Wednesday, September 12, 2018

Incesto, determinismo y teoría del blanqueamiento en Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde


Muchas de las principales novelas de la literatura latinoamericana del siglo XIX presentan como tema recurrente las relaciones incestuosas de sus personajes. Estas pueden presentarse idealizadas (Cumandá), posibles de realizarse (Aves sin nido) o consumadas[1] (Cecilia Valdés). El tema del incesto[2] narrado en estas novelas ocurre generalmente entre hermanos o medios hermanos y posibilitan relaciones de mestizaje no siempre bien vistas por los sectores dominantes. Sin embargo, el incesto y el mestizaje que propone la ficción de nuestro continente se diferencia del modelo europeo en tanto crea interpretaciones locales y regionales que interrogan construcciones de raza y género.

El incesto en Cecilia Valdés se presenta de muchas maneras. Pero sin duda llama la atención que de la relación incestuosa entre los hermanos Leonardo y Cecilia nazca una niña producto de la consumación de la misma. Es decir, el incesto aquí ya no es idealizado ni platónico como el europeo, pues posibilita el mestizaje producto de las fácilmente franqueables jerarquías de raza, clase y género de la Cuba que contextualiza históricamente la novela. Esta afirmación última nos lleva a plantear la hipótesis del blanqueamiento, mediante el mestizaje, como la eliminación de lo negro. Esta hipótesis se va a desarrollar más adelante, pues lo que interesa aquí es realizar una suerte de clasificación de las relaciones incestuosas que se establecen en la novela de Cirilo Villaverde[3].


Tipología de relaciones incestuosas en Cecilia Valdés

La relación incestuosa se consuma cuando los hermanos protagonistas de la novela llegan a tener una hija. Es decir, llega a fruición. Sin embargo, más allá de este incesto, en Cecilia Valdés también se narran, de manera explícita y a veces sugerente, muchas relaciones incestuosas, que si bien no llegan a concretarse a través del coito, sí llevan una carga de nutrida sexualidad por parte de varios personajes de la novela. Por ejemplo, cuando don Cándido se entera de que su hijo Leonardo, por quien no siente mucho afecto, está interesado en su hermana Cecilia, le asaltan los celos y considera a su propio hijo como un rival de amores, a tal punto que la relación entre ellos se deteriora más. Esto sucede en la escena cuando Leonardo sale a visitar a Cecilia de madrugada y don Cándido, sumamente furioso de celos, manda al criado Pío tras él, para impedir el encuentro.


¿A dónde irá el bribón a estas horas? A nada bueno, por cierto. Allá ha ido. Claro que sí, por descontado. Le estoy mirando. […] El demonio no más podría imaginar un cúmulo de circunstancias… La ocasión, la edad, la tentación, el enemigo malo que no duerme… Yo también me he descuidado. Debí preverlo, evitarlo, sí, impedirlo… Pero ¿cómo? ¡Si yo pudiera dar la cara! Veremos. Le desnuco, le meto en un buque de guerra y hago que le den chicote a ver si suelta alguna de la sangre criolla que tiene en las venas. No es hijo mío, no. […] Casi me alegraría de que no lo encontrase Pío, porque podría matarle. Tal me siento contra él. (pp. 179-180)


Evidentemente, estas meditaciones, más que a un padre protector, corresponden a un amante despechado y furioso ante el inminente engaño. Otro caso del deseo incestuoso manifestado a través de la palabra es el que siente doña Rosita por su hijo Leonardo, a quien colma de caprichos y consiente en todo lo que pide. Después de haber salido sin permiso tan de madrugada, Leonardo tuvo un disgusto con su padre y no regresó a casa durante cuatro días. La madre se enfermó de aflicción y tuvieron que traer al hijo de vuelta: “Hijo del alma, ¿dónde estabas? ¿Por qué huías de las caricias de tu madre? Mi amor, mi consuelo, no te apartes de mi lado. ¿No sabes que tu triste madre no tiene otro apoyo que el tuyo?” (p. 204). Es más, cuando doña Rosa descubre la infidelidad de su marido, su atención hacia su hijo se magnifica hasta un punto abiertamente sexual:

[…] hacía con su hijo Leonardo dobles extremos de cariño y de ternura. Cada vez que salía a la calle lo acompañaba hasta el zaguán y allí lo despedía con besos y abrazos repetidos. Si volvía de noche, cosa frecuente, le esperaba anhelosa a la reja de la ventana cual se espera a un amante, y lejos de reñirle cuando llegaba, le besaba y abrazaba de nuevo, como si hubiese durado largo tiempo su ausencia, o hubiera corrido un grave peligro fuera de casa. Todo le parecía poco a dicha señora para el hijo mimado. Ocioso es añadir que se anticipaba a sus gustos, que le adivinaba los pensamientos y que acudía a satisfacérselos, no como madre, sino como enamorada, con apresuramiento y afán de pródiga, sin pérdida de tiempo y costara lo que costase. (p. 208).


