Tuesday, September 18, 2018

Dandismo o el desprecio por lo subalterno en tres crónicas de Impresiones de Abraham Valdelomar


Introducción

La obra de Abraham Valdelomar ha sido y viene siendo motivo de numerosos estudios por parte de la crítica literaria. Sin embargo, la mayor profusión de estos trabajos de investigación toma como objeto de estudio la poesía y la narrativa de ficción de este notable autor iqueño. Sus crónicas, conferencias, ensayos y obras de teatro no han sido abordados con el mismo interés y prolijidad. Entendible es, también, que muchos de los investigadores de los textos de Valdelomar hayan caído seducidos por la premeditada personalidad artística del Conde de Lemos y hayan terminado escribiendo estudios meramente biografistas, olvidando aplicar categorías de análisis que busquen dialogar con la intención comunicativa del texto.

Voy a ocuparme, en este breve artículo, de la crónica periodística de Abraham Valdelomar, precisamente de las que publicó en el diario La Prensa, del 17 de julio de 1916 hasta el 1 de agosto de 1917, y que el mismo autor ha recogido con el título Impresiones[1]. El corpus que permite este análisis ha sido tomado del libro Abraham Valdelomar, obras completas II, cuya edición, prólogo, cronología, iconografía y notas estuvieron a cargo de Ricardo Silva-Santisteban. En este breve trabajo ofrezco una lectura de tres crónicas: “La marcha nupcial”, “Las almas herméticas” y “La miseria”, las cuales han sido vistas desde la categoría de la subalternidad.


1. Sobre la personalidad artística de Valdelomar y su dandismo

Estamos convencidos de que la adquisición de la personalidad de dandi por parte de Valdelomar lo llevó a convertirse en un ser contradictorio, sarcástico y provocador. Por ejemplo, si por un lado manifestaba su amor al pueblo en sus conferencias políticas que brindaba a lo largo de la nación, en algunas crónicas mostraba una tendencia a ser irónico e incluso a mantener serias discrepancias y despectivos calificativos ante cualquier manifestación de subalternidad y del sujeto subalterno cuya voz él mismo representa. Acerca de la figura y moral del dandi, Alfonso García[2] dice lo siguiente:

El dandismo, religión sin dogmas pero con preceptos muy severos, supone, de esta forma, un ser jánico que oculta sus intimidades, quizás comunes al resto de la humanidad – y ya sabemos que para el dandi nada puede ser homologable-, y vierte al exterior solo la frivolidad y el cinismo, medios para seducir porque crean la ilusión de un yo ficticio e irreal que sorprende por su conducta y escandaliza por su filosofía. (p. 11)

El dandi, por lo tanto, vendría a ser una personalidad inventada y destinada a crear polémica; a estar pendiente de los hechos que transcurren en su tiempo y a registrarlos de manera iconoclasta de acuerdo a su lugar y nivel social de procedencia. En el caso de Valdelomar, su dandismo le sirvió para llamar la atención, con sus poses escandalosas y sus afirmaciones temerarias, de sus posibles lectores, puesto que antes que un público lector, Valdelomar encontró un público espectador que primero esperaba sus extravagancias, para leerlo después.

Si queremos entender la personalidad polémica e inquietante de Valdelomar, lo que Esther Espinoza[3] llama “la personalidad artística”, debemos tener en cuenta el contexto histórico en el que se desenvolvió y que exigía, para tomar nota de la existencia del literato y de su afán por profesionalizar la labor del escritor, ciertos comportamientos de parte del artista. Para profundizar este aspecto, es muy valiosa la información aportada por Carmen Mc Evoy en su estudio Entre la nostalgia y el escándalo: Abraham Valdelomar y la construcción de una sensibilidad moderna en las postrimerías de la “República Aristocrática”. Según esta investigación, fue en Lima donde la personalidad del escritor de origen iqueño sufrió un proceso de profundas transformaciones, lo que contribuyó a volverla inestable, a la vez que proteica y contradictoria, pues ya a los quince años se declaró “materialista”, a los diecisiete se presentó como “místico”, a los veinticinco su conciencia era un “grito crispante de desesperación”, a tal punto que cuando quiso buscar la verdad definitiva, solo encontró el vacío desolador. Por eso, Valdelomar mismo, en más de una ocasión, manifestó ser presa de sentimientos contradictorios como el amar y el odiar la vida, el confiar y desconfiar de la ciencia y el mostrarse crédulo y escéptico sobre la muerte. “La búsqueda de esa verdad escatológica, que finalmente no logró hallar, lo llevó por el terreno de la locura, el de los libros, el de la comunión con la naturaleza…” (1999: 255).

