Introducción
La
obra de Abraham Valdelomar ha sido y viene siendo motivo de numerosos estudios
por parte de la crítica literaria. Sin embargo, la mayor profusión de estos
trabajos de investigación toma como objeto de estudio la poesía y la narrativa
de ficción de este notable autor iqueño. Sus crónicas, conferencias, ensayos y
obras de teatro no han sido abordados con el mismo interés y prolijidad.
Entendible es, también, que muchos de los investigadores de los textos de
Valdelomar hayan caído seducidos por la premeditada personalidad artística del
Conde de Lemos y hayan terminado escribiendo estudios meramente biografistas,
olvidando aplicar categorías de análisis que busquen dialogar con la intención
comunicativa del texto.
Voy
a ocuparme, en este breve artículo, de la crónica periodística de Abraham
Valdelomar, precisamente de las que publicó en el diario La Prensa, del 17 de julio de 1916 hasta el 1 de agosto de 1917, y
que el mismo autor ha recogido con el título Impresiones[1].
El corpus que permite este análisis ha sido tomado del libro Abraham Valdelomar, obras completas II,
cuya edición, prólogo, cronología, iconografía y notas estuvieron a cargo de Ricardo
Silva-Santisteban. En este breve trabajo ofrezco una lectura de tres crónicas: “La
marcha nupcial”, “Las almas herméticas” y “La miseria”, las cuales han sido
vistas desde la categoría de la subalternidad.
1. Sobre la personalidad artística de
Valdelomar y su dandismo
Estamos
convencidos de que la adquisición de la personalidad de dandi por parte de
Valdelomar lo llevó a convertirse en un ser contradictorio, sarcástico y
provocador. Por ejemplo, si por un lado manifestaba su amor al pueblo en sus
conferencias políticas que brindaba a lo largo de la nación, en algunas
crónicas mostraba una tendencia a ser irónico e incluso a mantener serias
discrepancias y despectivos calificativos ante cualquier manifestación de
subalternidad y del sujeto subalterno cuya voz él mismo representa. Acerca de
la figura y moral del dandi, Alfonso García[2]
dice lo siguiente:
El dandismo, religión
sin dogmas pero con preceptos muy severos, supone, de esta forma, un ser jánico
que oculta sus intimidades, quizás comunes al resto de la humanidad – y ya
sabemos que para el dandi nada puede ser homologable-, y vierte al exterior
solo la frivolidad y el cinismo, medios para seducir porque crean la ilusión de
un yo ficticio e irreal que sorprende por su conducta y escandaliza por su
filosofía. (p. 11)
El
dandi, por lo tanto, vendría a ser una personalidad inventada y destinada a
crear polémica; a estar pendiente de los hechos que transcurren en su tiempo y
a registrarlos de manera iconoclasta de acuerdo a su lugar y nivel social de
procedencia. En el caso de Valdelomar, su dandismo le sirvió para llamar la
atención, con sus poses escandalosas y sus afirmaciones temerarias, de sus
posibles lectores, puesto que antes que un público lector, Valdelomar encontró
un público espectador que primero esperaba sus extravagancias, para leerlo después.
Si
queremos entender la personalidad polémica e inquietante de Valdelomar, lo que
Esther Espinoza[3]
llama “la personalidad artística”, debemos tener en cuenta el contexto
histórico en el que se desenvolvió y que exigía, para tomar nota de la
existencia del literato y de su afán por profesionalizar la labor del escritor,
ciertos comportamientos de parte del artista. Para profundizar este aspecto, es
muy valiosa la información aportada por Carmen Mc Evoy en su estudio Entre la nostalgia y el escándalo: Abraham
Valdelomar y la construcción de una sensibilidad moderna en las postrimerías de
la “República Aristocrática”. Según esta investigación, fue en Lima donde
la personalidad del escritor de origen iqueño sufrió un proceso de profundas
transformaciones, lo que contribuyó a volverla inestable, a la vez que proteica
y contradictoria, pues ya a los quince años se declaró “materialista”, a los
diecisiete se presentó como “místico”, a los veinticinco su conciencia era un
“grito crispante de desesperación”, a tal punto que cuando quiso buscar la verdad
definitiva, solo encontró el vacío desolador. Por eso, Valdelomar mismo, en más
de una ocasión, manifestó ser presa de sentimientos contradictorios como el
amar y el odiar la vida, el confiar y desconfiar de la ciencia y el mostrarse
crédulo y escéptico sobre la muerte. “La búsqueda de esa verdad escatológica,
que finalmente no logró hallar, lo llevó por el terreno de la locura, el de los
libros, el de la comunión con la naturaleza…” (1999: 255).
