Muchas
de las principales novelas de la literatura latinoamericana del siglo XIX
presentan como tema recurrente las relaciones incestuosas de sus personajes.
Estas pueden presentarse idealizadas (Cumandá),
posibles de realizarse (Aves sin nido)
o consumadas[1] (Cecilia Valdés). El tema del incesto[2]
narrado en estas novelas ocurre generalmente entre hermanos o medios hermanos y
posibilitan relaciones de mestizaje no siempre bien vistas por los sectores
dominantes. Sin embargo, el incesto y el mestizaje que propone la ficción de
nuestro continente se diferencia del modelo europeo en tanto crea
interpretaciones locales y regionales que interrogan construcciones de raza y
género.
El
incesto en Cecilia Valdés se presenta
de muchas maneras. Pero sin duda llama la atención que de la relación
incestuosa entre los hermanos Leonardo y Cecilia nazca una niña producto de la
consumación de la misma. Es decir, el incesto aquí ya no es idealizado ni
platónico como el europeo, pues posibilita el mestizaje producto de las
fácilmente franqueables jerarquías de raza, clase y género de la Cuba que
contextualiza históricamente la novela. Esta afirmación última nos lleva a
plantear la hipótesis del blanqueamiento, mediante el mestizaje, como la
eliminación de lo negro. Esta hipótesis se va a desarrollar más adelante, pues
lo que interesa aquí es realizar una suerte de clasificación de las relaciones
incestuosas que se establecen en la novela de Cirilo Villaverde[3].
Tipología de relaciones incestuosas en
Cecilia Valdés
La
relación incestuosa se consuma cuando los hermanos protagonistas de la novela
llegan a tener una hija. Es decir, llega a fruición. Sin embargo, más allá de
este incesto, en Cecilia Valdés
también se narran, de manera explícita y a veces sugerente, muchas relaciones
incestuosas, que si bien no llegan a concretarse a través del coito, sí llevan
una carga de nutrida sexualidad por parte de varios personajes de la novela.
Por ejemplo, cuando don Cándido se entera de que su hijo Leonardo, por quien no
siente mucho afecto, está interesado en su hermana Cecilia, le asaltan los
celos y considera a su propio hijo como un rival de amores, a tal punto que la
relación entre ellos se deteriora más. Esto sucede en la escena cuando Leonardo
sale a visitar a Cecilia de madrugada y don Cándido, sumamente furioso de
celos, manda al criado Pío tras él, para impedir el encuentro.
¿A
dónde irá el bribón a estas horas? A nada bueno, por cierto. Allá ha ido. Claro
que sí, por descontado. Le estoy mirando. […] El demonio no más podría imaginar
un cúmulo de circunstancias… La ocasión, la edad, la tentación, el enemigo malo
que no duerme… Yo también me he descuidado. Debí preverlo, evitarlo, sí,
impedirlo… Pero ¿cómo? ¡Si yo pudiera dar la cara! Veremos. Le desnuco, le meto
en un buque de guerra y hago que le den chicote a ver si suelta alguna de la
sangre criolla que tiene en las venas. No es hijo mío, no. […] Casi me
alegraría de que no lo encontrase Pío, porque podría matarle. Tal me siento
contra él. (pp. 179-180)
Evidentemente,
estas meditaciones, más que a un padre protector, corresponden a un amante
despechado y furioso ante el inminente engaño. Otro caso del deseo incestuoso
manifestado a través de la palabra es el que siente doña Rosita por su hijo
Leonardo, a quien colma de caprichos y consiente en todo lo que pide. Después
de haber salido sin permiso tan de madrugada, Leonardo tuvo un disgusto con su
padre y no regresó a casa durante cuatro días. La madre se enfermó de aflicción
y tuvieron que traer al hijo de vuelta: “Hijo del alma, ¿dónde estabas? ¿Por
qué huías de las caricias de tu madre? Mi amor, mi consuelo, no te apartes de
mi lado. ¿No sabes que tu triste madre no tiene otro apoyo que el tuyo?” (p.
204). Es más, cuando doña Rosa descubre la infidelidad de su marido, su atención
hacia su hijo se magnifica hasta un punto abiertamente sexual:
[…] hacía
con su hijo Leonardo dobles extremos de cariño y de ternura. Cada vez que salía
a la calle lo acompañaba hasta el zaguán y allí lo despedía con besos y abrazos
repetidos. Si volvía de noche, cosa frecuente, le esperaba anhelosa a la reja
de la ventana cual se espera a un amante, y lejos de reñirle cuando llegaba, le
besaba y abrazaba de nuevo, como si hubiese durado largo tiempo su ausencia, o
hubiera corrido un grave peligro fuera de casa. Todo le parecía poco a dicha
señora para el hijo mimado. Ocioso es añadir que se anticipaba a sus gustos,
que le adivinaba los pensamientos y que acudía a satisfacérselos, no como
madre, sino como enamorada, con apresuramiento y afán de pródiga, sin pérdida
de tiempo y costara lo que costase. (p. 208).