Entonces, la contradicción y ambigüedad son tal vez los términos adecuados para describir la personalidad de Abraham Valdelomar. Mc Evoy, recoge las afirmaciones que sobre la personalidad de Valdelomar se han detallado en otros estudios. Nos dice que Zoila Aurora Cáceres subrayó la existencia de dos Valdelomar: el artista sincero, por un lado, y el bufón con una personalidad ficticia, por el otro. Cita también a Tamayo Vargas, para el que, detrás del petulante vestir y la mirada despectiva se escondía un Valdelomar triste y provinciano. Uno de los alcances más importantes del estudio de Mc Evoy es que brinda una visión histórica al tiempo en que vivió Valdelomar, y recoge los hechos que lo llevaron, en una Lima aristocrática apabullante con los provincianos, a convertirse en un artista desafiante detrás del pseudónimo El Conde de Lemos.

José Carlos Mariátegui, en los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, nos presenta a un Valdelomar nómade, versátil e inquieto como su tiempo. Respecto de la soberbia y la pedantería de las cuales se le acusaba, Mariátegui cree que esto obedece más a sus poses de dandi, pues El Conde de Lemos manejaba un discurso irónico para tratar temas que, para la época, podían pasar como trascendentes: “La egolatría de Valdelomar era en gran parte humorística. Valdelomar decía en broma casi todas las cosas que el público tomaba en serio” (2005: 254). Sin embargo, en tres de las crónicas que integran Impresiones, el sarcasmo de Valdelomar presenta fuertes dosis de desprecio hacia las manifestaciones de subalternidad, principalmente por las que se relacionan con comportamientos bárbaros e incivilizados.

Por último, si queremos entender la figura del dandismo en Abraham Valdelomar, debemos recurrir al libro Vidas de artista. Bohemia y dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren (Lima, 1911-1922), de Mónica Bernabé. Esta investigadora manifiesta que fue Valdelomar el primero que se propuso vivir íntegramente de lo que escribía y de las conferencias que dictaba, es decir, el primero que inauguró la profesionalización del escritor en el Perú. Su pose de dandi procede de su convencimiento de que si quiere ser leído por los demás, primero debe ser visto por sus futuros lectores (es decir, para serlo, primero debe uno parecerlo). Sin embargo, nos dice Bernabé, “la crítica literaria, preocupada por disminuir o borrar el costado revulsivo de su dandismo, juzga el costado decadente de su obra como artificiosa, insustancial y de evasión” (2006: 123). No obstante, el dandismo de Valdelomar fue controversial y llamó muchísimo la atención en su época. Armado de su careta de dandi, a los veintidós años, este autor de origen humilde y provinciano, decide golpear la mediocridad limeña con la sorpresa y la ambigüedad de sus posiciones contradictorias.


2. Sobre la subalternidad

Si bien la posición del sujeto subalterno y sus características frente a la cultura hegemónica han sido tratadas por un grupo de intelectuales sudasiáticos (Grupo de estudios subalternos) dirigido por Ranajit Guha, lo que a nosotros nos interesa, puesto que nuestro autor se inscribe en la tradición literaria peruana y latinoamericana, es analizar las características del sujeto subalterno en América Latina. Para esto hemos recurrido al “Manifiesto Inaugural” del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos[4], documento que nos brinda una información valiosa y cercana de cómo se establecen las relaciones de subalternidad en nuestro continente.