Entonces,
la contradicción y ambigüedad son tal vez los términos adecuados para describir
la personalidad de Abraham Valdelomar. Mc Evoy, recoge las afirmaciones que
sobre la personalidad de Valdelomar se han detallado en otros estudios. Nos
dice que Zoila Aurora Cáceres subrayó la existencia de dos Valdelomar: el artista
sincero, por un lado, y el bufón con una personalidad ficticia, por el otro.
Cita también a Tamayo Vargas, para el que, detrás del petulante vestir y la
mirada despectiva se escondía un Valdelomar triste y provinciano. Uno de los
alcances más importantes del estudio de Mc Evoy es que brinda una visión
histórica al tiempo en que vivió Valdelomar, y recoge los hechos que lo
llevaron, en una Lima aristocrática apabullante con los provincianos, a
convertirse en un artista desafiante detrás del pseudónimo El Conde de Lemos.
José
Carlos Mariátegui, en los 7 ensayos de
interpretación de la realidad peruana, nos presenta a un Valdelomar nómade,
versátil e inquieto como su tiempo. Respecto de la soberbia y la pedantería de
las cuales se le acusaba, Mariátegui cree que esto obedece más a sus poses de
dandi, pues El Conde de Lemos manejaba un discurso irónico para tratar temas
que, para la época, podían pasar como trascendentes: “La egolatría de
Valdelomar era en gran parte humorística. Valdelomar decía en broma casi todas
las cosas que el público tomaba en serio” (2005: 254). Sin embargo, en tres de
las crónicas que integran Impresiones,
el sarcasmo de Valdelomar presenta fuertes dosis de desprecio hacia las
manifestaciones de subalternidad, principalmente por las que se relacionan con
comportamientos bárbaros e incivilizados.
Por
último, si queremos entender la figura del dandismo en Abraham Valdelomar, debemos
recurrir al libro Vidas de artista. Bohemia
y dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren (Lima, 1911-1922), de Mónica
Bernabé. Esta investigadora manifiesta que fue Valdelomar el primero que se
propuso vivir íntegramente de lo que escribía y de las conferencias que
dictaba, es decir, el primero que inauguró la profesionalización del escritor
en el Perú. Su pose de dandi procede de su convencimiento de que si quiere ser
leído por los demás, primero debe ser visto por sus futuros lectores (es decir,
para serlo, primero debe uno parecerlo). Sin embargo, nos dice Bernabé, “la
crítica literaria, preocupada por disminuir o borrar el costado revulsivo de su
dandismo, juzga el costado decadente de su obra como artificiosa, insustancial
y de evasión” (2006: 123). No obstante, el dandismo de Valdelomar fue
controversial y llamó muchísimo la atención en su época. Armado de su careta de
dandi, a los veintidós años, este autor de origen humilde y provinciano, decide
golpear la mediocridad limeña con la sorpresa y la ambigüedad de sus posiciones
contradictorias.
2. Sobre la
subalternidad
Si bien la posición del sujeto subalterno y sus
características frente a la cultura hegemónica han sido tratadas por un grupo
de intelectuales sudasiáticos (Grupo de estudios subalternos) dirigido por
Ranajit Guha, lo que a nosotros nos interesa, puesto que nuestro autor se
inscribe en la tradición literaria peruana y latinoamericana, es analizar las
características del sujeto subalterno en América Latina. Para esto hemos
recurrido al “Manifiesto Inaugural” del Grupo Latinoamericano de Estudios
Subalternos[4],
documento que nos brinda una información valiosa y cercana de cómo se
establecen las relaciones de subalternidad en nuestro continente.
Se
ha consultado, también, para profundizar esta variable, el estudio de Beverley
titulado Subalternidad y representación.
Debates en teoría cultural. Es autor manifiesta que el problema de la
subalternidad todavía está muy presente en Latinoamérica y que, por más
europeizados que quieran parecer nuestros países, aún se siguen manifestando “el
problema del machismo y la continua subordinación de la mujer; el crecimiento
del sub-proletariado y la pauperización de sectores de los estratos medios; las
continuas, y continuamente diferidas , reivindicaciones por la supervivencia de
los pueblos indígenas; la persistencia del racismo y sexismo en todos los
niveles de la sociedad; la discriminación en contra y la represión de las
minorías sexuales; el problema de las poblaciones diaspóricas e inmigrantes; la
arbitraria criminalización de grandes sectores de la población por parte del
Estado” (2004: 45).