En
otras palabras, el sentimiento de despecho de doña Rosa hace que las
responsabilidades de marido recaigan sobre su hijo. Por otro lado, Leonardo y
su hermana menor, Adela (muy parecida a Cecilia, pues La esclava María Dolores
las había amamantado a las dos sin saber su parentesco), también se quieren con
exagerado cariño.
Para la teoría del blanqueamiento
Esta
afirmación última nos va a llevar a plantear la hipótesis del blanqueamiento,
mediante el mestizaje, para eliminar la presencia africana. El verdadero
problema radica en que Villaverde ubica la novela en una época en que la
población de esclavos negros excede a la de criollos en muchas provincias, por
eso la necesidad de controlar su reproducción. Uno de estos controles
demográficos lo establecían los propios trabajos en los ingenios azucareros,
que diezmaban la población negra; sin embargo, en una aristocracia feudal
retrógrada, que no quería la tecnología (máquinas de vapor) para la industria
azucarera (los esclavos resultaban más baratos), la eliminación de esclavos
sería una gran traba. Así que la única manera de eliminar lo negro sería
mediante el blanqueamiento a través del mestizaje, visto desde valores
eurocéntricos machistas[4].
Es decir, mediante la aplicación de una sola fórmula: hombre blanco + mujer
negra = raza mulata. Y un segundo grado de blanqueamiento con la misma fórmula:
hombre blanco + mulata = raza mulata blanca. La mulata casi blanca Cecilia
Valdés es un producto de la segunda fórmula de mestizaje. Y esto no se queda
ahí, pues Cecilia y Leonardo llegan a tener una hija que resultaría un tercer
grado de blanqueamiento: hombre blanco + mulata blanca = niña blanca con sangre
de color. Este último acto de mestizaje sería el que persigue la teoría del
blanqueamiento. Sin embargo, el proceso de blanqueamiento traería como
consecuencia el peligro de la pérdida de identidad por parte del criollo. Para
evitar esto, afirma Monteleone, se recurría al incesto, pues “la relación incestuosa
re-establece el orden natural de la segregación” (2004, p. 90).
Por
otro lado, sea cual sea el grado de blanqueamiento de la apariencia del mulato,
está condenado por sus orígenes raciales de color que lleva en la sangre a
estancarse social y económicamente en la estructura jerárquica de la sociedad
cubana de mediados del siglo XIX. Esto nos lleva a pensar en un determinismo de
clase o racial.
Determinismo racial o de clase
Los
conceptos deterministas formaban parte del ambiente intelectual de Cuba y es
lógico que encontraran su reflejo en la narrativa de Villaverde. Según Schulman[5],
“al novelista el determinismo le venía de perlas para la construcción de un
esquema ideológico, el del estancamiento de la vida nacional, cuya trágica
realidad limita al individuo y determina su sino de una manera similar al caso
de un país colonial entregado a la esclavitud sin esperanza de liberarse de sus
garras” (p. XV). En tal sentido, el determinismo racial presente en la novela
adquiere tintes morales cuando se refiere al tipo de influencia que ejerce la
sociedad sobre las personas.
[…] la
infeliz Cecilia hechura del crimen, su estrella la arrastraba al pecado por el
mismo camino que arrastró a los que le dieron el ser –que esta es la herencia o
vínculo que frecuentemente vemos
transmitirse de padres a hijos hasta la quinta generación. (p. 25)
La
piel de color clara y la belleza de saberse blanca le permiten a Cecilia Valdés,
páginas más adelante, abrigar ambiciones de escalar en la ajustada jerarquía
social de la clase alta cubana. Ella soñaba casarse con el criollo blanco y ser
vista como una señora de la aristocracia cubana. Sin embargo, es su propia
abuela, señá Josefa, quien desbarata
sus aspiraciones mediante su nefasto determinismo de raza:
Diría
que ese es un sueño irrealizable, un disparate, una locura. En primer lugar él
es blanco y tú de color, por más que lo disimulen tu cutis de nácar y tus
cabellos negros y sedosos. En segundo lugar, él es de familia rica y conocida
en la Habana, y tú pobre y de origen oscuro. […]. (p. 190)
El
determinismo, en cuanto a la situación social de Cecilia, se establece por el
lado maternal (es lo que caracteriza la situación del mulato en general). La
condición ilegítima del mulato resulta de la ausencia / anonimato del padre en
la casa. Es decir, el mulato es condenado a no escalar socialmente debido a que
no tiene padre que lo represente.