Se ha consultado, también, para profundizar esta variable, el estudio de Beverley titulado Subalternidad y representación. Debates en teoría cultural. Es autor manifiesta que el problema de la subalternidad todavía está muy presente en Latinoamérica y que, por más europeizados que quieran parecer nuestros países, aún se siguen manifestando “el problema del machismo y la continua subordinación de la mujer; el crecimiento del sub-proletariado y la pauperización de sectores de los estratos medios; las continuas, y continuamente diferidas , reivindicaciones por la supervivencia de los pueblos indígenas; la persistencia del racismo y sexismo en todos los niveles de la sociedad; la discriminación en contra y la represión de las minorías sexuales; el problema de las poblaciones diaspóricas e inmigrantes; la arbitraria criminalización de grandes sectores de la población por parte del Estado” (2004: 45).

Se debe tener en cuenta que, en los tiempos que vivió Valdelomar (finales del siglo XIX- principios del XX), las manifestaciones de lo subalterno eran mayores y más evidentes, pues se trataba de una sociedad polarizada en cuestiones racistas y racialistas.[5]


3. Lectura de tres crónicas de Impresiones de Abraham Valdelomar

Al leer las crónicas que Abraham Valdelomar publicó en diferentes diarios peruanos durante la primera década del siglo XX, también se nos presentó las mismas interrogantes que asaltaron a Aníbal González al iniciar su estudio sobre la crónica modernista hispanoamericana: En primer lugar, ¿se puede aplicar una categoría de análisis homogénea para un conjunto de textos tan vasto y heterogéneo como la crónica? Y, en segundo lugar, ¿cómo tomar en serio textos que desde un principio parecían destinados a una existencia tan efímera como la de sus temas y que, sin embargo, perduran en las antologías y en los imponentes tomos de unas obras completas?

Ante esta aparente dificultad, y en vista de que ya se ha trabajado los textos de Valdelomar contextualizándolos desde la crónica modernista, hemos elegido la categoría de la subalternidad para abordar el estudio de los textos periodísticos de este creador iqueño. Y es que nos llamó la atención cómo en Impresiones, conjunto de crónicas poco estudiadas por la crítica, Valdelomar manifiesta, desde puntos de vista intelectualizantes, europeizantes y aristocráticos, subyacente desprecio por las manifestaciones de subalternidad del poblador peruano y de algunos inmigrantes.

Es interesante precisar que Abraham Valdelomar utilizó seudónimo solo para firmar su trabajo periodístico; no hemos encontrado ningún cuento o poema firmado por El Conde de Lemos[6]. Respecto del empleo del seudónimo, Aníbal González precisa lo siguiente: “El cronista no tiene tiempo para forjarse un «yo» unitario y consistente que rija su escritura” (1983: 80). Y eso es, precisamente, lo que sucede con Abraham Valdelomar, quien abordó todos los géneros de manera versátil y proteica, y, en más de una ocasión, se contradijo a sí mismo. Eso, tal vez, explique las distintas personalidades artísticas que adoptó el escritor iqueño. Así, conocemos al Valdelomar tierno de sus poemas, al nostálgico de sus cuentos, al irónico de sus ensayos, al camaleónico de sus crónicas, al populista y apologético de sus conferencias políticas.

Nuestra propuesta, entonces, consiste en señalar que la personalidad de dandi de Abraham Valdelomar, que obedecía al seudónimo de “El Conde de Lemos”, (personalidad con rasgos europeizantes, aristocratizantes y cosmopolitas) lo lleva, en tres de sus crónicas de Impresiones, a despreciar el bajo nivel intelectual y la escasa sensibilidad del sujeto subalterno peruano, y del inmigrante chino, en un texto en particular.


