Preludio necesario
Leí Hospital[2]
de Pablo Guevara en circunstancias parecidas a las que vivió el autor cuando
escribió los poemas de este libro, salvo que en vez de estar acostado en una cama de hospital -con la certeza de que la muerte apagará
pronto los motores trashumantes del navío de la existencia[3]-,
me encontraba sentado junto a mi esposa, cabizbajo, en la espeleológica sala de
un hospital cualquiera, tratando de asimilar la reciente noticia de que el
abdomen de mi pequeña hija sería abierto para desatar sus breves intestinos que
se habían anudado en su intento por digerir el mundo. Y ella era mi mundo, y Hospital, el libro que tenía en la
maleta como emotiva compañía para soportar la espera interminable de exámenes
clínicos, químicos y espirituales. Entonces el hospital descrito por Guevara
apareció con toda su crudeza de caverna, poblada por animales y seres primitivos
en constante lucha por la vida y por la muerte. La batalla ancestral entre el
Eros y el Tanatos sobre las aguas trasatlánticas de la agonía. A pesar de los
matices claroscuros de sus versos, propios de las escenas expresionistas del
cine alemán, Guevara pertenece al grupo de los poetas luminosos, pues aun sintiéndose
morir, fue capaz de sacar de sus entrañas urgentes formas expresivas que ofrecían vida más
allá de las palabras. Y en este hospital, Pablo se convirtió en un admirado
trasatlántico en su viaje final; yo, apenas, en una barca que quería rescatar a
su hija de las oscuras aguas de Aqueronte.
La poesía de Guevara siempre fue
reveladora. Gran admirador de la poesía inglesa, Pablo bebió la libertad y la
fuerza expresiva de poetas como Ezra Pound, tan presente como intertexto en sus
poemas. Y esto se nota desde sus primeros libros; por ejemplo en Retorno a la creatura (1957), libro
donde “Mi padre un zapatero”[4] se
convirtió en un texto que, a pesar de su marcado lirismo, abría las puertas
para la experimentación formal e intuitiva. Pablo Guevara “descreía del anquilosamiento
intelectual y de las modas académicas. Buscaba siempre que asomara el fantasma
de la intuición, ese humus creativo que alimenta la auténtica literatura” (Fernández,
2007). Esa búsqueda constante de nuevas formas de expresión se evidencia
también en sus libros Los habitantes (1963), Crónicas contra los bribones (1965) y Hotel del Cuzco (1971). Tuvieron que pasar veintisiete años para
que su búsqueda de nuevas formas de versificar llegara a convertirse en un
texto completamente desconcertante: Un
iceberg llamado poesía (1968). Esta fue la obra ganadora de la VIII Bienal
de Poesía Premio Copé, el premio lírico más importante del Perú. Este libro,
sin embargo, no es insular, pues forma parte de La colisión (Ópera marítima
en 5 actos) donde los otros cuatro libros[5] son una muestra de la
genialidad experimental de Guevara, pues emplea diversas referencias
intertextuales, para crear, finalmente, el hipertexto que propone una poética
constante de innovación[6]. Digámoslo así, en La colisión, Guevara deja de lado el
lirismo y adopta una voz verdaderamente épica para poetizar efemérides tan
disímiles como el hundimiento del Titanic frente a las costas de Terranova o
las matanzas de campesinos en manos del ejército, en plena época de violencia
terrorista en nuestro país. En su artículo titulado “Pablo Guevara en
una de las ciudades más crueles de la tierra”, Carlos López Degregori
manifiesta que La colisión
[…] persigue la creación de un poema imposible que desvanezca los límites
entre los signos y sus referentes, y en el que el texto termine siendo la
totalidad vertiginosa y contradictoria del Perú. Así, la falta de límites, el
aparente descuido, el crecimiento textual a la manera de metástasis, el tono
crispado e incluso agresivo de su lenguaje, la escritura aluvional, deben verse
como un acto consciente que pretende fundar una nueva retórica. (2007, 143)
En La colisión llama la atención la alegoría del barco que Guevara
logra construir como representación de la sociedad con todos sus estratos,
tipologías, problemáticas y enfrentamientos. Una conflictiva sociedad hija de
la modernidad. Y esta alegoría la volvemos a encontrar en Hospital, libro que en esta oportunidad motiva una lectura más
profunda. En este poemario, el trasatlántico es la vida que se apaga y el
barco-hospital el lugar donde el tripulante-poeta-agónico ve morir, con desesperanza,
entre penumbra y soledad, a sus antiguos y desesperantes compañeros de habitación.