Se
debe tener en cuenta que, en los tiempos que vivió Valdelomar (finales del
siglo XIX- principios del XX), las manifestaciones de lo subalterno eran
mayores y más evidentes, pues se trataba de una sociedad polarizada en
cuestiones racistas y racialistas.[5]
3. Lectura de tres crónicas de Impresiones de Abraham Valdelomar
Al
leer las crónicas que Abraham Valdelomar publicó en diferentes diarios peruanos
durante la primera década del siglo XX, también se nos presentó las mismas
interrogantes que asaltaron a Aníbal González al iniciar su estudio sobre la
crónica modernista hispanoamericana: En primer lugar, ¿se puede aplicar una
categoría de análisis homogénea para un conjunto de textos tan vasto y
heterogéneo como la crónica? Y, en segundo lugar, ¿cómo tomar en serio textos
que desde un principio parecían destinados a una existencia tan efímera como la
de sus temas y que, sin embargo, perduran en las antologías y en los imponentes
tomos de unas obras completas?
Ante
esta aparente dificultad, y en vista de que ya se ha trabajado los textos de
Valdelomar contextualizándolos desde la crónica modernista, hemos elegido la
categoría de la subalternidad para abordar el estudio de los textos
periodísticos de este creador iqueño. Y es que nos llamó la atención cómo en Impresiones, conjunto de crónicas poco
estudiadas por la crítica, Valdelomar manifiesta, desde puntos de vista
intelectualizantes, europeizantes y aristocráticos, subyacente desprecio por
las manifestaciones de subalternidad del poblador peruano y de algunos
inmigrantes.
Es
interesante precisar que Abraham Valdelomar utilizó seudónimo solo para firmar
su trabajo periodístico; no hemos encontrado ningún cuento o poema firmado por
El Conde de Lemos[6]. Respecto
del empleo del seudónimo, Aníbal González precisa lo siguiente: “El cronista no tiene tiempo para forjarse un «yo»
unitario y consistente que rija su escritura” (1983: 80). Y eso es,
precisamente, lo que sucede con Abraham Valdelomar, quien abordó todos los
géneros de manera versátil y proteica, y, en más de una ocasión, se contradijo
a sí mismo. Eso, tal vez, explique las distintas personalidades artísticas que
adoptó el escritor iqueño. Así, conocemos al Valdelomar tierno de sus poemas,
al nostálgico de sus cuentos, al irónico de sus ensayos, al camaleónico de sus
crónicas, al populista y apologético de sus conferencias políticas.
Nuestra
propuesta, entonces, consiste en señalar que la personalidad de dandi de
Abraham Valdelomar, que obedecía al seudónimo de “El Conde de Lemos”,
(personalidad con rasgos europeizantes, aristocratizantes y cosmopolitas) lo
lleva, en tres de sus crónicas de Impresiones,
a despreciar el bajo nivel intelectual y la escasa sensibilidad del sujeto
subalterno peruano, y del inmigrante chino, en un texto en particular.
3.1. La sensibilidad del Buen Salvaje
en “La marcha nupcial”[7]
El
título de esta crónica hace alusión a una obra artística que, si bien el
cronista no detalla si se trata de la compuesta por Wagner o Mendelssohn o del
poema escrito por César Vallejo[8],
sí nos dice que es motivo de conversación de tres jóvenes en el Palais Concert[9],
donde uno de ellos, principalmente, se muestra muy emocionado después de haber
apreciado esta pieza de arte. El cronista es un espectador que suponemos ocupa
una mesa vecina al del grupo de jóvenes cuyo diálogo registra y reproduce. Da
la impresión de que se trata de un tipo voyeurista que, si bien no contempla a
personas desnudas de cuerpo, sí está atento al discurso del dialogante
principal del texto (en realidad se trata de una especie de monólogo), quien no
siente vergüenza alguna en desnudar su sensibilidad y mostrarse emotivo frente
a sus dos amigos que lo escuchan.