3.1. La sensibilidad del Buen Salvaje en “La marcha nupcial”[7]

El título de esta crónica hace alusión a una obra artística que, si bien el cronista no detalla si se trata de la compuesta por Wagner o Mendelssohn o del poema escrito por César Vallejo[8], sí nos dice que es motivo de conversación de tres jóvenes en el Palais Concert[9], donde uno de ellos, principalmente, se muestra muy emocionado después de haber apreciado esta pieza de arte. El cronista es un espectador que suponemos ocupa una mesa vecina al del grupo de jóvenes cuyo diálogo registra y reproduce. Da la impresión de que se trata de un tipo voyeurista que, si bien no contempla a personas desnudas de cuerpo, sí está atento al discurso del dialogante principal del texto (en realidad se trata de una especie de monólogo), quien no siente vergüenza alguna en desnudar su sensibilidad y mostrarse emotivo frente a sus dos amigos que lo escuchan.

La crónica, en su primera parte, presenta una terminología cargada de extranjerismos:

 -Un wiskwey sawar
 - Un bitter batido…
 - Un americano con dos aceitunas (2000: 466)

Recordemos que los hechos referidos suceden en el Palais Concert, bar que se preciaba de ser el centro de reunión de la élite intelectual de la ciudad limeña. Por lo tanto, las bebidas solicitadas también debían tener nombres cosmopolitas. Sentados a una de las mesas de este café-bar se encuentran tres amigos, cuyo diálogo llama la atención del cronista. Uno de ellos, cuyo nombre el autor no considera importante registrar, le pregunta a Carlos (voz principal de la crónica) acerca del porqué de su tristeza: “¿No será por La Marcha Nupcial?” (p. 466) e intenta trivializar su sentimentalismo con la desdeñosa afirmación: “Romanticismos de cinema…” (p. 466)

La respuesta indignada de Carlos, que viene a ser el cuerpo de la crónica, asume que sus interlocutores no tienen la suficiente sensibilidad para entender su estado de ánimo, pero se arma de paciencia y pide que le escuchen hasta el fin. Con esta actitud, Carlos asume que el cultivo de la sensibilidad solo obedece a espíritus elevados; es decir, a seres evolucionados que son capaces de sentir el arte en cada fibra de su ser. Y es, precisamente, el cultivo del arte lo que hará trascender al hombre. Por eso confirma que La marcha nupcial lo ha entristecido a tal punto de hacerlo llorar[10] y acusa a sus oyentes por reprimir su sensibilidad: “Ustedes pasarán por la vida sin dejar huella porque no tienen sentimiento. Yo me salvaré porque soy un sentimental” (466-467).

Esta última observación nos remite a la vieja discusión que se originó, en plena invasión de América por los españoles, acerca de la humanidad de los indios. Resultaba determinante responder a la pregunta sobre si el indio tenía sentimientos o carecía de ellos.[11] Por lo tanto, para Carlos, el enunciador del discurso sobre el sentimentalismo (cuyos preceptos comparte, estamos seguros, el propio Valdelomar), si alguien no posee la capacidad suficiente para emocionarse con una obra de arte, es evidente que se trata de un ser involucionado, salvaje, inhumano, a quien hay que despreciar, porque estar vacío de emociones equivale a ser “lo peor que se puede ser en la vida: mediocre” (p. 467).

Terminado el discurso, los amigos solicitan nuevamente los tragos para seguir conversando. Sin embargo, esto ya fue suficiente para el cronista quien, con el afán de registrar todo lo importante de un suceso, comprendió que todo lo que se tenía que decir ya se dijo (aunque admite que el diálogo lo sorprendió) y optó por marcharse.
Carlos, el alter ego de Valdelomar, aduce una sensibilidad moderna que raya en sensiblería. Esto se fundamenta en el contexto y las características del modernismo que busca un sujeto exquisito, entendido y educado en las artes.