Por eso hemos realizado una lectura de la imagen del barco como alegoría de la
sociedad y como metáfora última de la vida cuando se encalla en puertos
definitivos, que bien podrían ser la muerte.
Sobre la forma y el lenguaje del poemario
Hospital, es un
conjunto de trece poemas en prosa que Pablo Guevara escribió en el hospital
Rebagliatti, semanas antes de morir. El poeta alcanzó a corregir los textos,
incluso a elegir el color y el diseño de la portada, pero la muerte hundió el
barco del cual era tripulante antes de ver publicado su último testimonio de
vida. Son trece poemas enumerados; sin embargo son dieciocho si es que contamos
el que hace de proemio, los tres que contiene el poema 4 (4a, 4b, 4c)[7] y
la coda que se ubica después del poema 13. Los textos son irregulares en su
extensión: hay poemas que tienen 3 líneas como el poema 12 y otros conformados
por 23 como el poema 10. Sin embargo, todos desarrollan imágenes novedosas
construidas con un lenguaje intenso y vital, más cercano a la intensidad y caudalosidad
de lo épico que a la brevedad y economía parca de lo lírico.
Resulta interesante, en Hospital, la construcción de la imagen
del barco como metáfora última de la vida. Esta alegoría de la sociedad como un
gran barco o trasatlántico Guevara la plantea tímidamente desde sus primeros
libros, pero la desarrolla íntegramente, en toda su complejidad y magnificencia,
en La colisión, conjunto de cinco
poemarios donde el más conocido, tal vez porque fue merecedor de la VIII Bienal
de Poesía Premio Copé 1997, es Un iceberg
llamado poesía. Acerca de la metáfora del barco como representación de la
sociedad, Marco Martos, en su artículo “Pablo Guevara en las fronteras de la
poesía”, plantea lo siguiente:
Guevara escoge como metáfora central una imagen que el
cine ha popularizado. […] Pareciera que Guevara siempre estuvo pensando en el
Titanic, y como poeta que es, de esa circunstancia, el hundimiento de ese
poderoso barco, ha trabajado una alegoría […] La imagen de ese barco lleno de
belleza (y también de fealdad), con sus distintos estratos sociales en primera,
segunda y tercera clase, que choca contra los hielos eternos y se hunde en las
profundidades del océano, semeja la de humanidad entera que aparentemente
conoce sus radas de llegada, sus puertos felices, sus muelles de alegría y casi
nunca cuenta con lo imprevisible que modifica su destino. El lenguaje y la
realidad, parece decirnos el texto, dominan al individuo, lo hacen a su imagen
y semejanza, lo estrujan y lo destruyen casi siempre. (2007, 139)
Y eso es lo que pasa con Hospital. En este libro el lenguaje
domina y estruja al individuo, pero ahora con un poco más de urgencia, puesto
que el yo poético es un enunciador que se ubica en el límite de la vida, o peor
aún, tiene la conciencia definitiva que mediante el lenguaje puede brindar su
testimonio y burlar a la muerte. En este sentido, Hospital es un poema testimonio. El poeta cobra presencia en su
palabra; es decir, se actualiza mediante su discurso[8]. Solo
el discurso puede hacer que cualquier testimonio resulte perdurable y que el
testimoniante cobre vida perpetua.
Sin embargo, el yo
poético, en cada uno de los poemas, supera la entidad de la palabra. Pero
también es importante señalar que en un mundo sin salida, donde se acorazan los
ambientes del barco-hospital (emergencia, tópicos y desesperanza), “las
palabras” representan el arma solitaria para luchar contra la muerte y el
vacío.