La
crónica, en su primera parte, presenta una terminología cargada de
extranjerismos:
-Un wiskwey
sawar…
- Un bitter
batido…
- Un americano con dos aceitunas (2000: 466)
Recordemos
que los hechos referidos suceden en el Palais
Concert, bar que se preciaba de ser el centro de reunión de la élite intelectual
de la ciudad limeña. Por lo tanto, las bebidas solicitadas también debían tener
nombres cosmopolitas. Sentados a una de las mesas de este café-bar se
encuentran tres amigos, cuyo diálogo llama la atención del cronista. Uno de
ellos, cuyo nombre el autor no considera importante registrar, le pregunta a
Carlos (voz principal de la crónica) acerca del porqué de su tristeza: “¿No
será por La Marcha Nupcial?” (p. 466)
e intenta trivializar su sentimentalismo con la desdeñosa afirmación:
“Romanticismos de cinema…” (p. 466)
La
respuesta indignada de Carlos, que viene a ser el cuerpo de la crónica, asume
que sus interlocutores no tienen la suficiente sensibilidad para entender su
estado de ánimo, pero se arma de paciencia y pide que le escuchen hasta el fin.
Con esta actitud, Carlos asume que el cultivo de la sensibilidad solo obedece a
espíritus elevados; es decir, a seres evolucionados que son capaces de sentir
el arte en cada fibra de su ser. Y es, precisamente, el cultivo del arte lo que
hará trascender al hombre. Por eso confirma que La marcha nupcial lo ha entristecido a tal punto de hacerlo llorar[10]
y acusa a sus oyentes por reprimir su sensibilidad: “Ustedes pasarán por la
vida sin dejar huella porque no tienen sentimiento. Yo me salvaré porque soy un
sentimental” (466-467).
Esta
última observación nos remite a la vieja discusión que se originó, en plena
invasión de América por los españoles, acerca de la humanidad de los indios.
Resultaba determinante responder a la pregunta sobre si el indio tenía
sentimientos o carecía de ellos.[11]
Por lo tanto, para Carlos, el enunciador del discurso sobre el sentimentalismo
(cuyos preceptos comparte, estamos seguros, el propio Valdelomar), si alguien
no posee la capacidad suficiente para emocionarse con una obra de arte, es
evidente que se trata de un ser involucionado, salvaje, inhumano, a quien hay
que despreciar, porque estar vacío de emociones equivale a ser “lo peor que se
puede ser en la vida: mediocre” (p.
467).
Terminado
el discurso, los amigos solicitan nuevamente los tragos para seguir
conversando. Sin embargo, esto ya fue suficiente para el cronista quien, con el
afán de registrar todo lo importante de un suceso, comprendió que todo lo que
se tenía que decir ya se dijo (aunque admite que el diálogo lo sorprendió) y
optó por marcharse.
Carlos,
el alter ego de Valdelomar, aduce una sensibilidad moderna que raya en
sensiblería. Esto se fundamenta en el contexto y las características del
modernismo que busca un sujeto exquisito, entendido y educado en las artes.
3.2. “Las almas herméticas” o el
desprecio por el subalterno migrante
Si hay
una crónica de Valdelomar donde se hace explícito su odio hacia la raza china
migrante que vivió en el Perú, esa lleva por título “Las almas herméticas”[12].
En ella se narra la situación de los chinos migrantes que, ya ancianos, después
de haber vivido cuarenta años en el Perú, tienen que regresar a su patria, y lo
hacen en una situación lamentable, pues son presentados como seres sin
expectativas que cargan el polvo de la derrota rumbo a su lugar de origen. Son
seres viciosos y viciados cuyo sentido de la vida, dice el cronista, lo hallan
en el consumo del opio. La escena es patética, pues se podría decir que solo
viven y trabajan por el opio.
El
cronista, en la primera parte del texto, describe, de manera general e irónica,
la imagen del rostro de un chino viejo. Luego contextualiza la acción al decir
que se trata de chinos que, “fracasados y pobres, enfermos y senectos”, son
llevados de regreso a su patria, “hacia los arrozales extensos y glaucos que
florecen bajo el hondo cielo de China”[13]
(p. 477). En esta parte le llama la atención el gesto de uno de ellos, tal vez
el más viejo de todos, que arrojó al mar su lío con los pocos trastos que
tenía; gesto que es tomado por el autor de manera pesimista, pues saben que
regresan a morir y que, ante la muerte, las pequeñas propiedades no poseen
valor. El resto del texto, que es casi la mitad, se encarga de reflexionar
sobre las costumbres de vida de los chinos en el Perú, reflexiones donde el
cronista no hace nada para ocultar su deprecio por esta raza asiática que llegó
a suelo peruano en la modalidad de semiesclavo.