3.2. “Las almas herméticas” o el desprecio por el subalterno migrante

Si hay una crónica de Valdelomar donde se hace explícito su odio hacia la raza china migrante que vivió en el Perú, esa lleva por título “Las almas herméticas”[12]. En ella se narra la situación de los chinos migrantes que, ya ancianos, después de haber vivido cuarenta años en el Perú, tienen que regresar a su patria, y lo hacen en una situación lamentable, pues son presentados como seres sin expectativas que cargan el polvo de la derrota rumbo a su lugar de origen. Son seres viciosos y viciados cuyo sentido de la vida, dice el cronista, lo hallan en el consumo del opio. La escena es patética, pues se podría decir que solo viven y trabajan por el opio.

El cronista, en la primera parte del texto, describe, de manera general e irónica, la imagen del rostro de un chino viejo. Luego contextualiza la acción al decir que se trata de chinos que, “fracasados y pobres, enfermos y senectos”, son llevados de regreso a su patria, “hacia los arrozales extensos y glaucos que florecen bajo el hondo cielo de China”[13] (p. 477). En esta parte le llama la atención el gesto de uno de ellos, tal vez el más viejo de todos, que arrojó al mar su lío con los pocos trastos que tenía; gesto que es tomado por el autor de manera pesimista, pues saben que regresan a morir y que, ante la muerte, las pequeñas propiedades no poseen valor. El resto del texto, que es casi la mitad, se encarga de reflexionar sobre las costumbres de vida de los chinos en el Perú, reflexiones donde el cronista no hace nada para ocultar su deprecio por esta raza asiática que llegó a suelo peruano en la modalidad de semiesclavo.

Pero, ¿por qué Valdelomar, de origen humilde y provinciano, desprecia a esta raza de chinos coolies? Se trata, tal vez, de un severo caso de racismo (comportamiento despectivo hacia una raza determinada), basado en el racialismo (que se reserva para las doctrinas que se encargan de estudiar el origen de las razas y su posible taxonomía). Al respecto, Todorov manifiesta lo siguiente:

El racialista no se contenta con afirmar que las razas son diferentes, cree también que son superiores o inferiores, unas a las otras, lo que implica que dispone de una jerarquía única de valores, de un cuadro evolutivo conforme al cual puede emitir juicios universales (1991: 118)


Eso, sin duda, pasa con Valdelomar en esta crónica, pues presenta a los ancianos coolies que regresan a su patria como un “puñado de miserables, de hambrientos que vagaban por la calle buscando la colilla de cigarro, el hueso que roer o la mano pródiga que les ofreciera un céntimo” (p. 479). Es decir, se trata de sujetos que se ubicaban en el más lamentable estado de miseria. Pero esta miseria no es por falta de oportunidades, sino porque el chino es presentado como ocioso y que si trabaja solo lo hace motivado porque gracias a ello va a conseguir el dinero que le permita comprar el opio, droga que le ayuda a soportar mejor los pesares y la nostalgia por la tierra lejana.

Trabajar, para ellos, es pesada obligación. Trabajan solo para conseguir la moneda que quieren canjear por el opio. Viven en un mundo fantástico, irreal, pavoroso, ligero, frágil, donde la lógica no existe y donde los sucesos cambian con tal rapidez como la vida misma... Cuando fuman es cuando viven. (p. 479)


Esta última cita nos lleva a pensar en los chinos coolies como seres alienados y fracasados, que no encuentran otra motivación para vivir que el opio anhelado. En la parte final de la crónica, Valdelomar presenta a estos chinos como indiferentes a su destino, pues en cualquier lugar donde estén buscarán la tranquilidad en una pipa de opio:

Para ellos este viaje a través de los mares interminables y de los tifones violentos, no es sino un accidente. Un simple cambio de lugar a que los obligan quitándoles un poco de su comodidad. Cuando suban al barco solo buscarán un rincón tranquilo, un pequeño espacio donde quepa su cuerpo extendido, dispondrán su pipa de opio […] y se quedarán dormidos aspirando la espiral creciente y solo abrirán los ojos y se pondrán de pie cuando les digan que han llegado a la tierra de sus mayores. (p. 480).