Acercamiento al
contenido de los textos
Salida al mar
Hospital empieza
con algo que puede ser leído como un único subtítulo o tal vez solo como un
verso que se plantea como título de una bitácora. La marca textual que nos hace
evidente esta hipótesis es que “salida al mar” tiene como mínimo un par de
puntos más de tamaño. Y eso llama la atención, ya que se muestra intrigante,
como un gran acertijo abandonado en la parte baja (¿tal vez hundido?) en ese
inmenso mar blanco que viene a ser la página 10.
Es importante señalar que en todo el
libro ningún texto empieza con mayúscula. Esto lo convierte en un gran poema, en
el que el símbolo del barco prima como eje cohesionador (en este caso, un
trasatlántico), un buque que navega y no navega, que avanza y se acodera.
Expliquemos esta aparente contradicción: el navío, al inicio del “viaje”, dice
estar “acoderado entre las avenidas Salaverry y Arenales [...]”, en clara
alusión al hospital Edgardo Rebagliatti, donde el autor se sometió a un
tratamiento urgente semanas antes de morir. Por lo tanto, no hay viaje en el
barco, sino el que viaja es el yo poético en una especie de “travesía de
extramares[9]”,
donde el mar es la realidad y el más allá es el mismo mar, pero sometido a una
visión poética donde se aplica la estrategia de la simbolización y la
alegorización.
En el poema [1] se empieza a configurar el espacio interno de este
trasatlántico. Las habitaciones de este barco-hospital son descritas de manera
espeleológica, pues en vez de ser lugares de reposo, son mencionadas como cuevas de donde se escuchan aullidos de seres
primitivos o animales peligrosos que actúan a la defensiva contra la muerte.
primeras incoherencias 1 a.m. la habitación cueva de al lado rebasaba de
aullidos… parecían los de un animal poderoso portentoso mitológico furioso… de
repente se trocó en voz juvenil de mujer muy entristecida […] (2006, 13)
El poema empieza mencionando las
“primeras incoherencias”: se relatan aullidos de animal representados en la voz
juvenil de una mujer que, ante el dolor punzante del enfermo (representado esta
vez por aullidos salvajes), muestran su indiferencia ante el dolor del prójimo,
pues en vez de preguntar por la salud del familiar, amigo o pareja, se queja
por tener los zapatos más feos del lugar.
Las segundas incoherencias se
presentan en el poema [2], donde las
imágenes, inequívocamente humorísticas, se contraponen al ambiente doloroso de
un hospital. Este poema presenta una clara alusión a las ilustraciones realizadas
por Doré del infierno dantesco, las cuales poseen una técnica de mímesis
hiperrealista dada por los rasgos físicos: “un viejo total calva monda el muslo
musculoso plegado como en los grabados y elevando los brazos a los cielos” (2006,
15). Así, un anciano es llamado un “bocatto
de horror”, pero al mismo tiempo invita a las ovejas enfermeras a que “lo
toqueteasen”; se describe el miembro viril como “una pita con nudo”; al unísono
otro viejo pifia descontroladamente, como si estuviera haciendo barra en
cualquier estadio. Ambos hechos percibidos como grotescos producen sinsabor en
el yo poético. Los ancianos son descritos como “hielos seniles” y las
situaciones que producen sus comportamientos como “arrecifes”. Estos elementos
deben ser sorteados para que el hombre llegue a una “navegación” placentera. Es
importante aclarar que la verdadera incoherencia radica en el cruce de
isotopías que origina el humor negro de la imagen doréica: hospital/ muerte -
estadio/ bulla/ sexo.
En el poema [3], la realidad (“la gran trituradora la gran
sistematizadora”) es simbolizada como un mar donde navega el gran
“cachalote”-hospital, símbolo de la sociedad en donde el yo poético se ve como
una especie de Jonás que puede apreciar “la diástole y sístole” de este
leviatán acorazado que se traga a borbotones hasta la salud del más fuerte, además
de admirar sus intríngulis, sus meollos, su motor. El poeta, desde su
periscopio, puede observar a un “César” que con su “gordo dedo” decide si nos
da la muerte (“si salimos con los pies por delante”) o nos deja con vida (“si
descendemos bien atildados del barco por nuestros propios pies”), estado que es
alegorizado con Petronio, escritor latino, autor del célebre Satiricón, texto
que habla de la vida licenciosa de una Roma decadente de moralidad. Este
personaje representa la vida en relación al sexo y la bebida, así se le ve
descendiendo al paciente del hospital como si bajara perfumado de un hermoso
“cuatrirreme”, barco de guerra que simboliza la juventud, el ímpetu de vivir.