Pero, ¿por qué Valdelomar,
de origen humilde y provinciano, desprecia a esta raza de chinos coolies? Se
trata, tal vez, de un severo caso de racismo (comportamiento despectivo hacia
una raza determinada), basado en el racialismo (que se reserva para las
doctrinas que se encargan de estudiar el origen de las razas y su posible
taxonomía). Al respecto, Todorov manifiesta lo siguiente:
El
racialista no se contenta con afirmar que las razas son diferentes, cree
también que son superiores o inferiores, unas a las otras, lo que implica que
dispone de una jerarquía única de valores, de un cuadro evolutivo conforme al
cual puede emitir juicios universales (1991: 118)
Eso,
sin duda, pasa con Valdelomar en esta crónica, pues presenta a los ancianos
coolies que regresan a su patria como un “puñado de miserables, de hambrientos
que vagaban por la calle buscando la colilla de cigarro, el hueso que roer o la
mano pródiga que les ofreciera un céntimo” (p. 479). Es decir, se trata de
sujetos que se ubicaban en el más lamentable estado de miseria. Pero esta
miseria no es por falta de oportunidades, sino porque el chino es presentado
como ocioso y que si trabaja solo lo hace motivado porque gracias a ello va a
conseguir el dinero que le permita comprar el opio, droga que le ayuda a
soportar mejor los pesares y la nostalgia por la tierra lejana.
Trabajar,
para ellos, es pesada obligación. Trabajan solo para conseguir la moneda que
quieren canjear por el opio. Viven en un mundo fantástico, irreal, pavoroso,
ligero, frágil, donde la lógica no existe y donde los sucesos cambian con tal
rapidez como la vida misma... Cuando fuman es cuando viven. (p. 479)
Esta
última cita nos lleva a pensar en los chinos coolies como seres alienados y
fracasados, que no encuentran otra motivación para vivir que el opio anhelado.
En la parte final de la crónica, Valdelomar presenta a estos chinos como
indiferentes a su destino, pues en cualquier lugar donde estén buscarán la
tranquilidad en una pipa de opio:
Para
ellos este viaje a través de los mares interminables y de los tifones
violentos, no es sino un accidente. Un simple cambio de lugar a que los obligan
quitándoles un poco de su comodidad. Cuando suban al barco solo buscarán un
rincón tranquilo, un pequeño espacio donde quepa su cuerpo extendido,
dispondrán su pipa de opio […] y se quedarán dormidos aspirando la espiral
creciente y solo abrirán los ojos y se pondrán de pie cuando les digan que han
llegado a la tierra de sus mayores. (p. 480).
3.3. “La miseria”[14]:
espejismo de la subalternidad
La
imagen del cronista es la de un sujeto letrado y culto que explora los ámbitos
subalternos desde su pluma. En “La miseria” se ve que el cronista no se muestra
comprometido con los sectores menos favorecidos; no es la voz del sujeto intelectualizado
que representa a la clase baja, sino una postura individual que quiere hacerse
notar a toda costa.[15]
Por
eso, tal vez al inicio del texto manifiesta que es falso que en el Perú haya
miseria y solo se quejan de ella “los que no quieren trabajar”. Esta es la idea
principal del texto y todo lo que sigue no es sino un alegato para
desprestigiar a aquellas clases subalternas que reclaman por la injusticia
social y económica en la que viven y por la falta de oportunidades de un
sistema que las obliga vivir, precisamente, en la miseria.
Al
principio no se está claro si va a hablar sobre una miseria espiritual o
económica, porque una de sus primeras afirmaciones, que tiene que ver con las
consecuencias del estado climatológico en el ánimo del poblador, es que no
puede haber miseria donde existe un clima primaveral,
donde
ni la lluvia molesta ni el frío se deja sentir ni el calor amenaza; donde los
campos esperan en vano la caricia germinadora del arado; donde los frutos caen
de los árboles jugosos y maduros, donde todo es fácil – demasiado fácil ¡ay!-
para la vida, no puede haber miseria (p. 484)
Luego,
en este mismo tenor, va enumerando explicaciones acerca de por qué en el Perú,
científicamente, no puede haber miseria.