3.3. “La miseria”[14]: espejismo de la subalternidad

La imagen del cronista es la de un sujeto letrado y culto que explora los ámbitos subalternos desde su pluma. En “La miseria” se ve que el cronista no se muestra comprometido con los sectores menos favorecidos; no es la voz del sujeto intelectualizado que representa a la clase baja, sino una postura individual que quiere hacerse notar a toda costa.[15]

Por eso, tal vez al inicio del texto manifiesta que es falso que en el Perú haya miseria y solo se quejan de ella “los que no quieren trabajar”. Esta es la idea principal del texto y todo lo que sigue no es sino un alegato para desprestigiar a aquellas clases subalternas que reclaman por la injusticia social y económica en la que viven y por la falta de oportunidades de un sistema que las obliga vivir, precisamente, en la miseria.

Al principio no se está claro si va a hablar sobre una miseria espiritual o económica, porque una de sus primeras afirmaciones, que tiene que ver con las consecuencias del estado climatológico en el ánimo del poblador, es que no puede haber miseria donde existe un clima primaveral,


donde ni la lluvia molesta ni el frío se deja sentir ni el calor amenaza; donde los campos esperan en vano la caricia germinadora del arado; donde los frutos caen de los árboles jugosos y maduros, donde todo es fácil – demasiado fácil ¡ay!- para la vida, no puede haber miseria (p. 484)


Luego, en este mismo tenor, va enumerando explicaciones acerca de por qué en el Perú, científicamente, no puede haber miseria.


Nuestro billete circular ha merecido premio en el mercado de Londres; nuestras finanzas han aumentado considerablemente durante la guerra. Nuestras empresas florecen; nuestras estadísticas de agricultura acusan aumentos considerables. El azúcar, la viña y el algodón enriquecen al país. ¿Dónde está la miseria? (p. 485)


Parecería que el cronista, en la última parte de esta cita, podría considerar, ya que nuestro país es tan rico en productos naturales, el origen de la miseria en la mala distribución de la riqueza, en la acaparación de la economía nacional en manos de unos pocos. Sin embargo, este texto no está destinado a polemizar con las políticas del Estado como causante de miseria. Al contrario, tiende a minimizar la miseria y responsabiliza de la misma al ocio que dice practican las clases subalternas. Es decir, si el subalterno vive en la miseria, es porque no tiene capacidad suficiente para el trabajo. Pues, en propias palabras del cronista, “trabajar nos causa espanto” (p. 486).

Otra de las razones que atribuye a la existencia de la miseria en los sectores subalternos tiene que ver con el determinismo social. Los conceptos deterministas siempre han formado parte de los fundamentos de la clase aristocrática para explicar la existencia de la clase subalterna y era lógico que encontrara su reflejo en la literatura, mucho más en la crónica, donde Valdelomar adoptaba sus poses de dandi. A Valdelomar el determinismo le sirve para la construcción de un esquema ideológico que explica que hay realidades sociales, raciales y económicas que limitan los sueños de un individuo o de una clase y anula la esperanza de abrigar un sueño de cambio donde estas clases bajas se verían beneficiadas; es decir, hay clases sociales que están hechas para mandar y gozar de los bienes y de la bonanza económica, y existen otras que están destinadas a obedecer y soportar las injusticias y la miseria de su clase. Tal es el determinismo. Esto lo podemos apreciar en la siguiente cita del texto:


No hay pues tal miseria. Lo que hay es que no sabemos colocarnos en nuestro lugar. El obrero que gana un salario modesto quiere ocupar el mismo sitio en la vida metropolitana que el empleado de una institución que tiene un salario tres veces superior, y este, a su vez, quiere colocarse en la condición del heredero rico que dilapida sus caudales. (p. 485)

La solución a la miseria, según el cronista, está en saber invertir nuestro dinero y tener un poco menos de vanidad; debemos gastar nuestra renta de acuerdo a nuestra condición económica y así, dice, todos tendríamos dinero ahorrado en el Banco. En la parte final de la crónica cita a Samuel Smiles cuando dice que en el trabajo está la fuente de la riqueza y que, la falta de voluntad para realizarlo produce la miseria.