La sociedad en este caso no solo es un barco, sino también un circo romano donde
lo más importante no son los que viven o mueren por la gracia del “César” sino
los observadores de la carnicería, sensacionalistas “fanáticos blandengues
obtusos”. Otra vez observamos la primacía de la alegoría para describirnos la
indiferencia humana ante “el espectáculo” de la muerte. También es interesante
apreciar la sátira con la que construye la imagen del médico, quien recurre a la
tiranía del César y no a su ciencia. En este caso, Guevara se inserta en una
tradición muy antigua de ataque a los galenos, la que tiene como referentes principales
a Quevedo, Góngora y Juan del Valle Caviedes.
En el poema [4] se continúa con la idea de la vida en sociedad como un “campus belli”, una guerra. La vida en la
ciudad convierte a los hombres en una contradicción: “vivos muertos todavía
frescos”. Sabemos que Guevara es uno de los poetas más críticos de la
modernidad y, por ende, cae en el postulado de este grupo de escritores: ser un
poeta que critica a la urbe, pero no loando su antípoda, el campo, sino
profundizando en sus vericuetos más profundos. Lo peculiar en Guevara es su
amor a la imagen que proviene de su afición por el arte cinematográfico, dado
que los poemas se presentan como escenas y al mismo tiempo como parte de una
misma “película”. Además, su gusto por la pintura y la poesía medioeval fue
determinante en el estilo de la construcción de la imagen grotesca, alegórica o
simbólica. Hay que tomar en cuenta que este libro tiene una relación con la
Ópera marítima en cinco actos llamada La
colisión, donde el viaje, el barco y los tripulantes tienen un significado
equivalente. La única diferencia, tal vez, resida que en Hospital Guevara comprime su intencionalidad lírica a un sanatorio
como si este fuera la sociedad misma, una nave. Prueba de esto es que al inicio
del libro el yo poético manifiesta: “otra vez aparece un trasatlántico en mi
vida…”.
El poema [5] alude a la clásica visita que realizan los familiares a
los pacientes enfermos que se encuentran acoderados y encallados a sus
respectivas camas, bacinicas o sillas de ruedas. Estos parientes se acercan al
gran barco-hospital en pequeñas “chalupas”[10] o
en “lanchones”, y lo hacen cargados de “vituallas” como “una ollita de barro
bien escondida con comida… un rollo de papel higiénico… fruta… o un baño
improvisado total e inesperado”. Y se sienten como víctimas lanzadas al
laberinto de Dédalo, donde viejos minotauros devoran poco a poco a sus
enfermos. Aquí aparece otra vez el cinéfilo Guevara, quien compara la
desorientación de los visitantes con las innumerables puertas que se abren al
infinito, “como en El gabinete del doctor
Caligari”, uno de los grandes clásicos del cine de terror, representante
del expresionismo alemán. En esta película, el doctor Caligari induce a un
hombre en estado sonámbulo a perpetrar innumerables asesinatos. Este film se
caracteriza por sus decorados retorcidos, distorsionados y con ángulos
imposibles. Volviendo al poema, Guevara describe una similar percepción que
tienen del hospital los flamantes visitantes. Sin embargo los enfermos se
sienten como exóticos integrantes de la fauna del nosocomio, pues los
familiares apenas los miran y se dedican a conversar, a jugar, a gritar y a
acordar futuras reuniones entre ellos. Entonces queda sonreír para adentro y
suspirar tristemente, como un “Buster K.[11]
bien peruano mirando a su alrededor ojos bien abiertos desolado ante toda esa
balumbra”.