Nuestro
billete circular ha merecido premio en el mercado de Londres; nuestras finanzas
han aumentado considerablemente durante la guerra. Nuestras empresas florecen;
nuestras estadísticas de agricultura acusan aumentos considerables. El azúcar,
la viña y el algodón enriquecen al país. ¿Dónde está la miseria? (p. 485)
Parecería
que el cronista, en la última parte de esta cita, podría considerar, ya que
nuestro país es tan rico en productos naturales, el origen de la miseria en la
mala distribución de la riqueza, en la acaparación de la economía nacional en
manos de unos pocos. Sin embargo, este texto no está destinado a polemizar con
las políticas del Estado como causante de miseria. Al contrario, tiende a
minimizar la miseria y responsabiliza de la misma al ocio que dice practican las
clases subalternas. Es decir, si el subalterno vive en la miseria, es porque no
tiene capacidad suficiente para el trabajo. Pues, en propias palabras del
cronista, “trabajar nos causa espanto” (p. 486).
Otra
de las razones que atribuye a la existencia de la miseria en los sectores
subalternos tiene que ver con el determinismo social. Los conceptos
deterministas siempre han formado parte de los fundamentos de la clase
aristocrática para explicar la existencia de la clase subalterna y era lógico
que encontrara su reflejo en la literatura, mucho más en la crónica, donde
Valdelomar adoptaba sus poses de dandi. A Valdelomar el determinismo le sirve
para la construcción de un esquema ideológico que explica que hay realidades
sociales, raciales y económicas que limitan los sueños de un individuo o de una
clase y anula la esperanza de abrigar un sueño de cambio donde estas clases
bajas se verían beneficiadas; es decir, hay clases sociales que están hechas
para mandar y gozar de los bienes y de la bonanza económica, y existen otras
que están destinadas a obedecer y soportar las injusticias y la miseria de su
clase. Tal es el determinismo. Esto lo podemos apreciar en la siguiente cita
del texto:
No hay
pues tal miseria. Lo que hay es que no sabemos colocarnos en nuestro lugar. El
obrero que gana un salario modesto quiere ocupar el mismo sitio en la vida
metropolitana que el empleado de una institución que tiene un salario tres
veces superior, y este, a su vez, quiere colocarse en la condición del heredero
rico que dilapida sus caudales. (p. 485)
La
solución a la miseria, según el cronista, está en saber invertir nuestro dinero
y tener un poco menos de vanidad; debemos gastar nuestra renta de acuerdo a
nuestra condición económica y así, dice, todos tendríamos dinero ahorrado en el
Banco. En la parte final de la crónica cita a Samuel Smiles cuando dice que en
el trabajo está la fuente de la riqueza y que, la falta de voluntad para
realizarlo produce la miseria.
Estamos
seguros que Valdelomar no ignora en qué país vive y cuáles son las condiciones
reales de vida del poblador común peruano. Entonces, ¿cómo se entiende este
texto? ¿Valdelomar intentaba congraciarse con alguien o tenía en cuenta el
nivel sociocultural de sus lectores? ¿Quería hacer favores políticos? Tengamos
en cuenta que Valdelomar escribió este texto durante el segundo gobierno de
José Pardo y no hay ninguna fuente que diga que lo sirvió directamente, pero
recordemos que Valdelomar ya puso su pluma antes al servicio de los políticos,
como fue el caso de su apoyo incondicional a Guillermo Billinghurst, gracias a quien
recibió la dirección del diario oficial El Peruano.
Lo
último que aquí se ha manifestado pertenece al mero plano de la suposición,
aunque debemos recordar, como dice Octavio Paz, que era muy frecuente, en el
modernismo, vender el talento a los poderosos a cambio de beneficios
económicos:
Los
modernistas dependían de aquello mismo que aborrecían y así oscilaban entre la
rebelión y la abyección. Unos, como Martí, fueron incorruptibles al sacrificio;
otros, como el pobre Rubén Darío, escribieron odas y sonetos a tigres y
caimanes con charreteras. (1974: 130)
Mariátegui
ha elogiado, en Valdelomar, su apego por la gente humilde y sencilla y “Ante un
auditorio de obreros, pronunció en algunas ciudades del norte durante sus
andanzas de conferencista nómade, una oración al trabajo” (2005: 253-254).
Entonces Valdelomar conferencista amaba a los pobres; sin embargo, a partir de
la lectura de este texto, vemos que los responsabiliza de la pobreza o miseria
en la que viven. Sin duda, El conde de Lemos es fiel a su personalidad polémica
y contradictoria[16],
pues esta cambia de acuerdo a la motivación particular que tiene al escribir un
texto.
3.
Conclusiones
1.
La
personalidad de dandi de Abraham Valdelomar, que obedece al seudónimo de “El
Conde de Lemos”, (personalidad artística con rasgos europeizantes,
aristocratizantes y cosmopolitas) lo lleva, en tres de sus crónicas de Impresiones, a despreciar el bajo nivel
intelectual y la escasa sensibilidad del sujeto subalterno.