Estamos seguros que Valdelomar no ignora en qué país vive y cuáles son las condiciones reales de vida del poblador común peruano. Entonces, ¿cómo se entiende este texto? ¿Valdelomar intentaba congraciarse con alguien o tenía en cuenta el nivel sociocultural de sus lectores? ¿Quería hacer favores políticos? Tengamos en cuenta que Valdelomar escribió este texto durante el segundo gobierno de José Pardo y no hay ninguna fuente que diga que lo sirvió directamente, pero recordemos que Valdelomar ya puso su pluma antes al servicio de los políticos, como fue el caso de su apoyo incondicional a Guillermo Billinghurst, gracias a quien recibió la dirección del diario oficial El Peruano.

Lo último que aquí se ha manifestado pertenece al mero plano de la suposición, aunque debemos recordar, como dice Octavio Paz, que era muy frecuente, en el modernismo, vender el talento a los poderosos a cambio de beneficios económicos:


Los modernistas dependían de aquello mismo que aborrecían y así oscilaban entre la rebelión y la abyección. Unos, como Martí, fueron incorruptibles al sacrificio; otros, como el pobre Rubén Darío, escribieron odas y sonetos a tigres y caimanes con charreteras. (1974: 130)
  
Mariátegui ha elogiado, en Valdelomar, su apego por la gente humilde y sencilla y “Ante un auditorio de obreros, pronunció en algunas ciudades del norte durante sus andanzas de conferencista nómade, una oración al trabajo” (2005: 253-254). Entonces Valdelomar conferencista amaba a los pobres; sin embargo, a partir de la lectura de este texto, vemos que los responsabiliza de la pobreza o miseria en la que viven. Sin duda, El conde de Lemos es fiel a su personalidad polémica y contradictoria[16], pues esta cambia de acuerdo a la motivación particular que tiene al escribir un texto.


3. Conclusiones

1.   La personalidad de dandi de Abraham Valdelomar, que obedece al seudónimo de “El Conde de Lemos”, (personalidad artística con rasgos europeizantes, aristocratizantes y cosmopolitas) lo lleva, en tres de sus crónicas de Impresiones, a despreciar el bajo nivel intelectual y la escasa sensibilidad del sujeto subalterno.

2.   En la crónica “La marcha nupcial” se maneja la información que cuanto más sensible a la belleza y al arte se muestre el espíritu de una persona, más exquisita, refinada y evolucionada es. Se asume que el cultivo de la sensibilidad solo obedece a espíritus elevados; es decir, a seres evolucionados que son capaces de sentir el arte en cada fibra de su ser. Y es, precisamente, el cultivo del arte lo que hará trascender al hombre y lo hará diferenciarse de las reacciones vulgares de las clases subalternas.

3.   El texto “Las almas herméticas” presenta una clara muestra de desprecio por el sujeto subalterno migrante. Desde una visión racialista, ubica a los ancianos chinos coolies en el más lamentable estado de miseria, y no por falta de oportunidades, sino porque el chino es presentado como ocioso y aficionado al opio. Refuerza la idea de que los coolies son seres alienados y fracasados.

4.   En la crónica titulada “La miseria” se maneja el precepto de que es falso que exista miseria en el Perú (solo se quejan de ella “los que no quieren trabajar”). Esta es la idea principal del texto y todo lo que sigue no es sino un alegato para desprestigiar a aquellas clases subalternas que reclaman por la injusticia social y económica en la que viven y por la falta de oportunidades de un sistema que las obliga vivir, precisamente, en la miseria.