En otras palabras, el sentimiento de despecho de doña Rosa hace que las responsabilidades de marido recaigan sobre su hijo. Por otro lado, Leonardo y su hermana menor, Adela (muy parecida a Cecilia, pues La esclava María Dolores las había amamantado a las dos sin saber su parentesco), también se quieren con exagerado cariño.


Para la teoría del blanqueamiento

Esta afirmación última nos va a llevar a plantear la hipótesis del blanqueamiento, mediante el mestizaje, para eliminar la presencia africana. El verdadero problema radica en que Villaverde ubica la novela en una época en que la población de esclavos negros excede a la de criollos en muchas provincias, por eso la necesidad de controlar su reproducción. Uno de estos controles demográficos lo establecían los propios trabajos en los ingenios azucareros, que diezmaban la población negra; sin embargo, en una aristocracia feudal retrógrada, que no quería la tecnología (máquinas de vapor) para la industria azucarera (los esclavos resultaban más baratos), la eliminación de esclavos sería una gran traba. Así que la única manera de eliminar lo negro sería mediante el blanqueamiento a través del mestizaje, visto desde valores eurocéntricos machistas[4]. Es decir, mediante la aplicación de una sola fórmula: hombre blanco + mujer negra = raza mulata. Y un segundo grado de blanqueamiento con la misma fórmula: hombre blanco + mulata = raza mulata blanca. La mulata casi blanca Cecilia Valdés es un producto de la segunda fórmula de mestizaje. Y esto no se queda ahí, pues Cecilia y Leonardo llegan a tener una hija que resultaría un tercer grado de blanqueamiento: hombre blanco + mulata blanca = niña blanca con sangre de color. Este último acto de mestizaje sería el que persigue la teoría del blanqueamiento. Sin embargo, el proceso de blanqueamiento traería como consecuencia el peligro de la pérdida de identidad por parte del criollo. Para evitar esto, afirma Monteleone, se recurría al incesto, pues “la relación incestuosa re-establece el orden natural de la segregación” (2004, p. 90).

Por otro lado, sea cual sea el grado de blanqueamiento de la apariencia del mulato, está condenado por sus orígenes raciales de color que lleva en la sangre a estancarse social y económicamente en la estructura jerárquica de la sociedad cubana de mediados del siglo XIX. Esto nos lleva a pensar en un determinismo de clase o racial.


Determinismo racial o de clase

Los conceptos deterministas formaban parte del ambiente intelectual de Cuba y es lógico que encontraran su reflejo en la narrativa de Villaverde. Según Schulman[5], “al novelista el determinismo le venía de perlas para la construcción de un esquema ideológico, el del estancamiento de la vida nacional, cuya trágica realidad limita al individuo y determina su sino de una manera similar al caso de un país colonial entregado a la esclavitud sin esperanza de liberarse de sus garras” (p. XV). En tal sentido, el determinismo racial presente en la novela adquiere tintes morales cuando se refiere al tipo de influencia que ejerce la sociedad sobre las personas.

[…] la infeliz Cecilia hechura del crimen, su estrella la arrastraba al pecado por el mismo camino que arrastró a los que le dieron el ser –que esta es la herencia o vínculo  que frecuentemente vemos transmitirse de padres a hijos hasta la quinta generación. (p. 25)


La piel de color clara y la belleza de saberse blanca le permiten a Cecilia Valdés, páginas más adelante, abrigar ambiciones de escalar en la ajustada jerarquía social de la clase alta cubana. Ella soñaba casarse con el criollo blanco y ser vista como una señora de la aristocracia cubana. Sin embargo, es su propia abuela, señá Josefa, quien desbarata sus aspiraciones mediante su nefasto determinismo de raza:


Diría que ese es un sueño irrealizable, un disparate, una locura. En primer lugar él es blanco y tú de color, por más que lo disimulen tu cutis de nácar y tus cabellos negros y sedosos. En segundo lugar, él es de familia rica y conocida en la Habana, y tú pobre y de origen oscuro. […]. (p. 190)

El determinismo, en cuanto a la situación social de Cecilia, se establece por el lado maternal (es lo que caracteriza la situación del mulato en general). La condición ilegítima del mulato resulta de la ausencia / anonimato del padre en la casa. Es decir, el mulato es condenado a no escalar socialmente debido a que no tiene padre que lo represente.