2.
En
la crónica “La marcha nupcial” se maneja la información que cuanto más sensible
a la belleza y al arte se muestre el espíritu de una persona, más exquisita,
refinada y evolucionada es. Se asume que el cultivo de la sensibilidad solo
obedece a espíritus elevados; es decir, a seres evolucionados que son capaces
de sentir el arte en cada fibra de su ser. Y es, precisamente, el cultivo del
arte lo que hará trascender al hombre y lo hará diferenciarse de las reacciones
vulgares de las clases subalternas.
3.
El
texto “Las almas herméticas” presenta una clara muestra de desprecio por el
sujeto subalterno migrante. Desde una visión racialista, ubica a los ancianos
chinos coolies en el más lamentable estado de miseria, y no por falta de
oportunidades, sino porque el chino es presentado como ocioso y aficionado al
opio. Refuerza la idea de que los coolies son seres alienados y fracasados.
4.
En
la crónica titulada “La miseria” se maneja el precepto de que es falso que exista
miseria en el Perú (solo se quejan de ella “los que no quieren trabajar”). Esta
es la idea principal del texto y todo lo que sigue no es sino un alegato para
desprestigiar a aquellas clases subalternas que reclaman por la injusticia
social y económica en la que viven y por la falta de oportunidades de un
sistema que las obliga vivir, precisamente, en la miseria.
5.
El
determinismo le sirve a Valdelomar para justificar su desprecio por lo subalterno,
pues lo emplea para la construcción de un esquema ideológico que explica que
hay realidades sociales, raciales y económicas que limitan los sueños de un
individuo o de una clase y anula la esperanza de abrigar un sueño de cambio,
donde estas clases bajas se verían beneficiadas; es decir, hay clases sociales
que están hechas para mandar y gozar de la bonanza económica, y existen otras
que están destinadas a obedecer y soportar las injusticias y la miseria de su
clase.
4. Referencias
BERNABÉ,
Mónica. Vidas de artista. Bohemia y
dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren (Lima, 1911-1922). Rosario:
Beatriz Viterbo Editora; Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2006: 244 p.
BEVERLEY,
John y ACHUGAR, Hugo. La voz del otro.
Testimonio, subalternidad y verdad narrativa. 2da edición. Ciudad de Guatemala:
Ediciones Papiro S.A. 2002: 265 p.
BEVERLEY,
John. Subalternidad y representación.
Debates en teoría cultural. Madrid: Iberoamericana, 2004: 220 p.
GONZALES,
Aníbal. La crónica modernista hispanoamericana.
Madrid: Ediciones José Porrúa Turanzas, 1983: 237 p.
Grupo
Latinoamericano de Estudios Subalternos.
"Manifiesto inaugural". En: Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y
globalización en debate). Edición de Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta.
México: Miguel Ángel Porrúa, 1998. Disponible en:
http://www.duke.edu/~wmignolo/InteractiveCV/Publications/Teoriassindisciplina.pdf
DELGADO,
Washington. Historia de la literatura
republicana. Nuevo carácter de la
literatura en el Perú independiente. Lima, Ediciones Rikchay Perú, 1984.
HAJJAJ,
Karima. “Crónica y viaje en el Modernismo: Enrique Gómez Carrillo y «El encanto
de Buenos Aires»”. En: Anales de la Literatura Hispanoamericana N° 23. Editorial Complutense, Madrid, 1994, pp.
28-40. Disponible en: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/Cronica_y_viaje_en_el_Modernismo.pdf
HERRERA
MONTERO, Bernal. “Estudios subalternos en América Latina”. En: Diálogos, Revista Electrónica de
Historia, ISSN: 1409-469X, Vol 10 N° 1, agosto 2009-febrero 2010. Pp 109-121.
Disponible en: http://www.latindex.ucr.ac.cr/dia-2009-2/dia-2009-2-4.pdf
MARIÁTEGUI,
José Carlos. 7 ensayos de interpretación
de la realidad peruana. Lima, Empresa editora El Comercio, 2005.
MC
EVOY, Carmen. “Entre la nostalgia y el escándalo: Abraham Valdelomar y la
construcción de una sensibilidad moderna en las postrimerías de la República
Aristocrática”. En Forjando la nación.
Ensayos de historia republicana. Lima: Pontificia Universidad Católica y The
University of the South, 1999.
