta como el territorio que cobija los acontecimientos importantes de su cultura: “Soy la pampa/ donde desgrano el arcoíris”.  Y no solo eso, también es el pueblo entero con sus variantes y particularidades. En este conjunto de versos, el yo poético se declara mestizo, cholo de todas las sangres. Con esta autoridad ciertamente panteísta, invita a cambiar el cruel destino de los subalternos:  


Ven hermano
                            húndete en mi pellejo
                                    (tu pellejo al fin)
                                     y no sufra más la palabra del mudo[4]


“Cantata al origen” es el segundo poema de esta sección. En este texto, el yo poético se presenta como descendiente de un abuelo milenario y precolombino, quien ha gozado de los paisajes y vivencias ancestrales, integrante de una cultura autóctona y pura, libre de la contaminación del sincretismo cultural y religioso: “Abuelo/ cuéntame de tus playas/ tus valles/ tus cerros/ de esos labios/ de esos vientres/de esas tetas/ en fin/ de todas tus yuntas milenarias/ que aún hoy aran/ con tu nieto/ las pampas del olvido”. El poeta se sabe destinatario y continuador de esa cultura, por eso brinda al lector toda su nostalgia a través de la descripción de la flora, fauna y arquitectura ancestral. Reveladoramente, la armonía de la descripción oriunda concluye con la presencia de elementos invasores como el gallo y el toro: “¿Por qué los ríos/ preñan al mar/ con crestas de gallo y vagidos de toro?”. Desde entonces nada volverá a ser lo mismo.

“Cantata al beso” es el tercer poema de esta sección. Aquí el poeta se dirige a su abuelo de ultramar y se confirma mestizo. Le habla a su ascendiente colonizador, asesino y lujurioso. Se siente con autoridad para juzgarlo, pero también con mucha amplitud para comprenderlo, pues entiende que su existencia misma estuvo determinada por el histórico encuentro: “Lo siento abuelo/ pero.../ sin ese beso amargo/ sin esa pólvora jodiendo tu pellejo/ sin esas barbas humedecidas de lujuria/ sin ese trauma imperdonable/ yo/ yo hoy no estaría aquí conversando contigo”. Estamos ante un poema de gran factura por la coherencia de su discurso y por la oralidad de su presentación, lo cual es un estilo difícil de lograr. Aun cuando su poética no logra desprenderse del conocido testimonio de los vencidos, podemos decir que este es uno de los mejores poemas del libro.

A diferencia de los dos anteriores, el último poema de este apartado es de extensión breve. Se titula “Colofón” y su mensaje está dirigido a los descendientes de los abuelos y a los propios descendientes del yo poético. En este texto se incide en el tema del mestizaje y se reflexiona acerca de las consecuencias del sincretismo resultante: “Desde aquel lejano beso/ de horizonte nervioso/ alegre por el fruto/ triste por el cómo”. El poeta se muestra exultante por el resultado del mestizaje, pero crítico por las formas de invasión. En otras palabras, el poema alude al mestizaje como una condición propia del ser peruano, el cual es el resultado de la interacción cultural de la colonia. En este sentido, el pueblo de Guadalupe se presenta como “zona de contacto”[5].

En síntesis, en “Los abuelos de mis abuelos” el poeta se descubre como resultado de un mestizaje profundo. Pero no es el mestizaje enarbolado por Chocano en Blasón, quien se sabía descendiente de dos razas fundadas con épico fragor, sino de uno más ecléctico, actual y realista (“el cholo el mestizo/ el hombre nuevo[6]”), pues el yo poético manifiesta que tiene de indio, chino y negro. Además, añade: “soy barbudo/ soy lampiño/ soy hirsuto/ soy jalado”. De esta manera, estos poemas se inscriben dentro de la tradición de la poética del mestizaje, pero con presencia directa de interlocutores. Resulta, por lo tanto, una propuesta interesante.


Nostalgia de barro

Esta última sección se encuentra constituida por un poemario independiente que, si bien se encuentra conformado por 34 poemas, puede ser tomado como un solo texto debido a la unidad temática que presenta. En estas creaciones, el poeta alterna la presencia de versos cortos y de largo aliento, lo cual otorga a la composición un ritmo versal que proporciona dinamismo a la lectura. La concatenación de versos largos le permite al lector descansar en la contemplación de las descripciones ofrecidas; en cambio, la presencia de versos cortos le confiere al poema el vértigo propio del comunicado urgente. En estos textos, el autor se aleja formalmente de la cantata y se acomoda en el poema en sí; se presenta más lírico y evocativo. Este apartado presenta una cadencia más sosegada, lo cual invita a detenerse en el poema y profundizar su lectura.