Lo femenino y lo masculino en Cecilia Valdés e Isabel Ilincheta

Cecilia Valdés e Isabel Ilincheta son antagonistas en la novela de Cirilo Villaverde. Su rivalidad tiene un origen común: su amor por Leonardo Gamboa. Más allá de eso, no muestran ningún parecido; al contrario, se podría decir que hasta el narrador se muestra interesado en hacer evidentes las diferencias. Para lograrlo, se basa en la formación cultural y los roles que desempeñan cada una de las protagonistas. Isabel ha tenido acceso a una educación privilegiada y, cual varón (para la época), se ocupa de los negocios de su padre en la administración de la hacienda “La Luz”. En un contexto donde las actividades femeninas estaban destinadas a la reproducción y a la labores del hogar, ocuparse de los asuntos que tradicionalmente le competen a un hombre necesariamente habrían de masculinizar la figura de la inteligente Isabel.

No había nada de redondez femenil y, por supuesto, ni de voluptuosidad, ya lo hemos indicado, en las formas de Isabel. Y la razón era obvia: el ejercicio a caballo, su diversión favorita en el campo; el nadar frecuentemente en el río de San Andrés y en el de San Juan de Contreras, donde todos los años pasaba la temporada de baños; las caminatas casi diarias en el cafetal de su padre y en el de los vecinos, su exposición frecuente a las intemperies por gusto y por razón de su vida activa, habían robustecido y desarrollado su constitución física al punto de hacerle perder las formas suaves y redondas de las jóvenes de su edad y de su estado. Para que nada faltase al aire varonil y resuelto de su persona, debe añadirse que sombreaba su boca expresiva un bozo oscuro y sedoso, al cual solo faltaba una tonsura frecuente para convertirse en bigote negro y poblado. Tras ese bozo asomaban a veces unos dientes blancos, chicos y parejos, y he aquí lo que constituía la magia de la sonrisa de Isabel. (p. 125)

Isabel, educada para realizar labores intelectuales que le corresponden a un hombre, es la antagonista de Cecilia. Cecilia Valdés, por su parte, poseedora de una formación educativa casi nula, rebosa una sexualidad femenina convencional que se evidencia en sus seductoras y voluptuosas formas, acompañada de una abundante cabellera. Generalizando, la mujer es bella solo como objeto sexual; cuando se intelectualiza, cambia sus facciones femeninas por las masculinas.

La mayoría de estudios han considerado a Cecilia Valdés como sujeto representativo de toda una cultura. Se la ha visto como al “símbolo de la mujer popular, morena, criolla. Es ejemplo de la identidad cultural cubana formada por mezclas de sangres, de razas, de cultos, que da como resultado belleza y autenticidad”[6]. Es una víctima de la sociedad esclavista y esclavizada en la que se mueve.


Situación de los esclavos en la novela

En cuanto a la condición de los esclavos, la novela Cecilia Valdés muestra una crítica feroz al sistema esclavista latifundista que se llevaba a cabo en los ingenios azucareros en la Cuba de mediados del siglo XIX. Casi podría decirse que el propósito fundamental de este libro fue denunciar la brutalidad y la esclavitud generadas por el cultivo del azúcar[7].

Cirilo Villaverde presenta en su novela las enormes diferencias que tenían, en cuanto a sus condiciones de vida y de trabajo, los esclavos que laboraban en los ingenios azucareros respecto de los que servían en los cafetaleros. Para desarrollar estas diferencias, primero debemos tomar en cuenta la simbología de los nombres de cada uno de estos centros de explotación esclavista. El ingenio azucarero recibía el nombre de “La Tinaja”, que hace referencia a un recipiente cerrado y oscuro, anunciador de un futuro con tintes necrófilos para los esclavos que agotaban su vida de manera miserable en este lugar. En oposición, “La luz” es la denominación que el narrador le confiere al ingenio cafetalero; es decir, un espacio que tiene que ver con la luminosidad y los buenos tiempos de los que gozan los esclavos cultivando los granos de café. Los cautivos que se dedican al cultivo del café se consideran en el paraíso. La brutalidad se relaciona con el ingenio azucarero.