El poema [6] describe el barco-hospital como una gran tienda donde los
visitantes pueden buscar accesorios o simples baratijas, pero en el cual
siempre van a encontrar una gran oferta de órganos y litros de sangre “piernas
brazos testículos arterias venas sangrados meados pulmones hígados vientres
páncreas orines heces vómitos y todo lo que usted celosamente guarda bien
adentro” (2006, 25). Se critica con sarcasmo el tráfico de órganos, nacido de
una medicina experimental, propia de la modernidad.
En el poema [7], el yo poético se desespera ante la sobrepoblación de
enfermos en el hospital. Paciente a su vez, critica el pésimo servicio y la
poca capacidad de gestión de las autoridades del nosocomio, aun cuando el
hospital donde se encuentra es considerado uno de los mejores del país;
entonces ironiza: “aquí los turnos tienen que hacer milagros se renuevan cada
mañana cada tarde cada noche ¿será así hasta el fin del mundo?”. Elabora una
poética del cuerpo, la que afirma que, por la compra -venta de órganos, dentro
de poco vamos a tener el cráneo de uno, las piernas de otro y el corazón de
aquel otro. Entonces seremos intercambiables, “incluyendo células y neuronas
por ese actuar predictiblemente…”. A la suma de partes que complejizan y
detienen los procesos, el yo poético la denomina: “burocracia”. Mientras tanto
se aferra a su bote – cama, no vaya a ser que un naufragio nos lance a la
deriva.
Poema [8]. De día, el hospital se transforma en una “ciudad febril
y bulliciosa”, a la vez acelerada y mercantilista, donde cada uno de sus
habitantes practica la cultura del egoísmo propio de la falsa modernidad. Y es
que se trata de una ciudad capitalista, donde cada quien se ocupa de sus cosas
y de lo necesario para sobrevivir (“la gente se dejaba llevar porque sabía bien
a qué había venido aquí”). Por eso los pacientes no esperan ningún
reconocimiento: seguir respirando en medio del caos de la ciudad moderna ya era
bastante. El poeta recurre otra vez a las calles de Roma y a la bulla del circo
romano, donde cada quien actuaba para el aplauso del otro, para el gusto de ese
César que debía decidir tu destino. Esta vez no, jugar a la defensiva por
seguir con vida equivalía al anuncio de todas las trompetas de la victoria. Al
final del poema, el autor es consciente que todos estamos invitados a la
ciudad-hospital, pues la enfermedad no distingue color de piel u opción sexual.
el pueblo doliente era multicolor como somos nosotros
amarcigado a plomizo a amarillento lima limón o a cobre más o menos cobrizo o
achancacado u oscurecido a veces como oxidado o plúmbeo o verdoso como acerado
(2006, 29)
El poema [9] es realmente hermoso y desgarrador. Se plantea el asunto que
la muerte humaniza a las personas, pues el hospital dejó de ser una cueva con
seres fantasmagóricos o primitivos que ululaban, pifiaban o gemían, para
convertirse en un ambiente venerado, pues “acaba de morir un hombre”. Entonces
se tiene la certeza de que este escenario forma parte de la condición para
“entrar en el otro lugar desconocido de continuos discontinuos”, como el poeta
llama magistralmente a la muerte. Sin embargo la situación mágica se rompe,
pues del otro lado alguien reclama al muerto. Es su hija adolescente, para
quien el yo poético ensaya algún tipo de consuelo: “le acaba de caer sobre su
cabecita el rayo de la muerte la espada del ángel negro de la anunciación que
vaticina la inminente tormenta de la ajenidad o alteridad que nos dice a todos
tenemos que vivir desde este instante distinto que ayer…” (2006, 31).