Los textos de “Nostalgia de barro” presentan la añoranza del poeta por los elementos y productos de la gastronomía regional (humitas, tamales, chicha de jora, chancacas, ollas de barro, arrocito macollado, leños, trigo, café, pan, cocoa, cancha, pachamanca, etc.). En estos poemas la comida se relaciona directamente con la presencia de la madre, cuyo amor es cobijo y alimento, afecto y nutrientes. La voz poética se asume desde el destierro. En su calidad de migrante en una nueva tierra, al poeta le duele la ausencia de la madre: “Ya no hay trenzas ni labios morenos”. Y evoca con amor su figura protectora, pero a la vez distribuidora de responsabilidades, que hace madrugar a los hijos con el canto de los gallos.

El yo poético enuncia su discurso desde un nuevo lugar y una nueva morada, por eso la evocación y la ensoñación de la casa en la que pasó su infancia se relaciona directamente con los que habitaron en ella: la madre, el padre, los hermanos, los abuelos, hasta los platos, los potajes y los animales. En este sentido, el poeta se regocija reviviendo recuerdos de protección. Si evocamos nuestra niñez desde una casa nueva, entonces podemos viajar al mundo de la infancia, el cual se caracteriza por ser inmóvil y por encontrarse suspendido en el tiempo, con sus elementos intactos. Por eso nuestra infancia se constituye en un subterfugio seguro, en ese universo encontraremos nuestras cosas tal y como las dejamos. Según Bachelard, la casa en la que se vivió la infancia “suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ella el hombre sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma” (2000: 30).

Debido a esto, el poeta siente una doble añoranza. En el autoexilio y en una nueva casa, se apodera de él la tristeza por los alimentos que no comerá en lejanía. Añora los objetos y las manos que los preparan. La madre es fuego, leña, sangre encendida. El padre trabaja en el campo. El poeta aborda con dolor las épocas de crisis que tuvo que pasar la familia. Reseña la escasez de alimentos. La madre, pilar del hogar, trabaja duro. El poeta tiene el siguiente recuerdo de ella: “Mamá ronca, y pienso en lo mucho que ha muerto mientras juguetea la noche con la calle”.  Por otro lado, los poemas de esta sección presentan la imagen de la madre como alimento. Es ella quien se brinda como horno, pan y azúcar en épocas de crisis: “café endulzábamos con llanto de madre”. El poema “Domingo de trueque” contiene todo el desgarro que estamos comentando. Es el corazón de este apartado. La madre siempre se muestra preocupada por que los niños tengan algo para llevarse a la boca, no importa si esto implica que ella misma se sirva de alimento.

En los poemas de Jara, el concepto de madre se relaciona con el milagro de la vida, ligado a la tierra y al cultivo. La madre representa una gran identidad afectiva, protectora y nutricia. Por esta razón, adquiere dimensiones cósmicas y su tristeza es infinita. Este es el motivo por el cual el poeta no quiere separarse de ella, teme que algo le pueda pasar y su mundo se vea destruido. Alude a la concepción de la madre-diosa[7]: “Ve hijito, anda, juega. No, mami, no quiero. Ve, afuera están jugando a las escondidas. No. Yo quiero estar contigo. Ve con tus hermanitos…” Este poema, también, nos remite al juego de las escondidas presentado por César Vallejo en el poema “A mi hermano Miguel”. En su texto, Vallejo resemantiza el significado de la muerte en el juego de las escondidas desempeñado por los niños[8]. Sin embargo, en los versos de Jara, más que referirse a hechos luctuosos, este juego infantil hace referencia a la angustia que se siente por la separación, la distancia y el desencuentro.

Por otro lado, el poemario presenta a veces un marcado lenguaje modernista: “El sol cae de mi pupila en húmeda nostalgia”, pues su adjetivación recurre al colorido, musicalidad, y apela a las reacciones sensoriales del lector. 


Por las rendijas descuidadas de la urbe
lilácea el pulmón de mi eco
Orejeo la tonada de los míos


En suma, este apartado presenta la añoranza que se siente por la madre tierra, pero con mayor exactitud, es la nostalgia que representa la evocación de la madre real, la que se ofrece como alimento material y espiritual para los hijos.


Conclusión

Nostalgia de barro, a pesar de ser el primer libro publicado por Robert Jara, es poseedor de una reveladora madurez, lo cual demuestra que la composición total del poemario ha llevado algún tiempo significativo y muchas etapas de corrección. Cada apartado de este libro presenta poemas centrales que brindan una visión cultural e íntima del pueblo ancestral y de la familia ausente. Si bien es cierto, por algunos aspectos formales se muestra deudor del modernismo, no es menos cierto que en cuestión de temas y fuerza interior es muy cercano a Vallejo. Sin embargo, el estilo de este poemario lo acerca al vanguardismo indigenista de la primera mitad del siglo XX[9], en especial a lo propuesto por Gamaliel Churata[10]. Los poemas de Nostalgia de barro proponen, al final, la negociación transculturadora de cierto sincretismo entre lo autóctono y lo foráneo. No obstante, esta categoría la desarrollará el autor, con una propuesta más atrevida, en su segundo libro titulado Air port.

César Olivares Acate




Referencias bibliográficas

BACHELARD, Gastón. La poética del espacio. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.

HUSAIN, Shahrukh. La diosa. Creación, fertilidad y abundancia, mitos y arquetipos femeninos. Singapur, Taschen, 2001.