PAZ,
Octavio. Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia.
Barcelona, Seix Barral Editores, 1974.
RAMA,
Ángel. La ciudad letrada. Hanover,
Ediciones del Norte, 1984.
SCHULMAN,
Ivan. “La novedad constante”. En Revista Transformación,
ISSN: 2077-2955, enero-julio 2012, 8, pp. 1-9. Disponible en: http://www.ucp.cm.rimed.cu/uzine/transformacion/articulos/01_schulman_novedad.pdf
TODOROV,
Tzvetan. Nosotros y los otros. México:
Siglo veintiuno editores, 1991.
[1] Cabe precisar
que son doce las crónicas que forman Impresiones,
lo que no quiere decir que solo fueron esos
los textos que Valdelomar escribió en La Prensa en las fechas señaladas, puesto que su colección de
crónicas Fuegos fatuos, están
fechadas desde el 26 de noviembre de 1916 hasta el 13 de abril de 1918.
[2]
Para profundizar la información, léase su estudio Decadentismo, dandismo, imagen pública: De cómo y por qué Antonio de
Hoyos y Vinent creó a Julito Calabrés. Disponible en: http://www.google.com.pe/url?sa=t&rct=j&q=decadentismo%2C+dandismo%2C+imagen+p%C3%BAblica+-+mar%C3%ADa+del+carmen+alfonso+garc%C3%ADa&source=web&cd=1&cad=rja&ved=0CCsQFjAA&url
[3]
Para mayores detalles, consultar la tesis de Esther Espinoza titulada La crónica modernista de Abraham Valdelomar.
Lima: 2007.
[4]
Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos.
"Manifiesto inaugural". En: Teorías sin disciplina (latinoamericanismo,
poscolonialidad y globalización en debate). México: Edición de Santiago
Castro-Gómez y Eduardo Mendieta, 1998.
Disponible en: http://www.duke.edu/~wmignolo/InteractiveCV/Publications/Teoriassindisciplina.pdf
[5]
Categorías tomadas de Todorov, presentes en su libro Nosotros y los otros (1991).
Dice que el racismo tiene que ver con el comportamiento despectivo hacia
una raza determinada, y el racialismo se reserva para las doctrinas que estudian
e intentan realizar una taxonomía racial.
[6] El
término “Conde de Lemos”, obedece a un título de nobleza y aristocracia
española. Este título nobiliario que no tenía cómo corresponderle a Valdelomar,
por ser de origen humilde y provinciano, forma parte de su personalidad
artística y su dandismo, de sus deseos de figurar y de causar escándalo en una
Lima aún con rasgos aristocráticos y marginadores con los provincianos.
[7]
Crónica publicada en el diario La Prensa
de Lima y fechada el 5 de agosto de 1916.
[8]
Aunque esto último es poco probable, puesto que el texto fue publicado en La Prensa el 5 de agosto de 1916 y
Valdelomar recién conoce a Vallejo a fines de 1917.
[9]
Bar-café que era centro de operaciones de Valdelomar y de los Colónidas.
[10] En una
sociedad de tradición machista como la peruana, este hecho se vería como una
debilidad; por eso el cronista se siente en la obligación de registrar todo el
discurso, pues se trata de un hecho que quiebra la rutina del acontecer
cotidiano.
[11] Al
respecto, es muy conocida la polémica entre Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.
Recordemos que De las Casas, con su Brevísima
relación de la destrucción de las indias contribuyó a la teoría del Buen
Salvaje.
[12]
Publicado en La Prensa, Lima, 25 de
noviembre de 1916.
[13]
Sería interesante señalar que en 1853 se prohíbe el ingreso de coolies y se inician protestas
internacionales en contra del ingreso de la población China en el Perú, debido al trabajo
semiesclavista al que eran sometidos.
[14]
Crónica publicada en el diario La Prensa,
Lima, 22 de enero de 1917.
[15]
“Los profundos cambios sociales, políticos y económicos por los que atravesó el
país, en especial Lima durante la segunda fase de la “República Aristocrática”,
hicieron necesaria la construcción de una identidad individual para las clases
medias que Valdelomar representó”. (Mc Evoy, 1999: 271)
[16] “Como
aprendiz de dandy, Valdelomar, apasionado por el costado bizarro de las cosas,
decide golpear a la mediocridad limeña con la sorpresa y la ambigüedad de sus
posiciones”. (Bernabé, 2006: 123)
No comments:
Post a Comment