La queja sobre la mala atención
brindada en el barco-hospital se hace más acerba en el poema [10]. El yo poético manifiesta que los hijos del sistema no
tienen la opción de cruzar la línea que divide al mundo de arriba del mundo de
abajo, pues “no hay paso del Ecuador” para ese navío cargado de enfermos. Asume
que este es un barco de guerra y él apenas un polizonte cualquiera que tiene
que aceptar la peor comida que ha probado en su vida. En la segunda parte del
poema plantea, con algo de humor negro, una distinción de las enfermedades de
las que suelen morir mayormente las personas, las llama enfermedades civiles o
civilizadas, pues saben comportarse y su reacción es ya conocida: “los
armonizados son cada día más todas esas enfermedades civiles o civilizadas de
las que suelen morir los humanos con frecuencia…”. Sin embargo, el yo poético
se lamenta de que ninguna de estas dolencias le haya afectado; por el
contrario, su enfermedad “tuvo que ser salvaje inconducta conciudadanamente
hablando montaraz agreste salvaje…”. Es consciente de que la ciencia médica, a
veces facilista, puede hacer poco por su salud, ya no le queda energía, y pide
permanecer en la memoria: “por piedad, no te olvides de mí Mente”
En el poema [11], el yo poético declara su última voluntad: que sus
restos sean subidos a un “bote a vela de mármol como esos que se ven en los
monumentos o mausoleos o en las lápidas” o que tal vez puedan “flotar y flotar
y flotar” hasta convertirse en alimento de pingüinos[12].
Aquí se asume la imagen del barco como medio de transporte hacia nuestra última
morada, como si fuésemos convivientes de la cultura medieval o como uno de los
vehículos principales de Dante para ingresar a ultratumba. Pues Dante planteó
la alegoría del número tres en La comedia
y tres son las veces que Guevara repite palabras claves en este poema
(“¡flotar!” y “¡pingüinos!”)[13]
El poema [12] es el más breve de la colección y empieza con la
alegoría del número tres, que es el número de veces que repite la palabra
“santo”. Pero no se trata de un santo ungido para los altares, pues estos están
destinados a ser venerados y a gozar siempre de los favores de Dios. Se trata
de un santo que sufre en su “urna de cristal imaginaria” y que necesita ser
absuelto por la palabra paternalista (“yo te absolvo figlio”) propia del testimonio
del yo poético. Mención aparte merece la referencia a Tim Burton “acaso sea
todo finalmente como lo quiso Tim Burton en El
gran pez”. Recordemos que en esta película, Edwar Bloom, el protagonista
principal, narra recuerdos de su vida añadiéndole datos fantásticos, como si su
vida no fuera su vida misma; es decir, asumía su relato como una necesidad de
escape[14].
Esas mismas características se presentan en este libro, pues el yo poético
condimenta las circunstancias de su estadía en el hospital con alegorías
fantásticas producto de la fiebre o del delirio, hermosos escapes que le otorga
la enfermedad.
En el poema [13], el yo poético sueña su muerte: “y enderecé entonces la
cabeza y vi una enorme bahía inmensa inmensa inmensa frente a mis ojos
desconocida totalmente para mí”. Describe el ambiente del más allá como una
inmensidad gris con enormes claroscuros. Asume al final del mismo la creencia
cristiana de que el hombre fue hecho de polvo, pero de polvo perteneciente a
las arenas del mar, pues es lo que recibe al poeta en su viaje final (“arena
mojada semioscura y moldeada como gente”). Se trata de una “arena amiga” que
sale a saludarlo y, justo cuando están por unirse polvo humano y polvo mar, el
poeta despierta de su sueño y se ve otra vez en el hospital.
Coda
A manera de coda, Pablo Guevara presenta esta exquisitez:
no sé lo que entró por emergencia herido no sé qué…
puede ser un escualo una mantarraya silenciosa…
por decirlo caminando con nuestros propios pies
como proa o con crespones negros pies por delante
¡y siempre el mar! ¡el mar! ¡el mar!
Y llegó cadáver[15]
En estos versos se hace referencia
al instante en que el yo poético entra al hospital, que sería a la postre el
lugar surrealista poblado por seres fantásticos desde el cual nos brinda su
agónico testimonio. Y en este hospital-barco reculó, tal vez pescado en las
aguas de la salud como un escualo o “una mantarraya silenciosa”, pero hecho
prisionero en este ambiente deprimente del barco como alusión o metáfora del
último viaje. Tal vez el único consuelo del poeta sea la posibilidad inminente
por regresar a su hábitat: “¡y siempre el mar! ¡el mar! ¡el mar!”