JARA, Robert. Nostalgia de barro. Lima, Ornitorrinco Editores, 2011.

MAMANI, Mauro. Sitio de la tierra. Antología del vanguardismo literario andino. Lima, Fondo de Cultura Económica del Perú, 2017.

PRATT, Mary. Apocalipsis en los andes: zonas de contacto y lucha por el poder interpretativo. Centro Cultural del BID 16, 1996.



[1] Cantata al silencio es un solo poema compuesto por 579 versos.
[2] “Guadalupe es una ciudad de la costa norte del Perú ubicada en la provincia de Pacasmayo, en el región La Libertad. La ciudad está enclavada en el corazón del valle del Jequetepeque, el nombre de este distrito se relaciona al de su santa patrona Nuestra Señora de Guadalupe” (Wikipedia). Cabe indicar que en ningún verso de esta primera parte se menciona el término Guadalupe. Sin embargo, uno lo puede deducir debido a algunas referencias geográficas presentes en el poema, como el cerro Namul, el cual contiene en su cima la efigie de la advocación que nombra al pueblo.
[3] En una canción suya titulada Héroes del silencio, Robert Jara cuenta la historia del sacrificio de los hermanos Justo y Fernando Albújar, y de Manuel Guarniz, jóvenes guadalupanos que decidieron ofrendar su vida antes de revelar la identidad del autor del disparo que casi le cuesta la vida a un sargento chileno. Los fusilaron. Sus muertes significaron la reivindicación de un sentimiento de protesta colectiva ante la ocupación chilena del pueblo. Lamentablemente, en el poema que nos ocupa, muchos lectores no guadalupanos dejan pasar este hecho significativo del poema.
[4] En este poema se encuentran en cursivas varias referencias intertextuales a títulos de libros importantes en la cultura peruana: La palabra del mudo, Los ríos profundos, Todas las sangres y Cholifiquemos al Perú (en alusión a Peruanicemos al Perú).

[5] Según Mary Louise Pratt, “las zonas de contacto tienen con frecuencia su origen en la invasión y la violencia y con frecuencia se traducen en formaciones sociales que se basan en drásticas desigualdades. A menudo también entrañan lo que se ha llamado ―heterogeneidad radical, es decir, estructuras sociales en las que, en un mismo espacio, coexisten sistemas culturales muy diferenciados que interactúan entre sí” (1996: 4).

[6] Esta referencia al hombre nuevo tiene raíces mesiánicas, y alude al desempeño místico de un hombre que tiene tras de sí la decadencia de una era y la fundación de un periodo nuevo. En un contexto más latinoamericano, esta frase nos remite al “hombre nuevo” propuesto por Ernesto Guevara, quien se refiere al nacimiento de la humanidad en una etapa diferente; en esta nueva etapa el hombre debe caracterizarse por su espíritu de solidaridad y sus fuertes valores morales.
[7] Al respecto de esta categoría, Husain complementa lo siguiente: “La diosa madre es el núcleo de la percepción del Universo como unidad sagrada y viva, en la que se mezcla una red cósmica que une los órdenes de la vida manifiesta y oculta, cuyo centro ha girado en torno a la creación. Por su esencia de totalidad, la imagen de la diosa madre ha irradiado ámbitos más allá de los estereotipos de la feminidad, y a lo largo de su historia ha desempeñado el papel de soberana, guerrera, cazadora, junto a otros atributos, entre los cuales están su autonomía, sexualidad y fuerza, así como la unidad de los opuestos, lo masculino y lo femenino, la creación y la destrucción, la vida y la muerte” (2001: 6).

[8] Debido a la presencia del padre aldeano y de la madre campesina, estos poemas nos llevan a pensar en los “Los pasos lejanos”, “A mi hermano Miguel” y el poema “XXVIII” de Trilce. La atmósfera familiar y las acciones desempeñadas por los actantes son muy parecidos. Otro ejemplo de esta cercana relación se encuentra en el verso “vaporcito enclaustrado no tardarás en llorar”, el cual nos remite al conocido “vaporcito encantado siempre lejos” del poeta santiaguino.

[9] Acerca del vanguardismo andino o indigenista, Mauro Mamani (2017:13) resalta su mecanismo integracionista, cuyo proceso consiste en afirmar los valores propios y asimilar los ajenos. Mediante este procedimiento se puede expandir lo regional y universalizar lo andino.

[10] A continuación, se brinda un fragmento del poema “Matinas”, de Gamaliel Churata, poeta arequipeño cuyo verdadero nombre fue Arturo Peralta Miranda.



Matinas

tiembla la pulpa campestre
del polen de los surcos
y de la médula del viento
           el aire pule con amor
           el cerro dulce
se abraza en el rumor de los trigos maduros
perfume silvestre
danza pastoril
el árbol preñez de canto
OH ANDINO SABOR DE FRUTA
CANCIÓN DESVANECIDA EN ÉXTASIS
¡Cómo se astillan el pedernal y el alma
en el efluvio que amanece!

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