Lo femenino y lo masculino en Cecilia
Valdés e Isabel Ilincheta
Cecilia
Valdés e Isabel Ilincheta son antagonistas en la novela de Cirilo Villaverde.
Su rivalidad tiene un origen común: su amor por Leonardo Gamboa. Más allá de
eso, no muestran ningún parecido; al contrario, se podría decir que hasta el
narrador se muestra interesado en hacer evidentes las diferencias. Para
lograrlo, se basa en la formación cultural y los roles que desempeñan cada una
de las protagonistas. Isabel ha tenido acceso a una educación privilegiada y,
cual varón (para la época), se ocupa de los negocios de su padre en la
administración de la hacienda “La Luz”. En un contexto donde las actividades
femeninas estaban destinadas a la reproducción y a la labores del hogar,
ocuparse de los asuntos que tradicionalmente le competen a un hombre
necesariamente habrían de masculinizar la figura de la inteligente Isabel.
No
había nada de redondez femenil y, por supuesto, ni de voluptuosidad, ya lo
hemos indicado, en las formas de Isabel. Y la razón era obvia: el ejercicio a
caballo, su diversión favorita en el campo; el nadar frecuentemente en el río
de San Andrés y en el de San Juan de Contreras, donde todos los años pasaba la
temporada de baños; las caminatas casi diarias en el cafetal de su padre y en
el de los vecinos, su exposición frecuente a las intemperies por gusto y por
razón de su vida activa, habían robustecido y desarrollado su constitución
física al punto de hacerle perder las formas suaves y redondas de las jóvenes
de su edad y de su estado. Para que nada faltase al aire varonil y resuelto de
su persona, debe añadirse que sombreaba su boca expresiva un bozo oscuro y
sedoso, al cual solo faltaba una tonsura frecuente para convertirse en bigote
negro y poblado. Tras ese bozo asomaban a veces unos dientes blancos, chicos y
parejos, y he aquí lo que constituía la magia de la sonrisa de Isabel. (p. 125)
Isabel,
educada para realizar labores intelectuales que le corresponden a un hombre, es
la antagonista de Cecilia. Cecilia Valdés, por su parte, poseedora de una
formación educativa casi nula, rebosa una sexualidad femenina convencional que
se evidencia en sus seductoras y voluptuosas formas, acompañada de una
abundante cabellera. Generalizando, la mujer es bella solo como objeto sexual;
cuando se intelectualiza, cambia sus facciones femeninas por las masculinas.
La
mayoría de estudios han considerado a Cecilia Valdés como sujeto representativo
de toda una cultura. Se la ha visto como al “símbolo de la mujer popular,
morena, criolla. Es ejemplo de la identidad cultural cubana formada por mezclas
de sangres, de razas, de cultos, que da como resultado belleza y autenticidad”[6].
Es una víctima de la sociedad esclavista y esclavizada en la que se mueve.
Situación de los esclavos en la novela
En
cuanto a la condición de los esclavos, la novela Cecilia Valdés muestra una crítica feroz al sistema esclavista
latifundista que se llevaba a cabo en los ingenios azucareros en la Cuba de
mediados del siglo XIX. Casi podría decirse que el propósito fundamental de
este libro fue denunciar la brutalidad y la esclavitud generadas por el cultivo
del azúcar[7].
Cirilo
Villaverde presenta en su novela las enormes diferencias que tenían, en cuanto
a sus condiciones de vida y de trabajo, los esclavos que laboraban en los
ingenios azucareros respecto de los que servían en los cafetaleros. Para
desarrollar estas diferencias, primero debemos tomar en cuenta la simbología de
los nombres de cada uno de estos centros de explotación esclavista. El ingenio
azucarero recibía el nombre de “La Tinaja”, que hace referencia a un recipiente
cerrado y oscuro, anunciador de un futuro con tintes necrófilos para los
esclavos que agotaban su vida de manera miserable en este lugar. En oposición,
“La luz” es la denominación que el narrador le confiere al ingenio cafetalero;
es decir, un espacio que tiene que ver con la luminosidad y los buenos tiempos de
los que gozan los esclavos cultivando los granos de café. Los cautivos que se
dedican al cultivo del café se consideran en el paraíso. La brutalidad se
relaciona con el ingenio azucarero.