Referencias
GUEVARA,
P. (2006) Hospital. Lima: Editorial
San Marcos.
LÓPEZ MAGUIÑA, S. “Pablo Guevara: Hospital”. En: Totalidad e infinito. Homenaje a Pablo
Guevara (2007). Lima: Editorial San Marcos.
MUÑOZ CARRASCO, O. “Despedida del rompehielos: Lectura de
Hospital de Pablo Guevara”. En: Totalidad e infinito. Homenaje a Pablo
Guevara (2007). Lima: Editorial San Marcos.
[1]
Ensayo presentado como trabajo final del curso Seminario de Literatura Peruana III, dictado
magistralmente por el doctor Marco Martos Carrera, en el marco de los estudios
de Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana (UNMSM, 2014).
[2]
Guevara, P. (2006) Hospital. Lima:
Editorial San Marcos.
[3]
“Pablo Guevara ingresó de emergencia al Hospital Edgardo Rebagliatti el 28 de
agosto de 2006 y permaneció internado hasta el 11 de setiembre. En ese lapso se
le diagnosticó leucemia mieloide. Entre el 6 y el 27 de octubre estuvo
nuevamente en el lugar debido a un cuadro de neumonía. Hospital fue escrito entre el 3 y el 11 de setiembre, en el cuarto
661, durante su primera permanencia. Entre el 11 y 30 de setiembre, el poeta lo
concluyó en casa. Pablo Guevara murió el 1 de noviembre de 2006” (2006, 43).
[4]
“Textos como ‘Mi padre un zapatero’ significaron la incorporación del legado de
la poesía de Ezra Pound y de T.S. Eliot a nuestra lírica. (http://camilofernande.blogspot.com/2007/08/50-aos-de-retorno-la-creatura-1957-y-40.html)
[5]
La colisión (Ópera marítima en 5 actos):
Acto primero: Un iceberg llamado Poesía.
Acto segundo: En el bosque de hielos.
Acto tercero: A los ataúdes, a los
ataúdes. Acto cuarto: Cariátides.
Acto quinto: Quadernas, Quadernas, Quadernas.
[6]
De acuerdo con la lectura de Marco Martos, “Con la publicación de La colisión,
Pablo Guevara sorprende a los lectores. El hipertexto, como se dice en la
terminología literaria, es posmoderno” (2007, 138).
[7]
Consultar: GUEVARA, P. (2006) Hospital.
Lima: Editorial San Marcos.
[8]
Santiago López Maguiña, en su artículo “Pablo Guevara: Hospital”, afirma que “El
testimonio es la manifestación más clara del discurso, concebido como discurso
en acto. Discurso que se hace presente y hace presente al sujeto que lo
enuncia.” (2007, 125)
[9]
Clara alusión a Travesía de extramares
(sonetos a Chopin) (Lima, 1946), libro de Martín Adán que también planteó
la imagen del barco como representación de la existencia humana. Adán es un
poeta muy citado por Guevara en varios poemas de La colisión.
[10] 1. f. Embarcación
pequeña, que suele tener cubierta y dos palos para velas. 2. f. lancha (‖ embarcación que llevan a bordo los grandes buques).
www.rae.es
[11]
Alusión directa a un genio del cine mudo: Buster Keaton, un joven tragicómico,
que se enfrenta a las desgracias con una absoluta inexpresividad.
[12]
Los restos mortales de Pablo Guevara fueron cremados y arrojados al mar de Pachacamac,
según su última voluntad.
[13]
Encontramos esta recurrencia también en la coda del libro: “¡y siempre el mar!
¡el mar! ¡el mar!”.
[14]
Las películas de Tim Burton están pobladas por personajes grotescos y
kafkianos, raros, con graves problemas para ser aceptados por los demás
integrantes de una sociedad hipócrita y vacía.
[15]
Pablo Guevara no deja de lado el humor negro en este libro, puesto que este
último verso hace referencia a una anécdota que le aconteció apenas hubo
ingresado al hospital: por equivocación, le pusieron al poeta, en su historia
médica, el pequeño e inofensivo letrero: “llegó cadáver”.
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