5.   El determinismo le sirve a Valdelomar para justificar su desprecio por lo subalterno, pues lo emplea para la construcción de un esquema ideológico que explica que hay realidades sociales, raciales y económicas que limitan los sueños de un individuo o de una clase y anula la esperanza de abrigar un sueño de cambio, donde estas clases bajas se verían beneficiadas; es decir, hay clases sociales que están hechas para mandar y gozar de la bonanza económica, y existen otras que están destinadas a obedecer y soportar las injusticias y la miseria de su clase.


4. Referencias

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TODOROV, Tzvetan. Nosotros y los otros. México: Siglo veintiuno editores, 1991.



[1] Cabe precisar que son doce las crónicas que forman Impresiones, lo que no quiere decir que solo fueron esos  los textos que Valdelomar escribió en La Prensa en las fechas señaladas, puesto que su colección de crónicas Fuegos fatuos, están fechadas desde el 26 de noviembre de 1916 hasta el 13 de abril de 1918.

[2] Para profundizar la información, léase su estudio Decadentismo, dandismo, imagen pública: De cómo y por qué Antonio de Hoyos y Vinent creó a Julito Calabrés. Disponible en: http://www.google.com.pe/url?sa=t&rct=j&q=decadentismo%2C+dandismo%2C+imagen+p%C3%BAblica+-+mar%C3%ADa+del+carmen+alfonso+garc%C3%ADa&source=web&cd=1&cad=rja&ved=0CCsQFjAA&url

[3] Para mayores detalles, consultar la tesis de Esther Espinoza titulada La crónica modernista de Abraham Valdelomar. Lima: 2007.

[4] Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos.  "Manifiesto inaugural". En: Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate). México: Edición de Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta,  1998. Disponible en: http://www.duke.edu/~wmignolo/InteractiveCV/Publications/Teoriassindisciplina.pdf

[5] Categorías tomadas de Todorov, presentes en su libro Nosotros y los otros (1991).  Dice que el racismo tiene que ver con el comportamiento despectivo hacia una raza determinada, y el racialismo se reserva para las doctrinas que estudian e intentan realizar una taxonomía racial.

[6] El término “Conde de Lemos”, obedece a un título de nobleza y aristocracia española. Este título nobiliario que no tenía cómo corresponderle a Valdelomar, por ser de origen humilde y provinciano, forma parte de su personalidad artística y su dandismo, de sus deseos de figurar y de causar escándalo en una Lima aún con rasgos aristocráticos y marginadores con los provincianos.

[7] Crónica publicada en el diario La Prensa de Lima y fechada el 5 de agosto de 1916.

[8] Aunque esto último es poco probable, puesto que el texto fue publicado en La Prensa el 5 de agosto de 1916 y Valdelomar recién conoce a Vallejo a fines de 1917.

[9] Bar-café que era centro de operaciones de Valdelomar y de los Colónidas.

[10] En una sociedad de tradición machista como la peruana, este hecho se vería como una debilidad; por eso el cronista se siente en la obligación de registrar todo el discurso, pues se trata de un hecho que quiebra la rutina del acontecer cotidiano.

[11] Al respecto, es muy conocida la polémica entre Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Recordemos que De las Casas, con su Brevísima relación de la destrucción de las indias contribuyó a la teoría del Buen Salvaje.

[12] Publicado en La Prensa, Lima, 25 de noviembre de 1916.

[13] Sería interesante señalar que en 1853 se prohíbe el ingreso de coolies y se inician protestas internacionales en contra del ingreso de la población China en el Perú, debido al trabajo semiesclavista al que eran sometidos. 

[14] Crónica publicada en el diario La Prensa, Lima, 22 de enero de 1917.

[15] “Los profundos cambios sociales, políticos y económicos por los que atravesó el país, en especial Lima durante la segunda fase de la “República Aristocrática”, hicieron necesaria la construcción de una identidad individual para las clases medias que Valdelomar representó”. (Mc Evoy, 1999: 271)

[16] “Como aprendiz de dandy, Valdelomar, apasionado por el costado bizarro de las cosas, decide golpear a la mediocridad limeña con la sorpresa y la ambigüedad de sus posiciones”. (Bernabé, 2006: 123)

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