Sin
embargo, tanto “La Tinaja” como “La Luz” son agentes de explotación y
esclavitud. Ninguno de los dos ingenios, por lo tanto, puede prosperar al final
de la novela, pues están corrompidos por la propia esclavitud, desde el momento
en que la vida de los esclavos (vidas humanas al fin y al cabo) se consideran
como propiedad privada. Ahora, si ahondamos un poco más en los sujetos de
representación, nos daremos cuenta que Leonardo Gamboa como Isabel Ilincheta
son los sujetos sobre quienes recaen, de manera hereditaria, estos ingenios de
opresión con sus respectivos esclavos. El matrimonio pactado de estos dos
jóvenes representantes de la clase explotadora es un intento por unir fuerzas
latifundistas en una cuba que ya empezaba a tomar consciencia de sus propios
problemas. Y la toma de consciencia le corresponde, en la novela, a la clase
mulata representada por José Dolores Pimienta y Cecilia Valdés, los que a su
vez son los personajes antagonistas de este frustrado matrimonio[8]
y vengan, de alguna manera, los centros de explotación y muerte de sus
ascendentes.
Por
otro lado, es necesario detenernos en el hecho de que Leonardo representa al
ingenio azucarero frívolo, cruel y desalmado, y es eso lo que mata el mulato
Pimienta. Y por su parte, Isabel representa al ingenio cafetalero, pero también
a la mujer refinada, de clase alta y muy inteligente, a tal punto de hacerse
cargo de los negocios de la familia, y es de eso de lo que siente envidia y
celos la mulata Cecilia, a tal punto de querer acabar con ella en el día de su
matrimonio. Por lo tanto, creemos necesario reiterarlo, la novela plantea un
final funesto para ambas representaciones por ser, cada una a su manera,
sistemas de explotación y opresión de lo negro.
César
Olivares Acate
Referencias
Carralero Rodríguez, S., Martín Astorga, E.,
Estupiñán Zayas, Y.: "El
personaje de Cecilia Valdés en el panorama cultural cubano". En Observatorio de la Economía Latinoamericana,
Nº 155, 2011. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/cu/2011/
De
Maesseneer, Rita. “Celebrar, tragar, amamantar lo cubano: los contextos
culinarios en Cecilia Valdés de
Cirilo Villaverde”. En: Revista Iberoamericana,
IX, 36, 2009, pp. 27-49.
González
Echevarría, Roberto. “España en Cecilia
Valdés” En: Anales de Literatura
Hispanoamericana, 2011, vol. 40, pp. 79-90.
Monteleone,
Karen. (2004). “El incesto y el mestizaje en Cecilia Valdés”. En: Revista
Iberoamericana, LXX, N° 206, 2004. pp. 87-101.
Schulman,
Iván. “Prólogo y Cronología”. En Cecilia
Valdés. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981.
[1] Karen
Monteleone (2004), en su interesante ensayo “El incesto y el mestizaje en Cecilia Valdés” manifiesta que el único
caso de la novela latinoamericana decimonónica donde el incesto llega a
fruición ocurre en Cecilia Valdés. La
factibilidad del hecho, según la autora, hace que esta novela adopte tintes
realistas y se diferencie de las sugerencias de incestos platónicos propios del
romanticismo que proponen el resto de novelas que tocan este tema.
[2]
Relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el
matrimonio. (www.rae.es)
[3] La
edición de Cecilia Valdés que se va a
emplear en este ensayo es la de Biblioteca Ayacucho (1981), con Prólogo y
Cronología de Iván A. Schulman. En adelante, solo indicaré la página para
remitirme a citas textuales de la novela.
[4] Al
respecto, Monteleone (2004) aclara: “Uno de los privilegios del criollo era la
autoridad sexual que ejercía sobre mujeres de distintas razas. La mujer criolla
no tiene el mismo acceso a la esfera pública que su compatriota masculino
porque su influencia se restringe al hogar” (p. 90).
[5]
Para ampliar la información, consultar el “Prólogo y Cronología” elaborado por
Schulman para la edición de Cecilia Valdés (1981), editada por la Biblioteca
Ayacucho.
[6]
Carralero Rodríguez, S., Martín
Astorga, E., Estupiñán Zayas, Y.: "El personaje de Cecilia
Valdés en el panorama cultural cubano" en Observatorio de
la Economía Latinoamericana, Nº 155, 2011. Texto completo en
http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/cu/2011/
[7]
Al respecto, Rita de Maeseneer (2009) afirma que “El mismo autor había conocido
de cerca la situación, ya que hasta los once años vivió con su padre, Lucas
Villaverde, en el ingenio “Santiago”, donde este ejercía su profesión de
médico” (p. 30)
[8]
Pues se sabe que el mulato Pimienta, eterno enamorado de Cecilia, odiaba a
Leonardo, y Cecilia, que se había entregado a Leonardo pensando convertirse en
su esposa, odiaba a muerte a Isabel, quien según ella, había tomado el lugar
que le correspondía.
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