Sin embargo, tanto “La Tinaja” como “La Luz” son agentes de explotación y esclavitud. Ninguno de los dos ingenios, por lo tanto, puede prosperar al final de la novela, pues están corrompidos por la propia esclavitud, desde el momento en que la vida de los esclavos (vidas humanas al fin y al cabo) se consideran como propiedad privada. Ahora, si ahondamos un poco más en los sujetos de representación, nos daremos cuenta que Leonardo Gamboa como Isabel Ilincheta son los sujetos sobre quienes recaen, de manera hereditaria, estos ingenios de opresión con sus respectivos esclavos. El matrimonio pactado de estos dos jóvenes representantes de la clase explotadora es un intento por unir fuerzas latifundistas en una cuba que ya empezaba a tomar consciencia de sus propios problemas. Y la toma de consciencia le corresponde, en la novela, a la clase mulata representada por José Dolores Pimienta y Cecilia Valdés, los que a su vez son los personajes antagonistas de este frustrado matrimonio[8] y vengan, de alguna manera, los centros de explotación y muerte de sus ascendentes.

Por otro lado, es necesario detenernos en el hecho de que Leonardo representa al ingenio azucarero frívolo, cruel y desalmado, y es eso lo que mata el mulato Pimienta. Y por su parte, Isabel representa al ingenio cafetalero, pero también a la mujer refinada, de clase alta y muy inteligente, a tal punto de hacerse cargo de los negocios de la familia, y es de eso de lo que siente envidia y celos la mulata Cecilia, a tal punto de querer acabar con ella en el día de su matrimonio. Por lo tanto, creemos necesario reiterarlo, la novela plantea un final funesto para ambas representaciones por ser, cada una a su manera, sistemas de explotación y opresión de lo negro.

César Olivares Acate         

Referencias

Carralero Rodríguez, S., Martín Astorga, E., Estupiñán Zayas, Y.: "El personaje de Cecilia Valdés en el panorama cultural cubano". En Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 155, 2011. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/cu/2011/

De Maesseneer, Rita. “Celebrar, tragar, amamantar lo cubano: los contextos culinarios en Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde”. En: Revista  Iberoamericana, IX, 36, 2009, pp. 27-49.

González Echevarría, Roberto. “España en Cecilia Valdés” En: Anales de Literatura Hispanoamericana, 2011, vol. 40, pp. 79-90.

Monteleone, Karen. (2004). “El incesto y el mestizaje en Cecilia Valdés”. En: Revista Iberoamericana, LXX, N° 206, 2004. pp. 87-101.

Schulman, Iván. “Prólogo y Cronología”. En Cecilia Valdés. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981.

Villaverde, Cirilo. Cecilia Valdés. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981.Disponible en:http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=72&tt_products=87



[1] Karen Monteleone (2004), en su interesante ensayo “El incesto y el mestizaje en Cecilia Valdés” manifiesta que el único caso de la novela latinoamericana decimonónica donde el incesto llega a fruición ocurre en Cecilia Valdés. La factibilidad del hecho, según la autora, hace que esta novela adopte tintes realistas y se diferencie de las sugerencias de incestos platónicos propios del romanticismo que proponen el resto de novelas que tocan este tema.

[2] Relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio. (www.rae.es)

[3] La edición de Cecilia Valdés que se va a emplear en este ensayo es la de Biblioteca Ayacucho (1981), con Prólogo y Cronología de Iván A. Schulman. En adelante, solo indicaré la página para remitirme a citas textuales de la novela.

[4] Al respecto, Monteleone (2004) aclara: “Uno de los privilegios del criollo era la autoridad sexual que ejercía sobre mujeres de distintas razas. La mujer criolla no tiene el mismo acceso a la esfera pública que su compatriota masculino porque su influencia se restringe al hogar” (p. 90).

[5] Para ampliar la información, consultar el “Prólogo y Cronología” elaborado por Schulman para la edición de Cecilia Valdés (1981), editada por la Biblioteca Ayacucho.

[6] Carralero Rodríguez, S., Martín Astorga, E., Estupiñán Zayas, Y.: "El personaje de Cecilia Valdés en el panorama cultural cubano" en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 155, 2011. Texto completo en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/cu/2011/

[7] Al respecto, Rita de Maeseneer (2009) afirma que “El mismo autor había conocido de cerca la situación, ya que hasta los once años vivió con su padre, Lucas Villaverde, en el ingenio “Santiago”, donde este ejercía su profesión de médico” (p. 30)

[8] Pues se sabe que el mulato Pimienta, eterno enamorado de Cecilia, odiaba a Leonardo, y Cecilia, que se había entregado a Leonardo pensando convertirse en su esposa, odiaba a muerte a Isabel, quien según ella, había tomado el lugar que le correspondía.

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